En una isla breve.
Camino entre eucaliptos y pinos muy altos. No hay nadie, no se escucha, hay mucho silencio, las hojas chocan con el viento. Sigo un sendero, helechos, hojas de los dos árboles poco aplastadas contra el suelo. Veo una casa de madera entre todo, emboscada, sin ocultarse completa. Es de color verde oscuro y rayas rectas.
Es la que fotografié y muestro aquí debajo.
Me acerco más, ver si hay alguien, quisiera conocer a la persona que podría vivir o estar aquí. Llamo, grito bajo en voz alta. Otra vez. No hay respuesta. La puerta está entreabierta, llamo con la mano cerrada, los nudillos, provocando ruido dentro, fuera.
Es una isla breve donde en lo más alto se encuentra la última fortaleza de la línea del litoral frente al océano, desde donde es posible controlar cualquier llegada.
Hice también una fotografía y la muestra también aquí debajo. Es la segunda, número dos.
2
La fortaleza arriba, bajo el azul
Abro la puerta del todo, entro. Vuelvo a llamar. Recorro el salón, veo un ventanal grande con vistas al interior del bosque y los troncos. En la cocina suena algo. Veo una cacerolilla con agua junto al fuego. Una taza alta y manzanilla preparada para hacer una infusión. Miro alrededor. Otra vez. Atento. Me acerco más. Espero unos minutos a que hierva, el vapor forma columnas que caen y vuelven a caer al ascender. Vierto las flores secas, apago el fuego. Hay también un colador. Utilizo el colador y echo la infusión en el interior de la taza.
Me siento en el sillón que da al ventanal.
Atardece.
Anochece.
Espero.
Acabo la manzanilla y dejo la taza en la mesita ya vacía.
Salgo de la casa, me alejo un poco, miro hacia la fortaleza iluminada por lo que queda de luna y sigo escuchando el sonido del mar rompiendo en las orillas.
Vuelvo a ver la casa donde estaba, estoy. Vuelvo a ella, entro y dejo la puerta entreabierta.
Dormiré en el sillón, no hay habitación, solo un cuarto de baño, la cocina y el salón donde estoy.
La última fotografía cierra el relato.
Es lo que veo ahora tras el ventanal (el ojo, los ojos, la mirada de la casa). Es el interior del bosque a oscuras, los troncos, las formas de los árboles, pinos y eucaliptos, sobre todo.
La dejo aquí, al final.
3
El autor aspira a ser leído y depende de sus lectores. La satisfacción que le aporta la certidumbre de llegar a ellos no tiene nada que ver con la vanidad, sino que se parece más bien al sentimiento íntimo de una relación que aleja el espectro de la soledad. Es el resultado de un recorrido dentro y fuera de sí, de una aventura, diríamos, en la que la lectura de los demás, la lectura por los demás, no es el fin, sino una especie de reinicio: la historia leída por otros será interpretada, y quizá reinventada, por ellos; tal o cual fórmula capturará quizá la sensibilidad de alguno de los lectores. En fin, es posible que el autor se convenza de que no está solo en este mundo o, más bien, de que en la idea de estar presente de manera indirecta en la imaginación de los otros hallará una prueba de vida.
Bonheurs du jour, Marc Augé