“Superar las diferencias es lo único que puede resultar esperanzador en un mundo en el que –como termitas– luchamos por imponernos frente a la mujer, al negro, al niño o al anciano (sin contar al buey, al asno o a la abeja)”, Gustavo Garduño.
Una nación de oportunidades
Vino a España y, entre otros asuntos, el 19 de abril estuvo en la capital para presidir el Foro América, promovido y organizado por Europa Press y Estudio de Comunicación, un evento entre dirigentes de países de América y miembros de la comunidad empresarial e informativa española. Luis Videgaray es el canciller de México y en ese carácter lo invitaron, también porque “es un personaje relevante en el actual escenario político mexicano” y porque –subrayan– “este encuentro entre España y México tiene, hoy, una especial significación por ser el 40 aniversario del restablecimiento de nuestras relaciones diplomáticas”. Es lo que dice la convocatoria y la nota posterior de prensa.
En su intervención, Luis Videgaray habló de la política exterior mexicana y del proceso de “transformación, modernización y renegociación que vive México”, una nación, dijo, “soberana y de oportunidades; que asume su responsabilidad política y quiere seguir creciendo”. También que por la frontera con Estados Unidos “cruzan más de 350 mil vehículos al día y más de un millón de dólares en negocios cada minuto”. Lo que no mencionó fue que además de coches y billetes verdes, por este borde pasan drogas y personas. Personas con permiso o de manera ilegal. Algunas lo hacen a pie, otras nadando o escondidas donde se pueda; en su mayoría son mexicanos y centroamericanos: hombres, mujeres, niños que en su cruce observan –y viven– un país distinto al descrito por el canciller; uno de oportunidades, sí, pero de otro tipo.
“Hasta encontrarte”
Tienen su propio tema musical, una composición de Abel Sarmiento Carabeo que interpreta Acosta Lucita, dos jóvenes sinaloenses. Se titula Te buscaré hasta encontrarte y en el vídeo que aparece en YouTube participa este grupo de mujeres –se habla de doscientas, cuarenta son las más activas– que buscan a sus familiares desaparecidos en el norte de Sinaloa y se les conoce como Las Rastreadoras de El Fuerte o Las Buscadoras:
Lo arrebataron de mis manos aquel día / aún recuerdo aquella triste noticia. / Los rumores se hacían grandes, las mentiras abundantes, / no importaban solo quería encontrarte.
De tantas, las desapariciones y muertes en México pasan inadvertidas para el grueso de la población o caen, sin remedio, en el olvido. Los rostros que alguna vez tuvieron nombre se convierten en cifras ajustadas a modo por los gobiernos, en datos duros de investigaciones periodísticas, en tendencia de Twitter por un día o en cientos de me gusta en Facebook. Y tiempo después, en crónica que compite por un Premio Gabo, en libro de título provocativo o en estampa mexicana que desde el extranjero se mira con asombro, incredulidad o exaltación; en las calles son reclamo o performance recurrente. Pero para ellas –Las Rastreadoras– los desaparecidos no son otra cosa sino sus hijos que salieron a divertirse con los amigos, el esposo al que despidieron por la mañana, el hermano con el que hablaron un martes por la noche, la sobrina quinceañera que trabajaba en la maquila; personas que se dedicaban a algo, personas que no parecían ni tan buenas ni tan malas, o sí, pero personas que no han regresado y nadie tiene muy claro el porqué.
Buscadoras, buscadoras, no se cansan de buscar / que los restos de sus hijos por fin los encontrarán, / que no importa lo que digan, eso ya está de más, / son guerreras que nunca se rendirán.
