Hasta hace poco más de un mes, Ricardo Silva Romero había publicado doce libros en más de diez años de carrera: novelas, cuentos, poemas. Un escritor versátil, por cierto. Pero hasta el 8 de noviembre de 2012, cuando se lanzó oficialmente el díptico Érase una vez en Colombia, él no contaba en su bibliografía con una novela que retratara, en forma directa y no tangencial, la violencia –como quizás lo había hecho Autogol, una ficción sobre el asesinato de Andrés Escobar–; en El Espantapájaros, una de las novelas que componen el díptico, la protagonista es, como nunca en una de sus obras, una masacre. Una matanza narrada en forma descarnada, con la estridencia y la ferocidad que no le serán ajenas a un lector colombiano. Un tipo temible, el comandante Cigarra, llega a destrozar un pueblo buscando vengarse de otro tipo temible, El Espantapájaros y como nadie en el pueblo sabe darle razón sobre el paradero de su enemigo, Cigarra acaba con todo lo que se le atraviesa. ¿Dónde, sino en Colombia, y dónde si no en Colombia, la violencia es la protagonista de la historia diaria?
Sin embargo, Ricardo no comenzó escribiendo una novela sobre una masacre, ni la historia de cómo la violencia destruye con saña a un pueblo. Antes de El Espantapájaros, lo que él escribió fue un diálogo entre dos amigos, que luego son novios, que luego serán esposos. Un diálogo, que tal como lo pide la protagonista del libro, Martina, dura toda su vida y al que tituló Comedia romántica. La historia de Benjamín y Martina es la historia de una pareja que pasa todas las fases de su amor: que va y vuelve, que se establecen juntos un día, pero que nunca dejan de vivir entre las dudas y las dificultades que puede tener cualquier pareja. En cualquier parte, el amor siempre será una buena noticia, pero sólo en Colombia no puede ser la única noticia. Tanta felicidad en una pareja, aun cuando mediaran mil dificultades, aun cuando el escenario en que se mueven fuera claramente la Colombia de la que ellos a veces quieren huir y a veces quieren quedarse, le pareció insuficiente a su autor. Ricardo Silva Romero había relatado ya una de las vergüenzas más grandes de Colombia: la muerte de Andrés Escobar, sabía que no podía estacionar su obra, sus ficciones, en una sola historia de amor. ¿No había una mala noticia? ¿No había un lado oscuro? ¿Se puede estar totalmente feliz y enamorado? Y así nació El Espantapájaros, el negativo, el contraste, la mala noticia con la que estamos acostumbrados a vivir, pero que muy pocos han sabido narrar.
La voz
Cuando uno habla, un poco en sentido figurado, de la voz de un autor, se refiere a su estilo, a su forma particular de darle un sentido a las historias, de conmover. Sin embargo, creo que puedo hablar de la voz de Ricardo en el sentido literal de la palabra. En marzo, en medio de un intercambio de correos, hablando de cosas sin importancia, Ricardo me contó que, además de lanzar dos novelas nuevas, se reeditarían todas sus novelas en formato e-book. Y así, de la nada, surgió un proyecto: hacer una serie de minicast (o audiodocumentales) en los que periodistas, escritores, profesores, críticos y amigos de Ricardo, cercanos a su proceso creativo durante once libros, formaran un collage con sus voces y sus testimonios. Ese trabajo contaba también, cómo no, con la voz del mismo Ricardo y para que ese trabajo fuera posible, se necesitaron solo tres cosas: tiempo, skype (puesto que no vivo en Bogotá) y un programa especial de grabación de voz. El tiempo fue, quizás, lo más escaso, pero durante ocho meses conversamos casi todos los sábados, el único día que los dos podíamos sentarnos a botar corriente por dos horas, pero con la grabadora encendida. Fui registrando las grabaciones de largas entrevistas en las que Ricardo reflexionó sobre toda su obra, desde Sobre la tela de una araña, su primer libro publicado, hasta el más reciente, Érase una vez en Colombia. No todo el material que grabamos se usó y en algún momento pensé que el material sobrante era eso precisamente, sobra, pero no, en todas esas grabaciones quedó, literalmente, la voz de un autor que con nada más que 36 años –en la literatura la edad es muy relevante y 36 años son muy pocos para un escritor tan prolífico–, ha recorrido a través de catorce libros (contando su más reciente díptico) a Bogotá, a Colombia, la historia del cine, la historia del fútbol profesional colombiano y, lo más reciente, el amor y la muerte, dos fronteras que delimitan el espacio en el que nos movemos todos los seres humanos. Pero, sobre todo, es la voz de un escritor comprometido con su oficio y la disciplina.
