—Hola, Jim. ¿Puedo dejar esto aquí un rato?
—Sí, claro… La última vez que te vi no tenías nada y ahora tienes mujer y radio.
—¡Eh, Jim, yo siempre he tenido radio!
Con el «Eh, Jim» la música que se escucha de fondo empieza a sonar cada vez más alto. «Yo siempre he tenido radio». Este fragmento de ‘El Borracho’ (‘Barfly’) se escucha en la medianoche de Radio 3 antes de que un desconocido tema de funky o jazz rescatado por el locutor Charly Fáber dé inicio al programa más caótico que se puede escuchar. Caótico por su presentador, entrañable por cómo se pelea con los folios y el orden de las canciones.
Adaptado, yo antes no tenía internet y ahora tengo ‘smartphone’, Mac y iPad. No es lo mismo, pero la chica que vi entrar en el metro hubiera dicho: «Eh, yo siempre he tenido libreta». Por su apariencia los medios conservadores dirían que es una perroflauta. Pero sus rastas contrastaban con un cuidado flequillo. Pasado por una plancha. Una señal de coquetería en un aspecto pretendidamente descuidado. Los viajeros –pocos– quizá se fijaron en sus pantalones: una explosión de color, como dictan los tópicos. Yo no podía apartar los ojos de su libreta. Entró con un pequeño cuaderno de notas y no lo soltó mientras estuvo subida al coche. Miraba al frente y escribía. Todo un acto subversivo.
‘La sombra del poder’ es una película de periodistas. El ‘Washington Globe’ es uno de esos diarios amenazados por la crisis y busca la forma de reconvertirse en el nuevo mundo digital. Rachel McAdams interpreta a Della Frye, la bloguera de moda. La dirección está encantada con ella: es barata, joven y genera visitas. El nuevo periodismo. Russell Crowe es Cal McAffrey, un reportero de raza, el tipo que contesta a los jefes, un hombre de acción. Casualidad, ambos terminan investigando juntos un suceso con importantes implicaciones. Entonces Della descubre que el mundo real es más emocionante que el digital. Emocionada, en una escena, le pregunta a Cal: «¿Hemos hecho algo ilegal?». Y él, trascendente, responde: «No, a eso llamo yo buen periodismo». Primeros planos. «Sin periodismo no hay democracia», piensa el plumilla frente a la pantalla. «Sin periodismo no hay manipulación», dirían otros. Cal siempre va armado con libreta y bolígrafo porque sabe que en el periodismo de héroes cualquier momento es bueno para anotar información en la libreta. Una lección que Della no terminó de aprender durante el filme. Y, al final de la historia, un Cal orgulloso le regala a la bloguera, que ya se siente periodista, un collar de bolígrafos.
Hace unas semanas cené con quien creo que es el mejor corresponsal español en Washington. En el bolsillo de su chaqueta llevaba una libreta y un librito. También alguna revista en la mano. Y, escondidos, recortes de la prensa del día. Una imagen radicalmente distinta de la que se ve en los congresos de periodismo, donde cientos de futuros contadores de historias tienen como única compañía su ordenador. Tabletas, en el caso de los periodistas-gurús. La imagen es ya familiar en las ruedas de prensa: me sorprende ver a corresponsales políticos tomando notas en sus iPad cada viernes en las ruedas de prensa posteriores al Consejo de Ministros. A veces, las cámaras enfocan las libretas de quienes no tienen la obligación de transmitir al minuto las palabras a las ediciones digitales de sus medios. Nuevos tiempos estos, en los que las libretas comienzan a ser una rareza:
Los pasajeros entran y salen de los vagones, y algunos me miran… «¿Qué hace alguien observando y tomando notas en el metro mientras pasan los convoyes? ¿Es que no quiere ir a ninguna parte?», parece que se pregunten. «Y ¿por qué nadie observa al hombre esculpido en el desconsuelo?», me pregunto yo. ‘Como un ángel sin permiso’.