Esta entrevista se hizo una mañana de mayo, cuando el mundo era otro, en un hotel de Madrid, mucho antes de que se celebraran las elecciones que darían un triunfo incontestable a Donald Trump. Richard Ford (Jackson, Mississippi, Estados Unidos, 1944), premio Princesa de Asturias de las Letras, ha publicado las novelas Un trozo de mi corazón, La última oportunidad, Incendios, Canadá y la serie protagonizada por Frank Bascombe: El periodista deportivo, El Día de la Independencia (premios Pulitzer y PEN/Faulkner), Acción de Gracias y Francamente, Frank, que el autor asegura que cierra esta Sé mía, que vino a presentar aquí. Ha publicado también cuatro libros de narraciones, Rock Springs, De mujeres con hombres, Pecados sin cuento y Lamento lo ocurrido, y los libros memorialísticos, donde más discreta y emocionalmente se desnuda, Mi madre, Flores en las grietas y Entre ellos. Publicados en su integridad por Anagrama, Ford es de una cordialidad y una elegancia que le entroncan con su admirado, y añorado, James Salter. En una de las cuatro o cinco entrevistas que hemos sostenido me confesó: “Como Graham Green, yo también tengo una aguja de hielo en el corazón”. Paso a paso está construyendo un monumento literario infinitamente más humano, lúcido y perturbador que el Rushmore, que aparece cargado de ironía en esta novela insólita en la que nuestro querido periodista deportivo reconvertido en agente inmobiliario hace un viaje por Estados Unidos camino de esa montaña de cartón piedra con su hijo, enfermo de ELA. Dice que escribe libros para escapar de sí mismo, pero es difícil no dejar de admirar ni de leer con avidez la calidad de la página y el conocimiento psicológico y político de sus personajes, un fresco impresionante de nuestra época. Leyó Ser y tiempo, de Martin Heidegger, mientras escribía esta novela, y por eso aparece en sus páginas: porque Heidegger “se toma la existencia como un tema real. Que es lo que hacen mis novelas”. Una cala estremecedora en la realidad.
—En la primera página de Sé mía, su última novela, escribe sobre la felicidad. ¿Piensa sobre ella más a menudo que antes? ¿Cómo Frank Bascombe, su protagonista?
—No, llevo pensando en ella desde que empecé a escribir sobre Frank Bascombe. Esto es por completo cosa de mi mujer. Cuando empecé a escribir esta novela mi mujer [no recuerdo ningún libro de Ford que no esté dedicado a ella, Kristina] me dijo: ¿Por qué no escribes sobre alguien que es feliz, por cambiar un poco? Nunca había pensado sobre eso antes. Creía que tenía que escribir sobre alguien que era infeliz, porque la infelicidad era importante. Tenía que pensar cómo hacerlo. ¿Cómo puedes escribir sobre alguien que es feliz y que no resulte aburrido? Pensé que tal vez la manera de hacerlo era dándole al personaje un problema real que tengan que resolver, una circunstancia que a él y a quien le rodea les haga infelices y hacer que su vida sea ese intento de buscar una manera de sentirse felices ante la tristeza. Desde entonces llevo pensando en eso.
—Es una pregunta que tiene que ver con Tólstoi y la idea que expresa al comienzo de Ana Karenina de que “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”.
—Sí, y Tolstoi está equivocado.
—Vale, de acuerdo. [Risas].
—No todas las familias felices son iguales. No lo son.
—¿Comparte con Frank sus creencias como presbiteriano histórico, como alguien que no va a la iglesia ni es creyente?
—Sí. Compartimos eso exactamente. Aunque esta primavera, el periódico del Vaticano me ha escrito pidiéndome…
—¿Ha dicho el Vaticano?
