Por qué no coger tus libros y publicarlos –auto publicártelos– en la red, pasando de todo. ¿No sería válido eso? Te dicen, puedes elegir el tipo de letra, la portada, el precio al que lo quieres vender, ¡te liquidan directamente a ti, sin intermediarios! No es el único asunto en el que te planteas si debes, como escritor, “resistir o colaborar”: ¿participar en redes sociales o no?; ¿colaborar gratis en publicaciones o no?; ¿acudir a la radio y la tele como autor o no?; ¿escribir lo que el mercado parece demandar o no-hacerlo-bajo-ningún-concepto?
Posiblemente, hoy sea ya una cuestión de elección entre dos posibilidades válidas, dependiendo de cuál sea el deseo, propósito o ambición de quien escribe y publica, trabajar para el “campo literario” o convertirse en un perfecto “heterónomo” (asumiendo aquí la terminología kantiana empleada por Pierre Bourdieu, que comparó a los heterónomos con los colaboracionistas franceses durante la Segunda Guerra Mundial, nada menos): “Cuanto más autónomo y rico en capital específico sea un productor cultural, y más exclusivamente orientado esté hacia ese mercado restringido en el que como clientes solo se tiene a los propios competidores, más inclinado se sentirá a la resistencia”, dice. “Por el contrario, cuanto más destine sus productos al mercado de la producción (…) más tendencia mostrará a colaborar” (y he aquí el colaboracionismo) “con los poderes externos”.
Es natural, piensas, que quien no recibe atención de sus “competidores” se sienta impelido a atacar ese orden y a “colaborar” con cualquier iniciativa que tienda a destruirlo (o esa será su ilusión, la del poder destructor de su heteronomía; y qué otra opción tendría), y, también piensas que es eso posiblemente lo que más temor produce a quienes quieren entrar en su campo para sentirse más o menos satisfechos y cómodos entre sus compañeros competidores: temen –si se auto editan en general o lo hacen en la red en particular– perder el respeto y ser repudiados por sus compañeros competidores y resultar expulsados consiguientemente al ostracismo de la heteronomía.
Pero hay más que ese temor, por un lado, y el rencor de los no admitidos, por el otro. A estas alturas del siglo XXI tal vez ya estemos todos, indefectiblemente, lo queramos o no, convertidos en unos consumados heterónomos, al menos hasta cierto punto. Sí, posiblemente todos “colaboremos” en cierta medida a deshacer la idea de campo literario. Antes la humanidad deshizo la idea de Dios y entonces los distintos campos tuvieron su esplendor, pero ahora hemos dado un paso más. Se evidenciaría cuando muchos se ven acuciados a salir en defensa de su campo con gestos de prurito más o menos vanos (y no pocos callan impotentes y culpables), mientras otros consiguen asestar a éste, desde fuera, todo tipo de golpes. Y se diría que van ganando los más heterónomos, como para corroborar las teorías de Bauman y una sociedad cada vez más líquida; licuada a golpes de heteronomía, en este caso. Lipovetsky –otro de los sociólogos aquí en discordia– observa que, en esta “cultura individualista posmoralista” se ha producido “la dualización de las democracias”. Tal vez pudiéramos pensar este enfrentamiento entre casi mudos escritores pertenecientes al campo literario y esos maleducados heterónomos libertarios de la autoedición en internet como parte de esa dualización de las democracias; a menudo ese enfrentamiento (esquizofrénicamente) lo padece cada uno de los individualistas escritores de hoy en la intimidad de su cocina literaria –esto es, sin necesidad de disputas con nadie, sino por no conseguir sentirse completamente ni miembros del campo literario ni expulsados a la heteronomía–.
El escritor es individualista por partida doble, lo es por escritor y lo es por ser un individuo en esta sociedad individualista, y es sobre ese individualismo que se produciría la dualización: “Por un lado”, describe Lipovetsky, “una lógica ligera y dialogada, liberal y pragmática referida a la construcción graduada de los límites, que define umbrales, integra criterios múltiples, instituye derogaciones y excepciones. Por el otro, disposiciones maniqueas, lógicas estrictamente binarias, argumentaciones más doctrinales que realistas, más preocupadas por las muestras de rigorismo que por los progresos humanistas, por la represión que por la prevención”.
Me resulta de interés la suma de estas observaciones sociológicas y su cotejo con el caso de esta lucha concreta (entre reivindicativos literatos defensores de la centrifuguía y circunspectos practicantes de la centripetía), porque, si es el modo en que debemos mirar este asunto, todo podría quedar bien dirimido, separadas las partes y aprehendida la trifulca. Los heterónomos (esos malditos revolucionarios libertarios que reaccionan contra el reaccionario poder ilustrado del campo), a la larga, no pueden sino ganar por goleada –independientemente de que sus especímenes atesoren más que dudosas calidades literarias–, convirtiéndonos a todos en unos completos heterónomos por mucho que queramos alcanzar el parnaso de la literatura. Ni que decir hay que no es una cuestión de verdad o razón o acierto, sino de sociología (a menos que se quiera sentenciar que entonces la sociología es la verdad, la razón, el acierto). Parece bastante natural que continuamente le pillemos la baja a lo que haya sido una verdad incontestable durante algún tiempo, hasta desmontarla y apartarla. Si antes cayó Dios, bien pueden caer unos escritores, ¿no? No hay maniqueísmo posible, aunque esa sea la apariencia de la trifulca, puesto que ambas opciones son (conforman) ese estado de dualización democrática. Y lo único posible, en este momento, es que cada individuo escritor decida las características de su heteronomía respecto del campo. Estamos en el cinismo de lo que convenga.
Luego, presumiblemente, no quedará nada, o, más bien, habrá otra cosa. De la heteronomía a quién sabe qué.
Nicolás Melini (Santa Cruz de la Palma, 1969) es escritor y cineasta. Ha escrito novelas como El futbolista asesino y La sangre, la luz, el violoncelo; poemarios como Cuadros de Hopper y Los chinos, y libros de relatos como Pulsión del amigo. En FronteraD ha publicado Los negros. Esto es Madrid, El Hadji Amadou Ndoye, apóstol del español en África y Carverianos. En Twitter: @NicolasMelini