Poco se sabía de ellas y ahora Las Rastreadoras son uno de los emblemas de la lucha ciudadana en un país que, los historiadores José Manuel Villalpando y Alejandro Rosas dicen que huele a muerte y de Hidalgo a Trotsky –o hasta Ayotzinapa, si actualizamos la frase– ha escrito las páginas de su historia con torrentes de sangre derramada. Una reseña funesta, pero tan real y dolorosa como la descrita por Gloria Fuertes cuando se refiere a la más incivil de las guerras, la Guerra Civil Española cuando “en Madrid llovía metralla, llovían muertos”. Como entonces, la violencia derivada de la guerra contra el narcotráfico ha hecho de México un cementerio descomunal, también “sin tumbas ni cruces”. El horror en toda su expresión.
Otro chico, Edén Rojo Armenta, al que conocen en el ambiente del rap como Eden Soun, les dedica otra pieza, una que muestra con más franqueza ambas caras del desequilibrio social; es decir, un acontecer nauseabundo, pero todavía vivo y, tal vez, en camino de su renovación. “Lo bello y lo feo”, diría la poeta de Lavapiés.
A las dos de la mañana se levanta de la cama, / su nombre es Ana, / va en busca de quien ama, / la acompaña la esperanza, su sombrero, una pala, ocho meses de embarazo y no se detendrá por nada, / no, / ni el mal tiempo ni la adversidad, / del silencio entre la gente ha nacido esta hermandad, / ellas son Las Rastreadoras, / esta una historia más / de este cuento cotidiano que llamamos sociedad.
Edén también es de Sinaloa, de Los Mochis; tiene una cuenta en Twitter con un perfil que dice “enpece en el rap el 2007 y ay bamos con todo”. En otra de sus canciones habla de los desaparecidos y en una más de la violencia en su ciudad:
Bajo el cerro de la memoria / donde a diario hay mucho ruido / cada vez se suman más a los desaparecidos / dónde están esas personas / dónde está mi ser querido / cartelones, pena y llanto por donde quiera que miro.
Es la violencia en las calles / business, guerra sin control / soy espectador de esta mi generación / enredada entre el dinero, balas, lujo y el alcohol / así voy, plasmando en mi libreta quién soy / un usurero.
El sinaloense
En gran medida, El Valle del Fuerte, en el norte de Sinaloa, debe su desarrollo a la migración estadounidense de finales del siglo XIX que propició el gobierno de Porfirio Díaz y estuvo encabezada por Albert Kimsey Owen, un aventurero pudiente de ideales francamente desproporcionados. Fue este personaje y los primeros colonos quienes a golpe de pala y pico se encargaron de transformar el suelo seco de la región en un vergel extraordinario, irrigado por las aguas del río Fuerte que se origina en las Barrancas del Cobre, en Chihuahua, y desemboca en el Golfo de California, en el Pacífico. Parece imaginada por Julio Verne, pero esta historia no es ficción, todo lo contrario, se trata de un relato verídico que, si se mira a la distancia y con detalle, resulta tan osado como el de las propias Rastreadoras.
Las fotografías de Ira Kneeland –un chico sordo, pero con ojos aguzados, de los primeros en establecerse con su familia– dan cuenta de la llegada, el asentamiento de la colonia, su modo de vida austero y posterior crecimiento. Los suyos fueron días de miseria durmiendo en tiendas de campaña que, con los años y la tenacidad de Homero, prosperaron en el cultivo de tomates, naranjas, dátiles, vides y lechugas. Para las fechas en que el mundo observaba los inicios de la Primera Guerra Mundial y México protagonizaba su Revolución, en el valle las industrias agrícola y azucarera se perfilaban como los dos grandes impulsores de la economía del estado. Una proeza.
Más hacia la costa, a ochenta kilómetros de El Fuerte se localiza Los Mochis, orgullosa capital del tomate, tercera ciudad en importancia que –los historiadores deducen– debe su nombre a una derivación de la palabra mochic, tortuga en lengua cahíta, y sus habitantes suelen llamar “mochis”, a secas. Oficialmente se fundó a principios del siglo pasado y fue gracias al cultivo de la caña de azúcar, impulsado por otro migrante, Benjamin Francis Johnston, que desde entonces no ha dejado de ser afluente de dinero. La máxima “infancia es destino” bien podría aplicarse a esta urbe blanca que en la actualidad tiene rasgos ciento por ciento mexicanos y mantiene otros heredados de los colonos yanquis.
