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Mientras tantoRecortes de una reflexión sobre el pasado

Recortes de una reflexión sobre el pasado

La historia no tiene libreto    el blog de Joseba Louzao

 

Silencio, destierro y astucia. Son las tres únicas armas defensivas de ese autobiográfico artista adolescente joyceano llamado Stephen Dedalus. La bibliografía sobre el laberíntico universo literario y vital de James Joyce es titánica, inalcanzable. Pero uno cree, ¿equivocadamente?, que quizá todo Joyce se pueda encontrar en el significado de esas tres palabras.

 

Silencio, destierro y astucia. Hay un momento en la novela de Joyce en la que Stephen, aún niño, tiene que pedir perdón. No es extraño para los desterrados: siempre tienen que excusarse, pedir perdón. Constantemente. Sin mirar nunca hacia atrás.

 

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Los tropos construyen las diferentes narrativas. La historia nos lo recuerda a cada paso. Por ello, debemos ser excesivamente críticos con estas construcciones, ya que en la gran mayoría de las ocasiones también son nuestras. Ante historiador de hoy surge la encrucijada de ser autor de la desconfianza o del afirmamiento. Poco más espacio hay.

 

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En defensa de la historia, quizá, sólo nos quede devolver a Clío lo que fue suyo. Signifique lo que signifique esto, por cierto.

 

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Ya lo dejó escrito para la posteridad el Nobel húngaro Imre Kertész: el peligro que más acecha al hombre es la libertad.

 

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Es necesario recordarlo: la memoria es lo único que asegura fervientemente la permanencia de la identidad. Sin memoria no somos, no hay identidad. En el fondo, tras esta apropiación se encuentra la no confesada idea de de estabilidad y pervivencia en el tiempo. La memoria surge de la identidad, y no al revés, porque es la confirmación de lo que creemos que fuimos, somos y seremos. El pasado poco importa. Y es que la búsqueda de la memoria rompe con la historia.

 

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Algunos pretenden que los muertos nos atrapen y nos gobiernen. Echo una mirada alrededor y descubro voces que llaman insistentemente a una forma particular de necrocracia. Los muertos, nuestros muertos, sus muertos. Quizá no lo llegaré a entender jamás, ya que en mi casa nunca hubo ese tipo de muertes.

 

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Leer la prensa y saber que vivo en un país que vive a golpe de celebraciones conmemorativas. El pasado y el dinero se escaparon a través de sus costados.

 

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Regresar al artículo La España de hoy de Galdós. Podría ser nuestro coetáneo, con tranquilidad y sin esmero. Allí muestra un lastimero e inconsciente aviso sobre la distorsión que implica la amargura: “Bien puedo asegurar que la situación presente, de las más críticas en la trágica de mi país, ofrece un nudo muy difícil de desatar” (La Publicidad, 11 de abril de 1901). Un siglo después muchos opinan lo mismo. La mirada atormentada consuela, pero no tiene que ser necesariamente auténtica. No siempre lo peor es cierto.

 

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Resulta llamativo escuchar en el desaliento expresiones como “siempre hay tiempo”. Mentira. Todo es tiempo. Nosotros también y no podemos escapar de él. Todos. Todo. Tiempo.

 

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Los grandes cambios de la humanidad siempre han traído consigo la mudanza del aroma general (aunque pueda quedar mal, debo reconocer que esto lo entendí leyendo a Rafael Sánchez Mazas). Es una lástima que los historiadores no podamos reconstruir con brillantez estos cambios (muy pocos lo han intentado alguna vez). Cada vez creo que esa dificultad es nuestra mayor limitación. Intentó forzar la nariz y me preguntó: ¿algo ha cambiado?

 

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Me voy a permitir cerrar estos recortes con una frase tajante y, como tal, bastante discutible: los malos historiadores creen que hacer historia es muy difícil, los buenos historiadores saben que es imposible. La copio al final para no tener que dar más explicaciones. Hubiese sido un error como encabezamiento de cualquier texto, ya que tendría que demostrarla. 

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