—El Vaticano. Me han escrito preguntándome si puedo escribir unos comentarios sobre los Evangelios del Nuevo Testamento. Así que he empezado a hacer eso. Y está siendo extremadamente interesante. Pensé que iba a ser aburrido. No conseguía leer la Biblia con cierto interés, pero que me he puesto a ello y lo hago con una curiosidad y conocimiento que nunca antes había tenido. Fui a Museo del Prado porque quería ver la obra de Caravaggio.
—¿El nuevo Caravaggio, el Ecce Homo?
—Bueno, el nuevo no me importaba tanto. Me interesaba más… Muchas obras de Caravaggio y de sus contemporáneos… Estoy escribiendo sobre temas y personajes bíblicos y quería ver esos temas y personajes retratados en el museo. Y quería saber la historia detrás de ellos. A pesar de que ni Frank ni yo compartimos esas creencias… Pero mucha gente sí la tienen. No es que no crea en nada. Creo en la imaginación, en la literatura. Simplemente no creo en Dios.
—¿Será ese su nuevo libro?
—No. Son serán solo unos comentarios para el periódico de El Vaticano [L’Osservatore Romano], que me está entusiasmando hacer…
—Me gustaría leerlos.
—Bueno, no son graciosos, son profanos, son simplemente comentarios sencillos y comunes sobre lo que está sucediendo. Y me gusta porque cuando era pequeño mi madre era una especia de católica reprimida, reprimida por un hombre protestante irlandés. Ella no pudo ser católica, pero sí fue a colegios católicos. Siempre me he sentido un poco alejado de la religión. Y nunca me sentí bien por estar alejado de ella. No sentía que supiera lo suficiente sobre religión como para sentirme extraño a ella. Por eso ahora no estoy viviendo una experiencia religiosa. Me estoy interesando en el destino de otras personas.
—Durante la pandemia, un día vi a mi padre muerto caminando, aunque en realidad era yo mismo, en la pantalla de mi ordenador. ¿Alguno de sus padres ha vuelto a usted de alguna manera, como Frank en su última oficina?
—No entiendo la pregunta.
—La pregunta es si has tenido la misma experiencia que Frank cuando encontraba a su madre muerta entrando en su oficina, como se cuenta en Sé mía.
—[Ford piensa] Tengo que pensar si sí o si no. No, lo inventé. Lo inventé por completo. Nunca he tenido esa experiencia. Tengo la experiencia que tiene todo el mundo. Es decir, hay días en la vida en los que ves continuamente a gente que se parece a otra. Pasa todo el tiempo.
—Gente extrañamente demasiado familiar.
—Sí, y no pasa todos los días. Sólo algunas veces. Pero no piensas: “Bueno, ahí está Frank”. Así que no, me lo inventé por completo. Pensé que era divertido.
—¿Por qué decidió escribir tan ampliamente sobre alguien afectado por ELA (Esclerosis lateral amiotrófica)? ¿Ha estado cerca de alguien que sufría esa enfermedad? Mi mujer y yo hemos acompañado a una buena amiga nuestra desde los primeros síntomas hasta el final, durante más de nueve años. Y ella escribió una gran parte de su historia con sus iris señalando cada letra sobre una pantalla. Sus textos se publicaron en fronterad.
—No, no he tenido ninguna experiencia con nadie que haya padecido ELA. La razón por la que elegí esta enfermedad es porque en Estados Unidos la enfermedad se llama de Lou Gehrig, por el famoso jugador de béisbol. Fue la primera persona famosa en padecerlo. Y, de hecho, se lo diagnosticaron en la Clínica Mayo. Y pensé que a Paul Bascombe, mi personaje, que era el hijo de Frank, le parecería divertido que una enfermedad mortal llevara el nombre de un jugador de béisbol. Esa fue la primera razón que tuve para usarlo. Y luego quise que él [Paul] pudiera burlarse de eso. Esa fue la razón, esa fue mi razón. Pensé que Paul Bascombe pensaría que era gracioso. Porque descubrí que hay un límite a lo triste que puedes llegar a estar.