Lo que sigue es, pues, la voz de Ricardo Silva Romero. Cinco reflexiones sobre el oficio de escribir a través de cinco de sus libros:
Autogol
“¿Cómo hice para escribir de Andrés Escobar si no lo conocí…? Porque tal vez inspirado en la experiencia de El hombre de los mil nombres tenía ya una vivencia, o una energía extra para acudir a los demás a la hora de escribir. Lo que yo hacía antes de El hombre de los mil nombres era quedarme tranquilo en mi habitación, en mi estudio, escribir lo que me venía a la cabeza, claro, sustentado en cosas que hubiera leído o que hubiera visto, en las cosas que supiera. En el caso de Autogol me vi obligado a recorrer los lugares en los que iba a suceder la historia, hablar con los personajes que se le habían cruzado a Andrés Escobar, investigar y pedir testimonios. Hacer un trabajo un poco fuera de mi vocación, de mi instinto, que es el trabajo periodístico. Yo, en general, no tengo esa pasión por ir al lugar de los hechos o por conseguir los testimonios de las personas que vieron lo que sucedió, pero hay historias que se me han venido ocurriendo que lo exigen, y Autogol era una de esas. El trabajo, una vez definido el personaje principal, Pepe Calderón Tovar y el golpe tan grande que iba a vivir –perder su voz–, suponía un reto nuevo que era poner a mover a un personaje de ficción en un momento histórico, en el Mundial 1994, y aunque yo lo había vivido como espectador y seguidor de la selección Colombia, no había estado ni en los partidos, ni en Los Ángeles en el momento en que la selección viajó allá. Entonces la historia me pidió una investigación más a fondo. Fui de periodista en periodista, de futbolista en futbolista, todos los que me conseguí, y a todos les pedí que me contaran algo sobre Pepe Calderón Tovar, y ellos me enviaron sus historias y anécdotas, como si lo hubieran conocido, como si hubiera existido. Y, con todas esas anécdotas, el personaje tomó más forma y la novela se convirtió, ahí ya sí, en una novela, puesto que cuando las novelas están en primera persona, uno tiene la sensación de que no le están contando del todo un mundo, sino que le están contando lo que el personaje quiere contar”.
El hombre de los mil nombres
“Quería escribir una biografía, porque las biografías siempre me han fascinado, siempre me ha parecido que el verdadero personaje de una biografía no es el biografiado sino el biógrafo. Que detrás de cada biografía hay un personaje muy interesante que es el hombre que se pasó durante años investigando a otro. Perdido dentro de otro. Literalmente. Refugiado del mundo en una vida ajena con la excusa perfecta para no encarar lo que le está pasando en la vida. Yo tenía en mente a un productor que se había pasado toda su vida luchando por hacer sus películas y que tenía encima todo el peso de su época. En un primer momento pensé en que fuera un productor colombiano, pero pronto me di cuenta de que un productor colombiano no tendría las posibilidades que tiene un productor en una industria formada, como Hollywood, y sería otro tipo de historia, la historia de una lucha casi de supervivencia. Luego pensé en este personaje, en Lester Brown, y me pareció que lo peor que le podría pasar en su vida es caer en la lista negra de McCarthy. Me pareció interesante poner a ese personaje a sufrir la lista negra y ver cómo se podía reponer de semejante revés y de paso me pareció relevante con lo que estaba sucediendo incluso en Colombia, que era una estigmatización de la gente que no estaba de acuerdo con un supuesto proyecto de país, alimentado por el gobierno de Álvaro Uribe”.
