- La guerra civil de Siria alcanza su punto culminante a finales de 2014. Miles de refugiados huyen a través de Turquía y llegan a los Balcanes. Este éxodo masivo añadirá dramatismo a la constante llegada de inmigrantes desde el norte de África cruzando el Mediterráneo. Gevgelija. Frontera entre Grecia y Macedonia del Norte.
- Disturbios por subir a los autobuses que los llevarán a Serbia, su siguiente alto en el camino. Las mafias locales les cobrarán por ello y los pararán en cualquier sitio en el que puedan gastar el poco dinero que traen. Gevgelija. Frontera de Grecia y Macedonia del Norte.
- El camino hacia la Unión Europea sigue abierto, pero será por poco tiempo. La estación ferroviaria de Sid está habilitada para satisfacer las necesidades de refugiados en transito. Desde esta estación partirán rumbo a Austria recorriendo en el camino Croacia y Eslovenia. Sid. Frontera entre Serbia y Croacia.
- La vida en un campo de transito es eterna espera. Mayores y niños son ayudados por voluntarios de Ong’s pero ese tiempo corre muy despacio. Se intenta mantener la dignidad del que nada tiene. Es una misión difícil. Se pierden los nervios. Sid. Frontera entre Serbia y Croacia.
- Las fronteras de la Unión Europea ya están cerradas. Los mensajes de los refugiados en las paredes de la estación de Belgrado son una suplica. Desmantelan el refugio de los últimos meses de miles de personas y son repartidos por diferentes campos mientras se decide que hacer con ellos. Belgrado ( Serbia).
- Empieza el «Game». El juego consiste en utilizar cualquier vía disponible para alcanzar la Unión Europea y poder pedir asilo. Todo vale. Tren, coche, a pie, incluso falsificar documentos e intentarlo en avión. En ello quedarán atrapadas muchas personas. Las mafias volverán a tener un papel clave. Dinero, mucho, a cambio de llegar al destino deseado. Las policías fronterizas se mostrarán más duras que nunca. Sid. Frontera entre Serbia y Croacia.
- Los migrantes se van trasladando buscando otras fronteras menos vigiladas. Las ayudas son recibidas en cualquier lugar. Estación de trenes de Sarajevo. Bosnia Herzegovina.
- Las instalaciones abandonadas de una antigua fabrica sirven de refugio permanente para todos aquellos que cada noche intentan pasar al lado croata. Lo hacen a pie y si son sorprendidos por la policía reciben una paliza y son despojados de móviles y ropa de abrigo. Velika-Kladusa. Bosnia Herzegovina.
- El cansancio y la desesperación hacen mella en los «gamers». Sólo unos pocos lo consiguen. A través de Frontex se ha conseguido reforzar las zonas calientes de paso. Muy pocos lo conseguirán sin recurrir a las mafias. Velika-Kladusa Bosnia Herzegovina.
- Empezando el 2020 otro foco de crisis migratoria estalla entre el gobierno turco y la Unión Europea. Erdogan presiona a Bruselas dando rienda suelta al flujo migratorio en la frontera con Grecia. Días después se declarará la pandemia por Covid-19. Antigua estación de autobuses de Edirne. Turquía.
- El paso fronterizo de Pazar Kulé y el río Meriç son los obstáculos entre Turquía y Europa. Miles de personas caminan junto a la frontera en busca de su oportunidad. Pazar Kulé. Edirne. Turquía.
- Los rumores de apertura de fronteras son constantes en los corrillos. Erdogan está forzando al límite la frontera griega. Días después Turquía y Bruselas llegan a un acuerdo y los migrantes se quedan varados en el lado turco. Los que han conseguido pasar serán llevados a campos de refugiados en Grecia. Edirne. Turquía.
- La Rusia de Vladímir Putin invade Ucrania. Los hombres deben quedarse en suelo ucraniano para defender la patria. En las fronteras sólo se ven mujeres, niños y rara vez algún anciano sin condiciones para luchar. Paso fronterizo de Vama Siret. Rumanía.
- En la ciudad de Chernivtsi, a 50 km de la frontera con Rumanía, se hace un llamamiento a la incorporación al ejército para defender la patria del invasor. En las calles hay poca gente, aunque se intenta vivir una normalidad que se mezcla con la tensión por los acontecimientos. Chernivtsi. Ucrania.
- Muchos son los lugares dónde se acoge a las personas en transito. Desde centros comerciales a polideportivos u otras instalaciones gubernamentales y municipales. Pasan el tiempo justo para reponer fuerzas y desde allí serán llevadas a los lugares de Europa que ellos mismos elijan. Polideportivo de Dumbrâveni. Rumanía.
- Cualquier medio de transporte vale, incluso los particulares. La diáspora ucraniana ha empezado. Nadie quiere irse demasiado lejos. Todos quieren volver y reconstruir lo que es suyo. La espera será un caballo de batalla que muchos no conseguirán superar. Estación de tren de Suceava. Rumanía.