Aunque los owenistas no fueron ni los primeros ni los únicos en llegar; siglos atrás, los jesuitas habitaron Guasave y entre sus actividades tuvieron el cultivo de limones y naranjas. Este recuento también obliga a hablar de otros venidos de fuera, los chinos que desde 1890 fueron llegando a La Perla del Pacífico, el puerto de Mazatlán, y con habilidad se convirtieron en mano de obra barata para toda clase de trabajos: mineros, obreros en la construcción, jornaleros en los valles, tenderos. El mestizaje lo completaron los griegos que se establecieron en Culiacán, la capital, durante la década de los años veinte e introdujeron nuevas técnicas para el cultivo de hortalizas que terminaron de catapultar la producción y más tarde las exportaciones. Ahora son “los oaxaquitas”, niños procedentes de Oaxaca –calculan tres de cada diez trabajadores– quienes surcan los campos sinaloenses y en la clandestinidad pierden su infancia a cambio de unos pesos para sus familias.
La diversidad biológica que se percibe en el estado es, sin duda, el efecto de su diversidad cultural y esta, del actuar de cada hombre sobre el entorno. Las crisis económicas en el exterior –y las internas–, la urgencia porfirista de poblar el vacío, después la estrategia de reparto agrario emprendida por el general Lázaro Cárdenas, las continuas guerras que exilian a unos y acercan a otros, el irreversible proceso de industrialización, todo, en el correr de un siglo, contribuyó a moldear el territorio y a forjar la cultura del esfuerzo que caracteriza al sinaloense; por lo demás, un ser mitotero, bueno para la fiesta, que escucha música de banda, toca la tambora, es enamoradizo, con suerte, desenfadado y le reza por igual a la Santa Muerte, a la Virgen de Guadalupe o al Santo Malverde, el patrono de los narcotraficantes. Huelga decir que el estereotipo se impone, pero lo cierto es que, en la actualidad, Sinaloa es una tierra de dualidades, de indígenas yoremes y comunidades extranjeras: urbana y rural, valle y montaña, abundancia y escasez, carnaval y velorio. De héroes como Pedro Infante, y de villanos como El Chapo Guzmán; ambos, junto al tomate, auténticos productos nacionales con calidad de exportación.
Las Rastreadoras
“¿Quién ha atravesado la ciudad y por única música sólo ha tenido los silbidos de sus semejantes, sus propias palabras de asombro y rabia?”, escribía en su manifiesto, a finales de los años setenta, el chileno Roberto Bolaño autor de Los detectives salvajes y 2666, también el escritor infrarrealista que vagó por las calles de la Ciudad de México en un tiempo en que “nos acercábamos a 200 kph al cagadero o a la revolución”. Un tiempo no muy distante de este, cuando con impotencia, como en un laberinto y contra la maquinaria del crimen organizado, Las Rastreadoras son parte de los mexicanos –cada vez más– que solos o en caravana han atravesado de extremo a extremo el país en busca de sus familiares desaparecidos y que por única música solo han tenido los silbidos de sus semejantes y sus propias palabras de asombro y rabia.
Mirna Nereida Medina se encuentra en Guatemala y conversamos por teléfono, por WhatsApp. Su voz es la de una mujer fuerte, pero apesadumbrada; amable, pero discreta; contundente, pero moderada. Es la voz de una sinaloense que en la angustia se convirtió en líder. Con templanza tibetana, como lo ha hecho en distintas entrevistas, explica que el grupo surgió en 2014, cuando Roberto Corrales Medina, su hijo, desapareció en El Fuerte. Desde entonces, Las Rastreadoras han encontrado 81 cuerpos e identificado 54 de una lista con más de cuatrocientos nombres. Dice que las personas se ponen en contacto con ellas y en ese momento cada desaparecido se convierte en otro hijo, uno más como el suyo a quien le prometió no descansar hasta encontrarlo.
