He pasado algunas madrugadas mirando–una o dos horas cada noche– a cuatro tipos ensayando para un concierto. Dos de ellos están muertos. La pregunta es obvia: ¿Por qué?
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Number nine, number nine, number nine. Eso es lo único que recuerdo de una experiencia que fue así: Mi mejor amigo del colegio, Lucho Parodi, me obligó a escuchar el álbum Blanco de Los Beatles, en el segundo piso de su casa, en un cuarto con equipos de sonido y los transmisores de radioficionado de su padre.
Nunca compartí su fascinación. Sin embargo, hoy que manejo por las calles de Estados Unidos, metido en la experiencia de ver el documental, si no estoy tarareando Get Back o intercambiando en la memoria imágenes de aquellas sesiones en 1969, lo que me asalta es un sonido brumoso de ¿teclados?¿guitarra? y la voz de Lennon que repite «Number nine«.
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Hoy le puse Get Back a mi hijo, en el auto, mientras lo llevaba al colegio. Su rostro en el espejo retrovisor no me decía nada, y yo le pregunté si le gustaba la canción. Él puso una expresión molesta y gritó: No.
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Ayer, hablando con mi esposa, recordé que en el Perú pronunciamos así: Los Bí-tles.
Mi madre me contó que alguna vez le mintió a la tía que la cuidaba en Lima, para ir al cine a ver una película de Los Beatles. La tía pensaba que los ingleses eran «mala influencia».
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Jerry De Waters se llamaba el tipo que llegaba al club de golf en un Acura blanco, siempre escuchando The Beatles. No era un tipo cool, era más bien parco, desabrido, y se exasperaba si yo me demoraba en traer su auto. Metido en ese automóvil, me enteré que había una estación de radio con música sólo de esa banda. Otros golfistas eran fans de Bruce Springsteen. Peter Goodrich, un abogado que tenía un bote en Ossining, que alguna vez ofreció prestarme, era fan de The Band.
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Yo solía pensar que mis influencias musicales estaban alejadas de The Beatles. Sin embargo, uno de mis casetes favoritos en el colegio era el de los Traveling Wilburys. Sí, ahí estaba también Dylan, Petty y Orbison, pero a todos ellos los convocó George: el gran tercero de la banda.
Qué manera la del documental para presentar el instante en que Harrison renuncia. Los otros Beatles se miran a la cara. Lennon dice: «hagamos como que no ha pasado nada». «¿Renunció alguien antes?» les preguntan y ellos dicen: «Sí. Ringo».
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Algunos años atrás estábamos en Hampton’s Chutneys en Amagansett, el pueblo donde veranea Paul McCartney. Yo estaba en el mostrador y lo vi a McCartney entrando, acercándose a la refrigeradora donde mi esposa había metido la cabeza buscando una soda. Paul abrió un poco más la puerta de la refri para sacar una bebida. Vi a mi esposa volteando con brusquedad, seguro para ponerle cara de disgusto. Cómo se habrá visto desde sus ojos: Paul McCartney sonriéndote a unos dedos de distancia, pidiendo permiso para agarrar una lata de Coca Cola. Cuando ya nos íbamos, en el parqueo, mientras lidiábamos con los asientos del auto de nuestros hijos pequeños, lo vimos a Paul subiéndose a una vieja camioneta pick up. Nos vio y nos hizo adiós mientras se marchaba. Se le veía despreocupado y feliz.
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El Sargento Pimienta nunca lo pensé asociado al disco de una banda inglesa, sino a dos conciertos de rock peruano. En ese concurrido local de Barranco vi por primera vez a los Mar de Copas y a Leuzemia, en un show organizado por el sello Navaja Records: ambiciosa aventura musical de trágica fortuna.
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Veo fantasmas. Sobre todo Lennon: espontáneo, jocoso. También Paul: enfocado, organizando el caos. George: dejando claro que quiere hacer otra cosas, grabar un disco solo, sacarse las melodías que lo torturan. Ringo: dormitando, jugando. Son cuatro músicos de menos de treinta años, intentando pasarla bien. Yo veo fantasmas.
En una entrevista para el podcast Abre Hilo, Rodrigo Fresán dice que Ringo Starr es el hombre más afortunado de la historia de la humanidad. Todas las estrellas se alinearon para él. La fama y la fortuna llegaron sin que él hiciera demasiado.
En Get Back, mientras Paul habla con otros hombres del equipo, proponiendo cómo organizar el concierto en el techo de Apple Studios, Ringo dice: «Me he tirado un pedo». Y explica: «No puedo quedarme aquí mirándote sin decirlo».
Fresán le recuerda a los oyentes del podcast que Ringo se casó con una conejita de Playboy. Que grabó apenas un solo de batería en toda su carrera con Los Beatles.
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Cuánto pesan los fantasmas: esos que escriben, componen, arreglan y graban, en las imágenes que Peter Jackson ha puesto juntas en este Get Back.