Aliviar el dolor o sencillamente mitigarlo mediante el uso de analgésicos que provocan bienestar son dos conceptos que no tienen por qué entrar en colisión. Ahí está el llamado Bálsamo de Tigre (que no del Tigre, pues su nomenclatura se debe a su descubridor y no al animal) para demostrarlo.
A lo largo de más de 150 años desde que fue introducido en Europa, si atendemos a su fórmula descrita en los tratados de farmacología natural china hace más de 5.000 años, resulta fascinante la sensación de bienestar que produce cuando se aplica este ungüento contra el dolor, ya sea muscular o de cabeza. Una sencilla pomada hecha a base de alcanfor, mentol y aceites esenciales de mental, cajeput, clavo y canela.
En principio, no habría que dudar de sus propiedades curativas. Difícilmente se podría haber mantenido en el mercado tanto tiempo de tratarse sólo de un placebo, aunque sin duda, lo que llama la atención es la indescriptible sensación local de bienestar que produce cuando se aplica. Entonces, del mismo modo que se puede afirmar que el negro es la ausencia de color, podríamos afirmar, en estos términos, que el bienestar es la ausencia de dolor.
Por qué sentimos dolor
A tenor de la composición del bálsamo en cuestión, aparentemente no se observan muchas pistas sobre su teórica eficacia analgésica, salvo que nos adentremos en el mundo de las neuronas y de las proteínas que ejercen como canales transmisores del dolor al cerebro.
El origen de las sensaciones que percibimos se llama sensibilidad somática, que permite a los seres vivos apreciar la rugosidad o el peso de un objeto que porta, percibir el dolor ante un pinchazo o estremecerse de frío. El sistema es sensible a multitud de estímulos: un suave roce o la presión de un objeto sobre la piel, el grado de estiramiento de un músculo, el nivel de distensión de la vejiga o los cambios en la temperatura ambiente. Genera distintas sensaciones en función del tipo de estímulo y, consecuentemente, del receptor sensorial que se haya activado (los mecanoceptores de la piel, los termoceptores de frío o de calor, los propioceptores musculares).
Cuando los estímulos son fuertes y se convierten en algo que potencialmente podría causarnos daño, la sensación que provoca es la del dolor. En este caso, se activan los nociceptores (receptores sensoriales del dolor) y transmiten esta información al sistema nervioso central.
Estas terminaciones (los nociceptores) periféricas de unas neuronas sensoriales de pequeño tamaño son las que provocan también una serie de reflejos que nos protegen ante potenciales daños (por ejemplo, que tras tocar un objeto caliente retiremos la mano de manera involuntaria -reflejo medular de flexión- o el parpadeo reflejo causado por la estimulación irritante de la superficie ocular).
Se activan por prácticamente cualquier estímulo que tenga la capacidad de provocar una lesión en nuestros tejidos, ya sea como resultado de una estimulación mecánica intensa, de una temperatura extrema, o de la exposición a determinados productos químicos.
El camino de la información neuronal
La información llega al cerebro a través de un camino cuyo punto de partida se encuentra en una serie de proteínas situadas en las terminaciones de las neuronas sensoriales (el lugar donde detectan los cambios energéticos que a su vez son trasformados en una señal eléctrica que se transmite al sistema nervioso donde se provocan las sensaciones): los canales iónicos TPR (transient receptor potencial channels).
Los TPR, presentes en todo el reino animal, cuentan con seis dominios transmembrales, dos de los cuales forman un poro por el que, cuando está abierto, pueden pasar iones con carga positiva como el sodio o el calcio (es decir, información). Estos canales desempeñan un papel crucial en muchísimas funciones celulares, ya sea en las neuronas como en otro tipo de células no excitables. Participan en funciones tan diversas como la quimiotaxis -fenómeno por el cual las bacterias y otras células dirigen sus movimientos de acuerdo a ciertas sustancias químicas en su medio ambiente-, la quimiorrepulsión en los nemátodos -un tipo de parásito-, la respuesta a feromonas, la sensibilidad al calor o al frío, la detección de los sonidos y sabores, la absorción intestinal, la regulación de la frecuencia cardíaca, o la sensibilidad al dolor entre muchas otras. Lógicamente, los TPR, están implicados en la etapa inicial de los cinco sentidos aristotélicos clásicos (Figura 1) y en algunos otros, directamente relacionados con ellos, como el equilibrio, el dolor o las sensaciones térmicas.
En un mismo tipo de célula puede existir diferentes tipos de canales TPR: unas veces con efecto sumatorio, otras complementario y, a veces, antagonista.
