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Revolución y convergencia en la izquierda española

 

Critiqué a Podemos por haber escogido unas elecciones europeas para dar el salto a la política institucional. Veía en ello oportunismo. Simple búsqueda de un cómodo puesto de trabajo en Bruselas. ¿Por qué no empezaban por la política municipal que es la más cercana al ciudadano, de la que dependen múltiples servicios públicos, precisamente los que están en peligro?, ¿por qué no comenzaban en los ayuntamientos, que es donde verdaderamente se puede hacer algo para cambiar las cosas? Bruselas está muy lejos y con un puñado de diputados, y eso en el mejor de los casos, poco se podía hacer, más allá de entrar a formar parte de “la casta” funcionarial de la capital europea, utilizando la manida terminología ya de su líder, Pablo Iglesias.

 

Decía, entonces, antes de las elecciones europeas, que para mí tendría mucha más credibilidad una Ada Colau anunciando su salto a la política institucional, con una candidatura a la alcaldía de Barcelona, por ejemplo. Porque ella está muy bregada en el activismo social y político, en la lucha diaria. Tenía el aval de sus actos, más allá del de su discurso.

 

Porque ésa era otra cosa que me tiraba para atrás de Podemos: su discurso desideologizado, en exceso calculado, demasiado marketiniano. Un poco como si nos trataran por tontos. Como si quisieran gustar a todos. Como si se disfrazaran. No para ir de lo que no son, sino para ocultar lo que de verdad piensan. Así los podríamos calificar mirándolos mal. Si los considerábamos unos intrusos, unos advenedizos, unos traidores. Y, sí, algo de traición había.

 

Una traición que ha resultado ser un revulsivo. O una falsa traición, o una traición impostada, o calculada. Otra vez aparece esa palabra: «calculada». Sí, definitivamente, las gentes de Podemos son especialistas en tácticas y estrategias. 

 

Todas las fuerzas políticas de izquierda han respondido. Algunas de una manera más creíble que otras. Unas más a la desesperada que otras. Unas con más capacidad de que lo suyo cuaje que otras. Pero, sí, hay una verdadera revolución en la izquierda. Para que hasta IU haya salido hoy en el Telediario más de quince segundos…

 

 

El PSOE y el candidato que merece la pena

 

En el Partido Socialista, con tres nombres de los que, a primera vista, sólo uno merece de verdad la pena, y es Pérez Tapias. No es joven y su organización es vieja: Izquierda Socialista. Pero es la única (y él, como candidato, el único) que da ciertas garantías de giro a los principios socialdemócratas de la organización. ¿Le dará su respaldo la mayoría de los 200.000 militantes del PSOE el día 13 de julio? De momento, la participación en la concesión de avales para pasar a la siguiente ronda ha sido bastante reducida: un 61% de los militantes no ha dado su apoyo a ninguno de ellos.

 

¿Qué ocurrirá si en las primarias falla la participación?, ¿qué pasará en el PSOE si gana uno de los dos candidatos que no dice nada, que por temor a equivocarse, a espantar a un electorado que perciben mucho más moderado de lo que en realidad es, no se moja? Porque el PSOE necesita un golpe de timón que lo distancie de las sucesivas traiciones a su militancia y a su electorado. La última, la que ha puesto la guinda, aunque no la más grave, el servilismo a la Corona. No nos vamos a remontar a su apoyo a la dictadura de Miguel Primo de Rivera en 1923, pero desde comenzaron a gobernar a principios de los ochenta nos las metieron, pero bien: OTAN, contratos basura, GAL, Tratado de Maastricht…

 

Como no den ese vuelco, el PSOE tendrá que mirarse en el espejo del PASOK para saber lo que le espera. Ni quien más avales ha conseguido, un economista social-liberal, ni el segundo, Madina, del que no sé qué proyecto económico quiere, tienen la suficiente fuerza para dar la vuelta al partido.

 

 

IU se marca como objetivo unir a la izquierda transformadora

 

Izquierda Unida, el mismo lunes después de las elecciones europeas, tomó una decisión estratégica que dice mucho de cómo ha logrado Podemos lo que IU no había logrado desde el año 1986, que fue el de su fundación: profesionalizó la comunicación, que ha sido lo que ha fallado en la coalición desde siempre. Tampoco se sabe muy bien si es por un fallo suyo, por mantener un discurso de la izquierda clásica, tradicional, o porque en los medios nunca les han dado espacio. Nunca, salvo cuando El Mundo usó a Julio Anguita para desalojar del poder a Felipe González a principios de los años noventa. ¡Cuántos votantes de IU por esos años e incluso más avanzada la década compraban El Mundo y no El País por eso, porque ahí podían leer lo que opinaba Anguita!

 

Hablando de comunicación, es muy cierto que la dialéctica de Julio Anguita se parece mucho a la de Pablo Iglesias. Y que el ánimo de ambos es construir hegemonía. O un caldo de cultivo favorable a ciertas ideas que se disfrazan de sentido común, aunque no lo sean, aunque lo sean para unos sí, y para otros no. Construir sociedad para después hacer política.

