Adolfo Villagra camina al ritmo del río. Del río Teribe, claro está. Es un indígena Naso y para esta etnia perdida en la frontera entre Panamá y Costa Rica el Teribe es sagrado. Es el «río de la abuela». Aguas transparentes y saltarinas en rápidos que suavizan las piedras y que impulsan a las balsas hechizas en las que descienden hasta la civilización. Cuando llegan, la balsa se descarta, ya ha cumplido su función y son inútiles a la hora de remontar la corriente. Adolfo Villagra camina con ese ritmo, ora endiablado, ora cadencioso, casi estático.
Este hombre es parte de la resistencia frente a la hidroeléctrica, una más, que se está comenzando a construir cerca de la comunidad de Bonyik, en pleno bosque protector Palo Seco, es decir, en el colchón verde que protege el Parque Internacional La Amistad, el lugar más biodiverso de Centroamérica. Eso le da igual a Empresas Públicas de Medellín, dueña del proyecto, o a los funcionarios que le concedieron los permisos perversos para arañar la tierra y dejarla cosida a carreteras.
¿Qué van a hacer ante esto Adolfo? (…) Se lo piensa tranquilo y responde en el mismo tono: «Pues honbre será retar a la realidad ¿no?». Ua propuesta sencilla, contundente, quizá abrumadora, seguro que necesaria. No les queda otra, aunque la batalla parezca perdida, aunque la «trinchera» de resistencia que mantuvieron durante año y medio cediera ante la brutalidad policial y los hechos.
Una amiga me cuestiona… «¿Pero una hidroeléctrica no es mala no? si me hablaras de una térmica o de energía nuclear?». Y yo pienso que además de retar a la realidad hay que retar a los que nos cuentan la realidad y nos mienten y hacen de las mentiras verdades compartidas. O retar a todas las realidades: la rural, la urbana, la de las empresas o la de las organizaciones no gubernamentales. Porque todas parecen de mentira aunque sean tan de verdad.
En Otramérica -imagino que en Asia también y estoy seguro de que en África por supuesto- se explota la tierra para que en las ciudades y en el primer mundo se viva a un ritmo que atenta contra la supervivencia de la especie. Nadie se plantea consumir menos energía, sino dónde generamos más para aumentar el consumo, la irrefenable compradera de aparatos con enchufe, los aires acondicionados o las miles de bombillas que alumbran los centros comerciales o las autopistas de aquel mundo que se cree el primero. Acá se abren tajos para sacar oro u otros minerales en condiciones de esclavitud, acá se construyen represas gigantes para que a través de la interconexión eléctrica le ofrezcamos «energía limpia» y barata a la política de Obama en el norte, acá se ha descubierto que queda mucho por explotar y que en las zonas que acumulan más recursos naturales solo viven un puñado de campesinos o de indígenas a los que siempre es fácil compras, echar o matar.
Pero todos somos corresponsables. Nadie se plantea cuando va de compras quién fabricó lo que consume, en qué condiciones, cuál es su «trazabilidad humana». Tampoco lo hacemos cuando prendemos la luz al entrar a casa o cuando nos montamos al carro nuevo dispuestos a quemar gasolina que, para nosotros, nace de un higiénico surtidor. Por eso no pensamos que una represa en territorio indígena atenta contra la memoria colectiva de ese pueblo, devasta la naturaleza que los ha acompañado por siglos, privatiza el agua del río del que siempre bebieron y que siempre los transportó. Por eso no somos conscientes de que una hidroeléctrica solo deja que fluya por el viejo río un 10% del agua que originalmente transportaba (cauca ecológico lo denominan con cinismo) o que solo proporciona empleo local de baja remuneración durante los cuatro años o cinco que dura la construcción y luego precisa de muy poco persona, altamente cualificado y, por tanto, foráneo.
Después de unos días con Adolfo y su gente, después de ver la sangre de la tierra fluir por la trocha de la ambición, el corazón queda prieto y la indignación en candela. Creemos conocer, pero sabemos realmente poco. Tenemos mucha información, pero no pensamos. Quizá, como escribió María Zambrano: “Forzoso es aceptar que al mirar a este último período lo encontraremos lleno de ciencia y conocimiento puro. Pero pobre, inmensamente pobre, de todas las formas activas, actuantes del conocimiento. Y entendemos como activas las que nacen del anhelo de penetrar en el corazón humano. Las que se encargan de difundir ideas fundamentales para hacerlas servir como motivos de conducta en la vida diaria del hombre vulgar que no es ni pretende ser filósofo ni sabio. Formas que no descubren ni inquieren, sino que transforman lo inquirido y descubierto en “ideas vigentes’”.