Terminarlo ya es un logro. El 2014 fue un año largo.
Constato que mis amigos están ahí, mi esposa sigue a mi lado y que el 2014 viví (por primera vez en 14 años) un mes de invierno en Lima. Entre los grandes logros: pasé un examen general en el que me encontré con Martín Fierro y con un análisis extenso (y ya caduco) acerca de las virtudes del Cantar del Mio Cid.
No sé cómo dividí el tiempo para encontrar las horas intensas que requieren los trabajos del Doctorado y las diez clases que me tocó dictar este año. Felizmente (también por primera vez en 14 años) este año, gracias a la enseñanza, mi trabajo de supervivencia de los fines de semana se hizo menos necesario. No sé qué pasará a fines de agosto cuando se acabe mi posición de profesor substituto y vuelva a los rangos de adjunto. Las únicas palabras de consuelo que encuentro dentro de mi poca fervorosa tradición católica son: Dios proveerá. Constato asombrado que hasta hoy, con sus altibajos, ese lema –que a veces veces justifica la falta de ambiciones– no me ha fallado.
Supongo que mi carácter y la bondad de mis alumnos me permitieron realizar esta hazaña. Aprendí mucho y considero que de eso se tratan los buenos años. Entre las horas de clases nacieron dos ejemplares de ese bello engendro llamado Los Bárbaros. En 2014 aprendí lo maravilloso que es trabajar de editor.
No he escrito tanto como debería. Incluso estas breves crónicas de Newyópolis se paralizaron más de lo que hubiera querido. Escribí dos cuentos largos y, si todo sale bien, uno de ellos saldrá publicado pronto en una editorial de los Estados Unidos. Los demás, arrejuntados y sin padre, miran al 2015 y quieren creer que ese año también les llegará su editor.
Vi muchas películas, casi todas clásicas. Como suele suceder, creo que el profesor aprendió más que los alumnos. Me quedo para siempre con las imágenes de la clase entera aplaudiendo al final de The kid de Charles Chaplin. También con los rostros pasmados de ellos cuando estalla lo que tenía que estallar en Easy Rider y cuando se van para siempre las manos agarradas de Thelma & Louise. Vi otra vez, en renovada situación de felicidad, Diarios de motocicleta, con mis alumnos de SPA 113 (Heritage Speakers) y la declaro la película perfecta para enseñarles el amor por Latinoamérica (El semestre pasado vimos Viaje a Tombuctú: la película perfecta para hacer pensar y llorar a un joven emigrante).
Agradezco a todos. A los lectores de este blog y en especial a quien alguna vez se detuvo para decirme algún detalle bonito sobre mis líneas (que muchas veces he llegado a creer que tras apretar el botón «guardar» se pierden para siempre en las nubes del ciberespacio). A quienes compartieron una copa de vino conmigo, familiares y amigos. A quienes compartimos un cebiche, un ají de gallina y los pisco sours de Alexis en mi cumpleaños. A los amigos de las parrailladas del fin de semana en New Jersey. A quienes me dieron las direcciones en los caminos. A mis padres y hermanos. A mis sobrinos que me hicieron cargarlos y recordar que ya estoy viejo y que debo tener mis propios hijos. A los alumnos que me abrazaron al final del año sin que yo se los pidiera. También a los que prefirieron guardar silencio, sin decirme que detestaban mi clase. (He estado en esa posición y nunca es bueno callar: pasen por mi despacho el 2015).
A los escritores que hicieron posible mi vida de editor. A todos los que colaboraron sin pedir nada a cambio (aunque algunos pidieron y tuve que decir que no hay dinero) con Los Bárbaros. A Dante Trujillo que distribuyó la revista en Lima, se encargó de conseguirnos un lugar y una hora para presentarla en la FIL y cuya obra con Buensalvaje supera el adjetivo de admirable. A Javier Molea que nos hizo suficiente espacio para que le llenáramos McNally Jackson. A Francisco Ángeles y a Jennifer Thorndike (cuya reseña les debo, porque hoy no he tenido fuerzas para terminar) por venir desde Filadelfia, una tarde, solo para que los escuchemos leer y que por cuestiones de trenes tuvieron que marchar, cual cenicientas, antes de la medianoche. A Eduardo Halfon que nos dijo que sí para el primer número del 2015. A Mercedes Cebrián que nos dijo que sí para el 2014. También a Juan Villoro, Lina Meruane, Diego Trelles, Gabriela Alemán, Fernanda Trías, Mariana Graciano, Roger Santiváñez, Lorea Canales, Claudia Salazar, Soledad Marambio, Alfonso Armada, Oswaldo Zavala, Osdany Morales, Francisco Díaz Klaassen, Alexis Iparraguirre, Almudena Vidorreta, que dijeron que sí a pesar de que seguramente tienen mejores casas editoriales donde publicar sus textos. A los que dijeron puede ser y estoy seguro que dirán que sí el 2015.
A los demás amigos, que son muchos: Benny Chueca, Lena Retamoso, Alberto Valdivia, Héctor Velarde, Camilo Torres, Renso Gonzales, Eduardo Yaguas, David Galliquio, Manuel Gómez Burns, Laura Sández, Luis Henao, Úrsula Fuentesberain, Elisa Díaz, Michael Rolland. Y, sobre todo, a Isabel Domínguez, gran amiga y ejemplo de bondad, que ha prometido convertirse en mecenas de la revista si se gana esta noche la lotería de Galicia (mucha suerte).
También, y con esto acabo, agradezco a los autores que enriquecieron mi vida con sus libros este año. Como odio los rankings pero no me queda otra –también quiero irme ya a celebrar–, acá les mando mi lista de lecturas favoritas del año 2014. En orden de preferencia. Un abrazo para todos, y que el 2015 os sea propicio. Feliz año.
1. Ficciones, de Jorge Luis Borges. La mágica relectura del año. Ese libro que me llevaría a la isla desierta.
2. Martín Fierro, de José Hernández. Una poema de esos que quieren decirlo todo.
3. Trabajos del reino, de Yuri Herrera. Luego lean Señales y se volverán adictos.
4. Austin, Texas 1979, de Francisco Ángeles. Le debo una reseña (pero está tres puestos abajo de Borges…).
5. El lugar del cuerpo, de Rodrigo Hasbún. Impactante primera novela. Recuperación del sello Santuario.
6. De eso se trata, de Juan Villoro. Relectura. En la tradición de los ensayos de Pitol, pero mejor.
7. Casi nunca, de Daniel Sada. Una telenovela mexicana como ya no se escriben telenovelas.
8. Llamada perdida, de Gabriela Wiener. Así también se escriben cŕonicas memorables.
9. Virus tropical, de Power Paola. La historieta hecha libro: en la tradición del Persépolis, de Satrapi.
10. Trilogía de los Pizarro: Amazonas en las Indias, de Miguel Zugasti. Brillante trabajo filológico a partir de tres comedias de Tirso de Molina.