Recuerdos de mi infancia, quizás semiolvidados por el paso del tiempo, aquella televisión en blanco y negro, ese transistor con el que mi madre escuchaba a Elena Francis o la radionovela que tocase en ese momento, el juego de café de una cristalería fina y tantas y tantas cosas que había en casa. Electrodomésticos cuya marca en España no se podían comprar y que poseían los emigrantes que estaban de vuelta a la patria.
En los años 50 y 60 del siglo pasado muchas personas de nuestro país tuvieron la valentía de buscar otros horizontes donde buscarse las habichuelas. En aquel momento nadie distinguía entre migrantes económicos o aquellos que salían de sus casas, pueblos, países por persecución política o por alguna guerra quizás silenciada o, en el peor de los casos, olvidada.
Las cosas no han cambiado, es más, han empeorado en este siglo que vivimos y que algunos creíamos, gracias al nivel tecnológico alcanzado, que se resolverían muchos de los problemas que han azotado ancestralmente a nuestro planeta. Desde que recuerdo y tengo uso de razón, siempre he visto la televisión con los ojos del que quiere saber. Con el tiempo he preferido buscar la información en los libros, pero siempre tendré grabadas en mi memoria las imágenes que nos proporciona la caja mágica o tonta, depende del punto de vista.
Desde la revolución del ayatollah Jomeini en Irán a la Contra en Nicaragua, de la muerte de rehenes en los Juegos Olímpicos de Múnich al asedio de mi amada Sarajevo o el genocidio de Srebrenica o Ruanda, el caso es que yo y, supongo que millones de personas, quisimos soñar con la esperanza de que este siglo en el que vivimos fuera de una evolución positiva para los seres humanos, los animales y el medio ambiente de nuestro planeta azul.
Pero no. No ha sido así.
Ahora tenemos otras guerras. Siria, Yemen, Afganistán, Ucrania, una pandemia y una naturaleza que se nos revela y que nos castiga con todas sus fuerzas por nuestra ineptitud como gestores de nuestro destino. Todas estas desigualdades provocadas por la naturaleza, por la economía salvaje, por las guerras, o por la apatía de la sociedad hacia los que no son su reflejo tienen un denominador común: los migrantes, los que huyen de la muerte, los que buscan un futuro mejor, los desarraigados.
La emigración del siglo XX fue exactamente igual a la de estos momentos y los motivos no han cambiado. Desde la perspectiva de un apasionado de la historia, del fotoperiodismo y del ser humano, aunque este en muchos casos no lo merezca, me asaltan preguntas.
¿Que diferencia a mis padres de Zied, o Tarik, o Abdul, o de tantos otros que he conocido en las fronteras?
La respuesta es nada.
¿Que trato merecen por nuestra parte aquellos que ahora hacen lo mismo que hicieron nuestros abuelos o nuestros padres?
La respuesta es que lo mismo que los nuestros recibieron. Trabajo, la oportunidad de mejorar sus vidas y la posibilidad de volver con la cabeza bien alta.
¿Que pueden aportar los que vienen a una sociedad ceñida por estrictos cánones económicos como la nuestra, que marcan la política, la religión o el día a día de sus ciudadanos?
La respuesta es trabajo, cultura y una visión más humana que nos acerca a los desfavorecidos.
De Sid a Belgrado, de Bihać a Velika Kladusa, de Gevgelija a Skopje, de Edirne a Pazar Kule, o la última frontera en la que he trabajado Siret, siempre he visto personas que huyen de lo mismo, de la guerra o de las consecuencias de la misma. Quizás tengamos que normalizar situaciones que nunca deberían suceder porque la historia no hace otra cosa que repetirse. Pero no nos podemos permitir normalizar lo que hacemos después de que ocurran. Diferenciar a seres humanos porque sus guerras o sus miserias nos pillan más o menos cerca acabará volviéndose en nuestra contra.
El mundo globalizado, ese que recorremos a golpe de click, nos acerca lo aceptable de cada mundo, pero también lo inaceptable. No podemos mirar hacia otro lado. Hay que tener la valentía de mirar de frente y reconocer que en nuestra falta de empatía hacia otros nos estamos jugando miles de vidas.
Esta pequeña muestra explica el desarrollo de la llamada ruta balcánica. Son 17 fotografías tomadas desde 2014 hasta nuestros días. Los países recorridos por este fotógrafo son Turquía, Grecia, Macedonia del Norte, Serbia, Bosnia-Herzegovina, Croacia, Rumanía y Ucrania. En alguna ocasión he compaginado mi trabajo profesional en la radio con mi pasión como fotoperiodista, pero la mayor parte de este trabajo es consecuencia de viajes personales por un territorio, los Balcanes, que me fascina y una preocupación permanente: la de los que huyen en busca de un mundo mejor en el que vivir.