Parece que va a llover
“Es la historia de una mujer que se llama Juana Villegas y que viene de una persona que yo vi en la esquina 15 con 92, a punto de cruzar la calle pero que, apenas el semáforo estuvo en rojo, se quedó quieta y no quiso cruzar. Y a mí la imagen me quedó y pensé que era un buen punto de partida. Me quedó dando vueltas la idea y pensé en qué tiene que pasar para que una persona que va a cruzar la calle se detenga. Tiene que haber un pensamiento suficientemente grave para que se abstraiga tanto que el semáforo en rojo le dé igual por unos momentos. Entonces esa imagen me llevó a armar un personaje, a pensarle un nombre, pensarle una edad, cómo sería su vida si viviera en ese barrio, si tuviera un papá, un novio, un hermano menor, una mejor amiga que es más bien una rival… y una trama que sucede durante un solo día, cuando ella está lista para abortar el hijo de su novio. Pero, por una complicación en el consultorio, el médico le propone posponerlo y hacerlo doce horas después. La historia son esas 12 horas de caminata de Juana Villegas por Bogotá. Ella recorre Bogotá mucho más que otros personajes de novelas anteriores. Yo pensé esta novela como una tragedia en suspenso, como una tragedia que queda pendiente, como un aguacero que se insinúa pero no se da. La frase parece que va a llover es una predicción, una profecía cotidiana, pero lleva adentro una cantidad de cosas. Y este libro es sobre algo que se va a dar pero no se da. Y es un resumen de lo que sucede en la Bogotá de 2002. La sensación de que Bogotá, como centro de Colombia, no va a dar más, que va a estallar. Una sociedad trágica conteniendo un posible estallido todo el tiempo que queda bien representado en una frase que se repite mucho en Bogotá y en Colombia: algún día la gente no va a aguantar más”.
Comedia romántica
“Tenía ganas de escribir una novela que lo dejara a uno tan feliz como lo dejan las canciones. Siempre me ha parecido que las novelas que más me gustan, o que las novelas que los especialistas dicen que son las mejores, tienden a dejarlo a uno devastado, golpeado, desacomodado en la vida, y eso es, por supuesto, una función importante de la literatura: poner incómodo, pero me parecía interesante después de haber escrito unas ocho novelas que podían dejar con una sensación de tristeza al final, escribir una novela que dejara feliz, sin sacrificar inteligencia. Hacer una novela con todas las de la ley, con todos los dolores que se van recogiendo en la vida, con las miserias que se van coleccionando con el paso de los años, pero que al final quedaran las ganas de querer vivir”.
El Espantapájaros
“Venía acumulando una cantidad de historias relacionadas con el conflicto colombiano. No necesariamente historias de guerra, sino de personajes afectados por la violencia, mucho más allá de Bogotá. Estas historias fueron llegando a mí de una forma muy misteriosa. Historias de taxistas, amigos, soldados, paramilitares, guerrilleros. Es muy probable que el ejercicio de escribir columnas me haya puesto más en contacto con las historias del conflicto, aunque debo decir que siempre he estado muy cercano a lo que está pasando, tanto por razones familiares, como por una forma de ser que me obliga a estar involucrado en lo que pasa en el país. Desde muy niño he estado muy atento a todo lo que pasa y muy consciente de lo muy poco que sé sobre todo lo que pasa. El gran esfuerzo de conocer el país de verdad, de por fin poder decir lo que sé, ese ha sido el trabajo de las columnas. Yo he leído sobre Colombia, sobre la historia de sus partidos políticos y sobre su historia, y he estado al tanto de lo que ha venido pasando, pero sé que se me escapa una gran parte del país y que me cuesta comprenderlo del todo, comprender esa lengua. Y algo así sucede en El Espantapájaros. Es una novela escrita en esa lengua, en ese castellano, el del conflicto. Y que es como cualquier castellano, un reflejo de una vida muy rica en medio de semejante campo de guerra. En El Espantapájaros están todas las historias que me han venido llegando por el ejercicio del periodismo, el ejercicio de estar en contacto con las noticias. Me han venido llegando historias y más historias que tienen que ver con el conflicto. En El Espantapájaros están las historias de una casa de travestis que conocí, de los soldados amputados que he conocido, las historias de ex guerrilleros que manejan taxis hoy en Bogotá, pero todas contadas en una misma escena supremamente sangrienta, incluso desde el lenguaje en que está expresada. Esta es una novela que se venía conteniendo en los márgenes de cada una de las novelas que ya había escrito”.
En la página web de Ricardo Silva Romero se pueden ver los minicast hechos para cada libro.
Laura García nació en Colombia en 1985, pero hace muchos años que vive en el último pasillo del mundo: Chile. Es columnista de la revista colombiana Las2Orillas.co, corresponsal para América Latina de la revista OtroLunes.com (España, Alemania). Colabora regularmente con la edición impresa de El Espectador, el semanario mexicano La Jornada Semanal, y actualmente también con la edición online de la revista SoHo. En FronteraD ha publicado La fuerza de la razón en Chile