Este día participó en una exhumación. La señora Mirna intercambia experiencias con la Fundación de Antropología Forense de Guatemala (FAFG), una organización que lleva 24 años aportando conocimientos en materia de ciencias forenses como un instrumento para “recuperar la historia, esclarecer la verdad, proveer elementos para la justicia, la lucha contra la impunidad y la construcción de la paz”. La FAFG aspira a ser un referente regional en investigación forense aplicada a la búsqueda de personas desaparecidas en las áreas de antropología, arqueología y genética.
Esto significa que recopilan el perfil biológico y social de las víctimas, hacen entrevistas, registran el testimonio de los familiares, escuchan sus historias, recolectan muestras para análisis genéticos y la elaboración del genograma familiar. Además, ubican sitios de enterramiento, buscan, excavan, localizan fosas, recuperan restos óseos humanos y evidencia física, fotografían, anotan lo que ven y tratan de interpretarlo a partir de un método, de una técnica. La FAFG cuenta con un laboratorio de ADN, el único laboratorio forense en Guatemala acreditado internacionalmente bajo la Norma ISO 17025, OGA-LE-033-09. Mirna está en este país para aprender, para poner más rigor al empeño con el que ayudando a otras personas se ayuda a sí misma. Durante nuestra conversación menciona que Las Rastreadoras no buscan culpables, un aspecto que repite en varias ocasiones, en especial cuando le pregunto quiénes son los desaparecidos y ella responde que los hay de todo: consumidores, distribuidores de droga, testigos involuntarios de algún delito. Me dice que eso no importa, solo son madres buscando a sus hijos por amor.
Al inicio estaban solas, pero ahora se coordinan con el gobierno mexicano en sus distintos niveles: federal, estatal y municipal. Rastrean, buscan los fines de semana con la protección de las autoridades; además del equipamiento básico las acompaña un canino y en Los Mochis tienen una oficina donde realizan diversas gestiones y, cuando está cerrada, me dice, la gente aprovecha para hacer denuncias anónimas o dejar información valiosa por debajo de la puerta. Dentro de su pena, Mirna se escucha contenta por los logros que han tenido y con la esperanza firme en localizar a más desaparecidos. Sobre la situación del país prefiere no hacer ningún comentario.
Está por salir a cenar, antes de terminar la llamada le hago una pregunta más:
—¿Qué le dice a la sociedad, qué debería saber sobre Las Rastreadoras?
—Que sí se puede, que no debemos claudicar. Las Rastreadoras somos unas guerreras, somos una familia y aunque ahora valoro más la vida, quisiera no haber vivido esto. No tuvo que suceder.
Nodo MxM
La Real Academia de la Lengua Española define un nodo –del latín nodus, nudo– como “un esquema o representación gráfica en forma de árbol, cada uno de los puntos de origen de las distintas ramificaciones”. Estos puntos están unidos entre sí y juntos constituyen un todo, una especie de red, de entramado. Antoine de Saint-Exupéry es, quizás, quien mejor definió el significado de los nodos o nudos de relaciones entre las personas que conforman el tejido social. Para el escritor francés las lágrimas, las despedidas, los reproches, las alegrías compartidas son lo que nos mantiene atados a la vida y nos liga a los demás. Por eso también afirmaba que “solo existe un verdadero lujo, y es el de las relaciones humanas”.
Nodo MxM es eso: ramificaciones de México en España, personas ligadas por las vivencias que comparten de uno y otro lado del océano y, también, un colectivo de mexicanos residentes en Madrid. Juntos, difunden la cultura de su país en el extranjero, respaldan iniciativas similares de colectivos europeos, apoyan movimientos sociales en México o muestran su descontento por las acciones u omisiones del gobierno mexicano para frenar la inseguridad. Se constituyern en 2016 y a partir de este año han realizado diversas actividades. Uno de sus miembros es originario de Sinaloa, prefiere que no mencione su nombre, pero nos reunimos para conversar acerca de la ayuda que brindaron a Las Rastreadoras.
