Este texto pertenece a la serie Remembranzas
Luna azul 001
El Maestro se sentía hoy particularmente triste, aunque él lo negase. Los monjes del Monasterio se habían marchado a las montañas para un largo retiro, y para soportar mejor los calores del verano. – Alma noble, ¿verdad que los echas de menos? -, le preguntó Sergei mientras daban de beber a las plantas. – ¿A quiénes, liebre ladradora? – Pues no sé, Maestro, es como sí echaras de menos hablarles cada mañana y contarles historias. – La verdad es que sí -, le respondió mientras metía en la cintura los bajos de su túnica para poder meterse en el estanque de los lotos para tratar de aliviarlos de cualquier mota de polvo. – Maestro, – intervino Ting Chang, que andaba desbrozando una mata de bambúes -, ¿y si nos contases a nosotros esos cuentos que se te ocurren a veces? Yo podría entretenerme en recopilarlos para que no se pierdan. – Gracias, Ting Chang, pero no hay mejor papel para recopilar que el corazón del hombre. – Sin duda, Noble Señor, pero cuando Lao Tsé quiso huir de la tierra en la que no se practicaba la justicia, el encargado de custodiar la aduana, en la frontera, le pidió que le hablase del Tao; mientras esperaban la mejoría del tiempo para que el Maestro pudiera escapar. Gracias a eso tenemos el Tao te King. – ¡Las leyendas, las leyendas! – repuso el Maestro antes de sentarse con los pies dentro del agua. ¿Y a quién se los voy a contar? Vosotros estáis demasiado cerca de mí, y los cuentos necesitan de una cierta distancia, para ser creíbles. – ¿Creíbles, los cuentos, Maestro?, – intervino Sergei. – Bueno, para que el mensaje se deslice entre la parafernalia de la narración y se asiente en el corazón de algún oyente. – Perdona mi atrevimiento, Alma Noble, – dijo animado Ting Chang – pero podrías contarnos historias y cuentos mientras nos enseñas a tejer alfombras y a urdir tramas de cestos. Así estaremos más atentos mientras nuestras manos están ocupadas. – Bueno, -respondió aliviado el Maestro -, desde hoy, os hago Embajadores de todos los ausentes que pueblan nuestros corazones. Acepto vuestras credenciales. Así fue como se iniciaron las narraciones que fui recopilando durante mi estancia junto al Maestro. Yo, Ting Chang, había ido en busca de la paz y de la transparencia para ejercer con armonía el noble arte de la medicina. Si encontráis errores o contradicciones, será culpa mía por no haber sabido recoger la sabiduría que transitaba a través de las palabras del Maestro. Hoy, en la luna azul, del último día de un mes de diciembre de un año propiciatorio. |
José Carlos Gª Fajardo, Profesor Emérito U.C.M.