Remembranzas 004
2020 08 04
El primer deber del escritor es la efusión
Ya estamos en marcha
El camino más corto para encontrarse a sí mismo, da la vuelta al mundo, escribió H. Keyserling, en 1918.
Tengo escrito que emprendemos el viaje para encontrar el camino de vuelta a casa/al hogar. Viene a ser lo mismo nacer para emprender un viaje en el espacio y en el tiempo que nos permita realizarnos, esto es, ser nosotros mismos en esas coordenadas que nos han tocado sin vidas anteriores ni reencarnaciones ni fatum alguno ni condenación alguna. No cabe elucubrar en lo que seríamos o podríamos haber sido en otras circunstancias. Cuando caes en la cuenta de que vivir aquí y ahora, en cualquier momento de tu existencia, no puede depender de dioses ni de designios ni de la suerte ni de vidas anteriores, salvo en algún sentido, las de tus ancestros que te han transmitido la herencia genética. A partir de ahí, haber tenido unos u otros padres, la mezcla y simbiosis e interacciones de esas herencias genéticas, la estirpe y familia, entorno, tiempo y circunstancias espacio temporales, de clima, alimentación, educación y formación se ponen en marcha con esos datos/donnés que conforman e influyen en cierto temperamento, y lo que llamamos carácter, así como las circunstancias de los desarrollos y vivencias de quienes te rodean y, de una u otra manera, influyen en ti y tú mismo… en no se sabe cuántos; pero no hay que olvidar esta variable de “posibles retornos” con las consecuencias de nuestras acciones u omisiones.
La religión aprendida, practicada o imperante en la sociedad de tu entorno a lo largo de generaciones y tiempos, así como los modos de vida, estamentos sociales, económicos, políticos y “morales” aún más que éticos han estado ahí/aquí y permanecen de una u otra forma, ejerciendo influencia en tu manera de ser, de sentir, de pensar, de actuar, de generar miedos o temores, expectativas o desengaños, fantasías y desengaños, desarrollos hormonales, sistemas linfáticos y endocrinos, físicos y psíquicos… de los que no eres responsable en origen pero sí en las circunstancias y en la formación de un carácter que han ido afectando a la conformación de una personalidad. La que sea, la que parezca ser o lo que entendemos por tal en cada circunstancia de espacio, tiempo, acciones y omisiones, fuerza o modas, influencias ambientales o costumbre insertas en tu ser sin darte cuenta ni tú mismo de su presencia e influencia en cada caso y circunstancia. Por eso, se impone una gran liberación de culpa, fortuna, castigo o atavismos, remordimientos o alguno que no puedas redimir y hacer tuyo, interpretar y asumir libre y gustosamente.
Ayer ya pasó, mañana es una hipótesis, lo que cuenta es la realidad física, espiritual y ética de aquí y de ahora… en este preciso momento en el que para nada pueden someternos fatídicamente si no, al descubrir ese misterioso engranaje, adecuar nuestras acciones a él, e ir cooperando conscientemente con el cúmulo de circunstancias que se presentan o actúan con independencia de nuestra voluntad. Ni de las radiaciones cósmicas o sociales o de núcleos familiares y de encuentros imprevistos pero que, no por eso, nos deben afectar más que en el proceso consciente y hasta “adquirido” de adecuarnos a ellos, como el agua del río se adapta a los elementos geográficos de la naturaleza, o los juncos a la riada.
O como el loto, que hunde sus raíces en el cieno pero que se yergue nutriéndose de él y del aire, del agua y de la acción de pájaros, mariposas, insectos o de las circunstancias climáticas. No dependen de la flor, pero sí que ha desarrollado la capacidad de cerrarse en ella misma para protegerse de las agresiones del medio, aprovechándose también de sus elementos positivos, alimenticios o de presión que aportan.
Nosotros, a cualquier edad de nuestro de nuestra formación, desarrollo y actividades queridas, sobrevenidas o impuestas, debemos aprovechar este momento de iluminación, de despertar, de caer en la cuenta, de liberación o de sabiduría que pueden provenir de nuestras propias acciones o de circunstancias de las que no somos responsables. Pero, una vez entrevisto el polvo en el rayo de luz que atraviesa la herida de la pared de nuestro ámbito… no podemos ya dejar de tomarla en cuenta. Y de vivir alerta, favoreciendo la mayor atención en nuestros actos y hábitos, costumbre, tradiciones, creencias y actos reflejos o automáticos de los que ya no éramos conscientes.