Me dice que supo del caso por algunas notas de prensa, entonces buscó más información y la manera de contactar a Mirna Medina para indagar de qué forma podían contribuir con una causa que debería ser la de todos. Si bien ni los euros ni los pesos abundan en los bolsillos del ciudadano común, Nodo MxM organizó una colecta de dinero con el que compró zapatos, guantes, palas, cubrebocas, sombreros y machetes que recién entregaron a Las Rastreadores en Los Mochis. El apoyo provino un poco de diferentes lugares: España, Francia, Reino Unido, Suecia, Alemania, Australia, Canadá y también de México. Desde el extranjero la colaboración fue mayor en número de personas, pero reducida en términos económicos debido –comenta– a la precariedad de la vida en la región. No obstante, la gente fue solidaria con lo que pudo y, sin proponérselo, hizo que simultáneamente, a mediados de abril, se emitieran dos discursos: uno, el del canciller mexicano en España para hablar de los vínculos entre las dos naciones y sus intereses comerciales; otro, el de la ciudadanía que también conoce de esos temas, pero los observa desde un peldaño más abajo, uno donde la economía no es tan pujante ni la realidad tan pomposa.
Del mero Sinaloa
Rafael Caro Quintero; Ernesto Fonseca Carrillo, Don Neto; Juan José Esparragoza Moreno, El Azul; los hermanos Beltrán Leyva y Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, El Chapo Guzmán, son originarios de Badiraguato. Este listado se engrosa todavía más con Amado Carrillo Fuentes, El señor de los cielos, que nació en Guamuchilito; Ismael El Mayo Zambada, de El Álamo; los hermanos Arellano Félix, de Culiacán y Héctor Luis El Güero Palma Salazar, de Mocorito. Emblemas de la novela negra que ha inspirado a escritores como Elmer Mendoza. Todos sinaloenses y todos narcotraficantes en la zona que se conoce como el Triángulo Dorado que comprende los estados de Durango, Chihuahua y, claro está, Sinaloa.
Empezó siendo un negocio familiar y un modo de subsistencia para los menos favorecidos en la sierra, pero al finalizar la década de los setenta, del siglo pasado, la siembra de marihuana ya era una empresa rentable y un mercado potencial que estos personajes se encargaron de administrar. Así fue hasta los noventa, cuando el equilibrio se rompió y se hizo evidente la rivalidad por el control de las plazas; es decir, por el control de las ciudades y de lo que transita por sus calles: personas, dinero, droga, vehículos, información. En 2006, con la llegada de Felipe Calderón Hinojosa a la presidencia de la República, esta batalla de fuerzas –que nadie gana– derivó en un torbellino social que hoy supera la violencia causada solo por el narcotráfico.
Desde entonces, como registró Bolaño en su paso por el país, “formas de vida y formas de muerte se pasean cotidianamente por la retina”: sicarios que matan a cualquiera, narcomenudistas que hacen negocios en los barrios, policías municipales que extorsionan a comerciantes, adolescentes que a modo de halcones vigilan determinada esquina, familias que huyen a donde sea, periodistas que luego son asesinados, mujeres que rastrean los cuerpos de otros que también fueron asesinados. Es “la experiencia disparada, estructuras que se van devorando a sí mismas, contradicciones locas”. “Tiempos duros para el hombre”. Esto sucede en México.
