Leo el relato sobre Foster Wallace que un amigo guionista me envió esta mañana. En él habla de su viejo Chrevrolet, de un viaje por la costa Oeste, y de los pechos pequeños y duros de su mujer. Ni siquiera sé el porqué, pero “I just want to be your everything”, una canción esperanzadora se cuela en medio de tanta tristeza, poniéndole música a un suicidio que desde el principio parece anunciado.
Lo leo con verdadero interés, es un relato bueno, muy bueno, aunque como ya he dicho triste. De vez en cuando mi amigo me sorprende con estos pequeños regalos. Sabe que me gustan, y cada vez lo hace más a menudo sin ninguna excusa. Es tal mi entusiasmo, que me responde agradecido restándole importancia. Es una suerte que no pueda verme, porque si viera mi expresión, si supiera de mi egoísmo, no se mostraría tan complaciente. Tampoco le engaño, se lo dije una vez: me gusta leerte porque al hacerlo, me entran ganas de escribir. Le puse entonces, el ejemplo del cine porno. Es lo mismo que cuando ves una esas películas de Rocco Siffredi y te entran ganas de pasarlo bien, le dije, pues lo mismo me pasa contigo y la escritura. Por inesperada, creo que le hizo gracia la comparativa, para él no dejo de ser una chica rara que también escribe.
Lo que mi amigo guionista no sabe es que el poder pornográfico de su escritura lo tienen no solo sus relatos, hay otros muchos autores que me incitan a agarrarme a la mesa y escribir con las mismas ganas. Me está pasando ahora con Clarice Lispector y su “Aprendiendo a vivir” y me pasó mucho antes con Moravia y sus cuentos. El efecto suele ser tan fulminante, que a veces debo interrumpir la lectura, y cuando quiero darme cuenta ya me he abalanzado sobre el papel, y si no lo tengo a mano, ya estoy tomando notas con la imaginación sin importarme donde esté. Es una sensación de vértigo, un efecto parecido al que cocina una receta improvisada, o escribe en la ducha mientras se enjabona, una masturbación mental que aunque al principio me deja aturdida, termino agradeciendo. Procrastinar creo que lo llaman, pero los que como yo vivimos sumidos en mil urgencias a cual más estúpida, estos empujoncitos literarios, se llamen como se llamen, son unos regalos como llovidos del cielo.
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Foto: Foster Wallace