Es curioso el respeto que dicen siempre tener los políticos a la justicia. A uno, cada vez que escucha a un portavoz hablar de respeto a las decisiones judiciales, le entra un tic nervioso, a falta del sarpullido, como al fetichista de los zapatos de ‘Algo pasa con Mary’. En Andalucía, por ejemplo, le tienen un respeto inmenso a la juez Alaya, quien parece que siempre va al juzgado con el semblante de dignidad con el que se va la guillotina, donde sólo falta el carro y la lluvia de hortalizas.
Esto es lo que se ve desde fuera, pero para los interesados debe de ser igual que ver acercarse inexorablemente, como Butch Cassidy y The Sundance Kid, a Joe Lefors con su sombrero blanco. El respeto político a las decisiones judiciales es para vivirlo, que cualquiera se cree que es una cosa sencilla hasta que se da cuenta de que es una disciplina que hay que practicar mucho. Es, incluso, materia artística, pues con ella sucede igual que con el que observa el cuadro más moderno de Picasso y opina que es una mamarrachada sin haber visto lo que pintaba ya en la infancia.
Se pagaría por ver in situ ese respeto en una reunión privada de una consejería andaluza en la cual, a juzgar por las manifestaciones, se imagina una tertulia futbolística con catering de gambas y jamón, donde se sustituye al demonio de Mourinho por la bruja de doña Mercedes. Sólo falta verles en las mangas, a la salida, el parche de Respect que llevan los jugadores cosido en las camisetas.
Desde el cortijo dicen que Alaya responde y provoca, pero uno piensa que es más prudente decir (no vaya alguien a creer que no se respeta) que hace su trabajo. Eso sí, imponiendo fianzas tan elevadas como si fueran cláusulas de rescisión de súper estrellas, por lo que se llega a sospechar de la existencia de un monstruo espantoso, alimentado durante años, oculto en las profundidades de ese mar subterráneo de los ERE, y hasta que pueda aparecer, en cualquier momento, un jeque árabe que pague todas esas garantías para armar un equipo de escándalo.