Rastrear, buscar la vida
Entre el 5 y el 7 de mayo, Las Rastreadoras localizaron dos cuerpos más: el de una chica en Culiacán y el de un chico en Guasave. Algunos medios mexicanos dieron la noticia y para hacerlo se refirieron al hallazgo, a los restos de la joven, a la osamenta, a los zapatos, la chamarra y el pantalón que pertenecían al joven, al embolsado. “Otra historia conmovedora”, reportaron. Para Las Rastreadoras son momentos a los que ya se han enfrentado, pero no por eso dejan de ser crueles, inhumanos. “Están tristes. Cada vez que encuentran a uno de los suyos les da un bajón”, me dice el integrante de Nodo MxM que mantiene comunicación con la señora Mirna y que ya se coordina con otros colectivos internacionales para que Las Rastreadoras viajen a España y se incorporen a la “Ruta Europa” de la exposición itinerante Huellas de la Memoria, organizada por el escultor Alfredo López Casanova a manera de homenaje, también para visibilizar la desaparición de personas en México y, con ello, propiciar que la sociedad europea comprenda la gravedad del problema nacional y la amargura de la pérdida individual, la de cada mexicano que ruega por un regreso improbable.
El recorrido se inició en marzo, primero se presentó en Londres, después en París y continuará por otras ciudades hasta terminar en Barcelona en el mes de septiembre. Son fotografías, zapatos que cuelgan de un hilo, relatos que suplen personas, que disimulan su ausencia y amortiguan una espera que se hace eterna; esos minutos, horas, días que se vuelven años y luego se pierden en un expediente que, de tan grande, da la impresión de pertenecer a la tradición o el folclore mexicano, como beber tequila o comer tacos: desaparecer a aquellos que, por alguna razón, representan un inconveniente para alguien más.
Rosario Ibarra de Piedra –activista, fundadora del Comité Eureka, exsenadora, candidata al Premio Nobel de la Paz–, desde 1975 busca a su hijo desaparecido en Monterrey, cuando policías estatales lo detuvieron por sus actividades como miembro de la Liga Comunista 23 de septiembre. Era la época que se conoce como la Guerra Sucia por las medidas de represión empleadas para disolver la protesta social y los movimientos opositores al gobierno, que Rosario Ibarra recuerda así en su blog:
Martes, abril 18, 2006. Valiosos hijos dignos
“Leí ayer en ‘El Correo Ilustrado’ de La Jornada, y en una copia que conservaré como un tesoro, una carta bellísima de dos jóvenes (mujer y varón) a quienes quiero entrañablemente. Son hijos de dos bravías mujeres, a las que quiero igual que a sus hijos. Al momento de leer la carta, se vino a mi mente aquel abril en el que tuvimos que empezar a contar a los desaparecidos, ya no por años, como solíamos hacerlo desde que iniciamos la lucha por sus vidas y por su libertad, sino por meses, porque la horrenda ‘Brigada Blanca’, desatada y feroz, dejaba su huella por todo el territorio nacional, siempre protegida por la impunidad que le daba el mal gobierno”.
“Los desaparecidos del mes de abril”, era el título del volante que repartíamos en plazas, calles, mercados, escuelas, colonias populares, iglesias y cuantos lugares considerábamos que serían receptivos a nuestro reclamo y los rostros como azorados de fotografías de credenciales, de todos los jóvenes secuestrados en ese mes, ilustraban la terrible situación que se vivía en el país”.
* * *
Las Rastreadoras de El Fuerte comenzaron a rastrear en 2014. No buscan culpables, tampoco las causas de las desapariciones, insisten, solo se trata de buscar a los desaparecidos –de cualquier modo y hasta encontrarlos–, como haría cualquiera en la misma situación, como han hecho durante cuarenta años las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina, para saber qué fue de sus hijos secuestrados por los “grupos de tareas” cuando la dictadura. Diferencias en la lucha las hay, pero en el fondo estas mujeres persiguen lo mismo. El 30 de abril, Nora Morales Cortiñas, activista y cofundadora del movimiento argentino, recordó su nacimiento y dijo a la prensa que “ahora se quiere desdibujar la historia que vivimos. Acá no hubo guerra sucia, acá hubo un ejército que avasalló todos los derechos humanos”.