Figura 1. Participación de los canales TRP en los cinco sentidos clásicos
“Los colores, y las combinaciones de colores, indican el tipo de transducción sensorial implicado. Los TRP directamente relacionados en cada proceso también se han indicado. Los sentidos del oído y del equilibrio, ambos radicados en estructuras del oído interno, se han agrupado por tener mecanismos de transducción similares. En realidad el sentido clásico del tacto está compuesto por varias modalidades sensoriales”. (Adaptado de Damann et al, 2008)
Los TPR de las neuronas
Todo comienza en la terminación de las células, en la membrana de las terminaciones periféricas de las neuronas sensoriales. Allí coexisten junto a los TPR otros canales, como los SA – strech activated channels– o los ASIC (asic sensing ion channels, que median la activación de los nociceptores en respuesta a la disminución del pH, es decir, a la acidez). Todos ellos son los encargados de la transducción de los estímulos en señales eléctricas que evocarán las sensaciones. También en las terminaciones nociceptivas (las del dolor), existe un amplio abanico de canales iónicos que pueden activarse por estímulos de muy diferente naturaleza.
Los canales TRPV1, TRPM8 y TRPA1 median la respuesta al calor, al frío y a las sustancias pungentes (picantes), respectivamente. Los TRPM8, necesarios para detectar el frío, también contribuyen al dolor provocado por frío intenso, a la hipersensibilidad al frío y a la analgesia por frío.
Los TRPV1, son la piedra angular en la sensibilización ante el calor intenso, el ácido y numerosas moléculas endógenas liberadas durante la inflamación, desempeñan también un papel esencial en la hiperalgesia (sensibilidad excesiva al dolor) que acompaña a la lesión tisular (de los tejidos).
Por su parte, los TRPA1 actúan asimismo como moléculas integradoras, ya que su activación es crítica en la sensibilización y la facilitación de varias vías de señalización, entre ellas la transducción sensorial, la nocicepción, la inflamación y el estrés oxidativo.
En resumen, existe una extraordinaria diversidad de mecanismos de activación y modulación, y poseen papeles biológicos igualmente diversos, que van desde la absorción intestinal a la percepción del dolor.
Figura 2. Representación esquemática de los distintos canales iónicos presentes en las terminaciones periféricas de diferentes tipos de neuronas sensoriales.
“Se muestra la modalidad de la sensación evocada por la activación de las neuronas sensoriales mecanorreceptoras, nociceptoras polimodales, termorreceptoras de calor y de frío, en respuesta a la activación de los diferentes canales de membrana de sus terminaciones periféricas por distintos tipos de estímulos naturales, así como por sustancias de origen vegetal que activan los distintos tipos de canales TRPs”. (Basado en Belmonte y Viana, 2008).
El Tigre que cura
Analizando la composición del bálsamo y sus efectos sobre los TPR, se encuentra que el alcanfor activa los canales TRPV1 e inhibe los canales TRPA1, siendo estas acciones la base del efecto analgésico de esta molécula. A la vez, sensibiliza los canales TRPV3, de manera que su aplicación provoca una, sin duda agradable, sensación de calor. De manera similar, el mentol inhibe los canales TRPA1, ejerciendo un efecto analgésico, y a la vez activa los TRPM8, con lo que evoca una sensación de frescor. El eugenol, por su parte, activa y/o inactiva casi cualquier tipo de canal TRP, por lo que su aplicación también reduce la sensación de dolor y evoca sensaciones térmicas.
Es decir, una amplia variedad de moléculas obtenidas de diversas plantas interactúan con canales TRP, a veces de manera específica y a veces no tanto, modulando de esa manera los mecanismos de la sensibilidad somática del cuerpo humano. Este hecho hace que en la última década se esté prestando especial atención al efecto de un amplio grupo de sustancias de origen vegetal, ampliamente presentes en la naturaleza y capaces de modular e interactuar con los canales iónicos TRP responsables de la transducción sensorial como nuevas herramientas terapéuticas.
En los últimos años, investigaciones sobre el dolor ha revelado cómo los miembros de la familia de canales iónicos TRP son moléculas fundamentales en la detección, entre otros, de los estímulos nocivos, y en la transducción de un amplio rango de energías físicas y químicas en los nociceptores somatosensoriales.
En realidad, no se trata de una investigación tan innovadora. No es sino una mirada profunda, a un nivel molecular, a la interacción entre unos viejos remedios analgésicos empleados por la medicina tradicional y unos aún más viejos quimiosensores, preservados filogenéticamente por su capacidad para distinguir lo sano de lo venenoso, lo dulce de lo picante, lo placentero del dolor.