Hay días de invierno en los que parece que el frío pudiera congelarte los recuerdos. De repente, no te acuerdas dónde estabas en mitad de agosto, ni siquiera cual fue el mejor día de tu vida, ni el por qué. Es un sentimiento extraño, mezcla de desesperación y aburrimiento. Cierras los ojos y te pierdes en las brumas que sin querer desdibujan tus recuerdos, encogiéndolos hasta convertirlos en un puntito, incluso aquellos que fueron felices. Y son justo esos, los más felices, los que antes acaban por evaporarse. Como mucho, de lo más que te acuerdas es de algún episodio aislado, de aquella playa solitaria, de aquella noche en la que te diste cuenta de que todo había cambiado, de aquella canción de Jovanotti, de las cosas que echaste de menos…´Los recuerdos son maravillosos, si no tienes que afrontar un pasado con ellos`, dice Julie Delpy en ´Antes del Atardecer` (¿o era ´… del Anochecer`?)… Tal vez lleve razón, aunque tú no te des cuenta. Mis recuerdos se amontonan como viejas imágenes deslucidas de Polaroid. Y te preguntas si en Cannes aún se acuerdan de Jacques Audiard y si los Hot Chip siguen escalando puestos en la lista de discos del The Guardian, sin que nadie se acuerde de ellos… ¿por qué no consigo que los buenos momentos se abran paso en mi memoria?
Con el tiempo has aprendido que la memoria es burlona y casi tan caprichosa como la imaginación. Es un poco como esas mañanas en las que te levantas con ganas de comerte el mundo, tarareando una canción sin motivo, con una segura sonrisa en la boca y esa caprichosa melodía metida en la cabeza, revoloteando, sin manera –ni ganas– de sacártela de encima. Y ese día, todos tus recuerdos dejan de ser trazos de lágrimas y se contagian también de ese optimismo prestado y de esa melodía de ida y vuelta. Ese mismo verano del que ya casi ni te acordabas ayer, lo ves hoy distinto, tan claro y vívido. Y aquella playa solitaria y esa noche en la que todo cambió ya no aparecen en blanco y negro, teñidas ahora de un desbocado colorido como salido de esa mágica paleta de Matisse.
Me encantaría que mi vida fuera como esas películas que recogen con delicadeza los pequeños recuerdos de la vida, como pompas de jabón. No olvidarme nunca de aquellas historias de ríos naranjas y cielos rojos que me contabas de pequeña mientras me alborotabas el pelo. Y no olvidar aquella frase que tanto me repetías y que entonces, no entendía: ´Los viajes más interesantes son siempre aquellos de los que se desconoce el destino`.
Nunca entendí aquello, nunca, hasta ahora que las maletas se cuelan en mis sueños.
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Cuadro: La habitacion roja de Matisse