En México la tiranía del crimen organizado tampoco da descanso. La noche del 10 de mayo, fecha en que se celebra el Día de las Madres, la activista Miriam Elizabeth Rodríguez Martínez fue asesinada por un comando armado. Miriam representaba al Colectivo de Desaparecidos de San Fernando en el estado de Tamaulipas; como la señora Mirna en Sinaloa, ella se consagró a la búsqueda de su hija Karen, desaparecida en 2012, a la que encontró años después, sin vida y enterrada en una fosa clandestina. El mismo 10 de mayo, las madres de otros desaparecidos marcharon por las calles de Xalapa, la capital veracruzana, para denunciar el aumento de secuestros, lo que significa más desapariciones y, en muchos de los casos, más muertos. Días antes, el 5 de mayo, el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México expresaba que la muerte de Lesvy Berlín Osorio Martínez, la chica de 22 años que encontraron en los jardines de Ciudad Universitaria, “representa todo lo que como sociedad no queremos ser”.
Pero somos. Aunque el gobierno mexicano rechace las conclusiones del informe del Instituto de Estudios Estratégicos (IISS) que coloca al país como el segundo en muertes más violentas, solo por debajo de Siria. Aunque también ignore el Informe Anual de Amnistía Internacional 2016/2017 que destaca el caso de México por la gravedad –por la frecuencia, por la impunidad– de las violaciones a los derechos humanos en su territorio. Aunque siga sin esclarecerse la desaparición forzada de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Aunque haya alrededor de 30 mil desaparecidos y el inventario siga en aumento. No es realismo mágico, pero el país sí es un llano en llamas donde “los muertos pesan más que los vivos; lo aplastan a uno”, como en los cuentos de Juan Rulfo.
Acaso por esto es que Las Rastreadoras se aferran a la vida y la buscan en la unidad, en la organización, al capacitarse. Buscan y paso a paso se encuentran con otros mexicanos como los que integran el colectivo Nodo MxM. Su trayecto también implica una búsqueda interior, el reconocerse en esta realidad completamente distinta en la que han dejado de ser victima y, más allá del impasse político, comienzan a asumirse como reconstructoras de una sociedad asimétrica y doliente que no puede darse el lujo –el desperdicio, la parsimonia– de pensar en el futuro, porque si pretende que llegue, primero ha de ocuparse del presente, de hacer, de todas, una lucha común que una los aprendizajes de aquí y de allá, que articule lo que está desarticulado. Se nos olvida, pero es lo que hicieron Los topos, el equipo de rescatistas mexicanos que se formó a raíz del terremoto de 1985: levantando los escombros, aprendieron que esto no se trata de otra cosa sino de rastrear, de buscar la vida.
En memoria de Javier Valdez, mexicano asesinado en Culiacán, Sinaloa
el 15 de mayo de 2017. El culichi para quien lo peor sería dejar de apedrear estrellas –“no importa que no tumbemos ninguna”–. El periodista que le dijo a Mirna Medina, a Las Rastreadoras, que algún día contaría su historia.
Gloria Serrano es periodista mexicana, decidida a mantener sus quinientas libras y una habitación propia, que ha complementado sus estudios con un Máster en Gestión de Políticas y Proyectos Culturales (Universidad de Zaragoza). Actualmente es corresponsal en Madrid del periódico La Jornada Maya. Entiende la cultura como un eje transversal que toca todas las áreas del quehacer humano, lo que califica como “cultura de banda ancha”. “Saber mirar y saber decir” considera son los principales retos del periodismo que aspira a no quedarse en el olvido contando algo más que una simple historia. En FronteraD ha publicado La mejor jugada: Ajedrez sin fronteras, El tiempo de las cerezas. Ecos entre el último congreso anarquista y el 15M y De cine y precariedad de la vida, aquí, hoy. A partir de ‘A cambio de nada’, de Daniel Guzmán. En Twitter: @gloriaserranos