No vamos a cambiar del día a la noche, ni las estrellas nos alumbran durante el día, ni por fuerte o profunda que fuera la experiencia (de experienciar y no sólo de experimentar) va a permanecer en el tiempo ni en nuestra mente. Pero sí que podemos aprovechar ese tenue despertar para ir introduciendo cambios en nuestro diario quehacer. No se trata de irse al exilio o de ponerse en viaje o de trepar a la cima de monte alguno, Tabor, Olimpo, Kailash, Sinaí, … ni buscar y encerrarse en templo alguno o en una gruta o en irse al desierto o a vagabundear mundo adelante o, lo que sería peor, en ensueños ni en fantasías o en imaginaciones de la mente, “la loca de la casa”, al decir de Teresa. El Edén ni existe ni ha existido, la Tebaida fue construida por fantasías y hasta por demencias, ni ayunos ni privarse de estos o de aquellos alimentos, vestir estas o aquellas ropas, castigar tu cuerpo ni atolondrarnos por espejismos, mitos o religiones y creencias.
Se trata de despertar y de recogerse en medio de la actividad cotidiana, profesional o familiar, en juventud o en la ancianidad, en salud o enfermedad… Wu wei, hacer sin hacer, adaptarse a los acontecimientos y saber hacer el silencio, abrirle espacios, buscar momentos de paz para poder respirar conscientemente; al levantarnos o en el hecho de acostarnos, al ducharnos o al asearnos, al bajar las escaleras o al salir a caminar, conscientemente; no pienses en esos árboles ni en el césped o en las plantas del jardín o de la terraza. Contémplalas mientras sigues tu camino o tu descanso, no analices, no fabules ni trates de fantasear con nada. Así es, si así te parece. Que la flor sea flor, se muevan o no las ramas de los árboles, irise la luz del sol montes, valles, animales, personas y cosas… venga la noche y salgas a la terraza a subir el toldo o veas estrellas que antes no veías, pero no te quedes en nada ni en nadie…, ni en ti mismo. Saborea tu comida y tu bebida, ese dulce, esa bebida o esa fruta… o sé consciente del mensaje de la sed o del hambre, del calor o del frío, de la lluvia o del viento… e la nave va, e la nave va.
Pero no dejes tus vivencias al socaire de los abrigos ni esperes a fenómeno alguno para caer en la cuenta del misterio del momento, de ese saberse de vez en cuando, apreciar y saborear lo imprevisto, inédito, rutinario o acostumbrado. Sí, esa taza de café, o esa meada o alivio de tu cuerpo, tu reflejo en el espejo mientras te lavas las manos, el frescor de las sábanas, la toalla en la piel después de la ducha o del baño… Y no pasa nada cuando te descubres embebido en un trabajo, o en la modorra, o en el tráfico… Sonríe, sonríe siempre para saber llorar cuando proceda. Para saber callar, pasar la mano por un hombro, o estrechar sencillamente la mano o dar un abrazo. Recuerda, nunca pasa nada, y si pasa, ¿qué importa? Y si importa, ¿qué pasa? Me lo repetían a menudo los internos en prisiones y en otras versiones. Profe, nunca pasa nada y si pasa, lo saluda.
Pero hay una sabiduría basada en la experiencia sobre cómo aprovechar los momentos y los tiempos, los espacios y los silencios… hasta que con la práctica llegas a descubrir en lo que ocurre, hasta en lo peor o lo mejor, una oportunidad, a challenge, un desafío, un mensaje que sólo tú eres capaz de percibir aún en medio de las muchedumbres solitarias, de que hablaba David Riesman. No importan la edad, ni las circunstancias ni los espacios ni el tiempo. Aprendamos de los que nos precedieron o acompañan, de las experiencias sanas, sabias, contrastadas y al alcance de cualquier ser en cualquier edad y circunstancia. ¿Nos atrevemos? Algunos, no pocos… ya estamos en marcha.
José Carlos Gª Fajardo
Prof. Eméritus U.C.M.