 

Por eso Ignacio Sotelo y Antonio Elorza se equivocan, aunque coincidan, en su diagnóstico sobre Podemos. No será fácil que este nuevo partido pueda poner sus medidas en marcha. Incluso entre sus simpatizantes, entre sus votantes, hay mucho escepticismo al respecto, y en gran medida su voto se explica más por el deseo de regenerar la política que por cambiar radicalmente de políticas. Pese a todo esto, quizás Sotelo y Elorza afirman que Pablo Iglesias se convertirá en un líder autoritario y su movimiento, también, porque la transformación que proponen es tan radical (radical por ir a la raíz de los problemas), que se encontrará con un muro, un muro formado por los intereses del capital que no sólo representan Emilio Botín y Francisco González, también los cuadros medios que se enriquecen a los pies de éstos. Y, para saltar ese muro, quizás Podemos tenga que tomar medidas que, estéticamente, no gusten, que consideremos de otro tiempo. Por eso, aquí pedíamos que nos cuenten los costes que tendremos que asumir para cumplir con su programa electoral. 

 

Pero hablábamos de Izquierda Unida, de cómo la irrupción de Podemos, que no es sino uno de sus vástagos rebeldes, ha provocado que cambie la comunicación, que ésta se profesionalice. Y que también haya un cambio de caras, de interlocutores y que al frente se coloque Alberto Garzón, de tan solo 28 años, bregado en el 15-M y próximo a Pablo Iglesias en ideas y planteamientos. Es algo que tendría que haber ocurrido antes y no siguiendo la estela dejada por Podemos, que, aparentemente, está a kilómetros más cerca que IU en la comprensión de las inquietudes de la gente, en la conexión con las clases sociales más afectadas por la crisis económica. Es una percepción, insistimos, no una realidad. Que el relumbrón de Pablo Iglesias no nos oculte la realidad.

 

También se puede tener la percepción de que este último movimiento, aupar a Alberto Garzón, haya sido posiblemente a la desesperada, para continuar encabezando la izquierda a la izquierda del Partido Socialista. Para que el protagonista del sorpasso no sea IU superando al PSOE en escaños, sino Podemos batiendo a IU.

 

Izquierda Unida tiene a su favor la estructura y la militancia. Podemos, la frescura, la pureza que le da no haber tocado el poder. Uno requiere al otro por razones opuestas. Izquierda Unida ha necesitado, posiblemente, la existencia de Podemos, para obligar a Willy Meyer a dimitir por un grave pecado de incoherencia. Aunque queremos pensar que sin Pablo Iglesias el eurodiputado también habría abandonado su escaño.

 

 

Adiós al anatema de las primarias abiertas

 

Pero Podemos provocará aún más transformaciones en Izquierda Unida, porque, finalmente, todo parece apuntar, desde las declaraciones de Cayo Lara al resultado del último consejo político de IU, pasando el propio proceso abierto en Andalucía, que incluirán el instrumento de las primarias abiertas para elegir a los candidatos a las elecciones. Aunque ni a Lara ni al propio Garzón les gusten, como ellos mismos han declarado. Porque, y ésta es aportación mía, desincentivan a la militancia. Y la militancia es muy necesaria, sobre todo en un partido de las dimensiones de IU, o incluso de Podemos. La militancia es la gente con la que un partido cuenta sí, o sí. No sólo en forma de recursos económicos por el pago de la cuota, también en forma de trabajo. De ese que no se ve, porque no se remunera. A cambio de su labor, los militantes, sobre todo en ciertos partidos, tienen el incentivo de participar en las decisiones de su formación. Si cualquiera que viene de la calle va a tener el mismo derecho a participar en los procesos decisivos independientemente de su nivel de implicación en la batalla diaria, la militancia desaparecerá. Pero quizás estamos hablando de antiguallas, de partidos que nunca más volverán a existir. 

 

 

La necesaria convergencia de la izquierda 


El proceso de convergencia en la izquierda es una necesidad. Y así lo muestra sobre todo Izquierda Unida que, con este movimiento, puede convertirse, pese a actuar a la desesperada, en la vanguardia de un Frente Amplio, de un Frente Popular, plural. Incluso puede sumarse a él una parte del Partido Socialista, Izquierda Socialista, si finalmente Pérez Tapias es derrotado en las primarias. Alberto Garzón puede convertirse en el líder que aglutine a toda la izquierda transformadora de España.

 

Sólo así podemos entender y hasta reconciliarnos con la idea de que Podemos se haya presentado a las elecciones europeas y no a las municipales o a las generales. Ha abonado el terreno para esas citas electorales. Ha sembrado ideas en las conciencias y ha puesto las pilas a las organizaciones políticas de su entorno o a aquélla de la que se desgajó hace años.

 

Gracias al movimiento que ha habido este fin de semana en Izquierda Unida me he reconciliado con Podemos. También porque la fuerza que lidera Pablo Iglesias ha mostrado a otros que se lo estaban pensando que es posible lograr la confianza de los ciudadanos y empezar a cambiar las cosas. Nos referimos a la plataforma para ganar las principales capitales de España, Madrid y, sobre todo, Barcelona, con Ada Colau, a quien empezábamos a echar de menos, aunque no tengamos derecho a recriminárselo.

 

La izquierda necesitaba una revolución, un revulsivo. Podemos, pese a todo, ha cumplido su misión.

 

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