—Dice que Frank está siempre trabajando contra cualquier tipo de sentimentalismo. ¿Usted también como escritor?
—Sí.
—¿Todo el tiempo?
—Tanto como puedo. Creo que el sentimentalismo es ese estado mental en el que sientes intensamente cosas sobre las que no tienes detalles. Cuando tienes los detalles, la forma en que sientes está mucho más integrada. Es mucho más matizada, complicada y responsable.
—Más compleja.
—Sí, más compleja. Y me gustan los detalles. Quiero decir, para mí, escribir sobre alguien que tenía ELA, que básicamente es como la llamamos, enfermedad de la neurona motora, era una cuestión de detalles y muchos de los detalles los inventé, porque sentí que podía inventarlos, aunque leí libros sobre el tema.
—Es muy preciso al describirlo.
—Bueno, usé libros muy buenos. Hay uno que se llama My Brother’s Keeper, un libro muy, muy bueno. Tenía que asegurarme de que no estaba robando nada.
—¿Cuando una ciudad se vuelve rica surge la necesidad, la obligación, de gastar dinero en fuegos artificiales? ¿Es esta forma de celebrar la opulencia, de entretener a los dioses, una nueva muestra de la infantilización de nuestras sociedades?
—¿Quién ha escrito eso?
—Usted. Bueno, lo dice su personaje.
—Me lo inventé por completo.
—Me pareció muy gracioso. Porque en este país gastamos mucho dinero en eso.
—Sentí la necesidad de dar cuenta de ello de alguna manera. Creo que es como mi obligación dar cuenta de ciertos fenómenos culturales que nadie se molesta en tener en cuenta, en explicar. Nadie se molestó por ello. Ya sabe, dirán: “Bueno, lanzamos fuegos artificiales porque es patriótico”. Nos recuerda el comienzo del país, que era violento y había bombas en el aire y todo eso. Pero no creo que signifique exactamente eso, sino más bien: “Somos más ricos que vosotros”.
—¿Ha estado en Valencia?
—No estoy seguro.
—Allí gastan una cantidad tremenda de dinero en eso cada año. Cuando era pequeño, nos encantaba tirar petardos. ¿Puede que Donald Trump sea un imitador de Benito Mussolini?
—Bueno, me gusta decir que se parece a Mussolini, que… Ya sabe, Mussolini parecía estúpido. Pero no creo que Trump sea tan inteligente como Mussolini [risas]. Mussolini era mucho más inteligente y mucho más rudo y despiadado también. Trump es simplemente un inútil. No es despiadado. Es simplemente un irresponsable, mientras que Mussolini era un verdadero tirano.
—Su personaje principal, el señor Bascombe, dice cosas como ésta: “Espero ver una foto glamurosa de George W. Bush sonriendo con la autoridad, el poder que usurpó”. ¿Comparte esta visión política e histórica?
—Sí, al 100%.
—En el lugar donde sus personajes alquilan la caravana cortavientos hace una lista de todo lo que se podría comprar allí, incluidos misiles y un minisubmarino. ¿Ha visto la película Civil War?
—No, no la he visto. Crecí en Mississippi… La guerra civil significa algo para mí que no significa lo mismo para otras personas.
—Creo que es una buena película.
—La gente ha dicho eso también.
—Mi impresión, especialmente después de lo que pasó en el Congreso, cuando Trump perdió las elecciones frente a Joe Biden, es que no es completamente descabellado que haya una nueva guerra civil en su país.
—Yo creo que sí que lo es. Justo acabo de escribir sobre eso. No creo que los estadounidenses estén dispuestos a correr el riesgo que tendrían que correr para tener una guerra civil.
—Eso es muy racional.
—Sí. Bueno, también es una forma de ver lo desvinculada que está la mayoría de la gente de la política y de los asuntos políticos. Simplemente no creo que estén lo suficientemente comprometidos. Quiero decir, de repente decides que vas a empezar a dispararle a tu vecino de al lado. Se necesita una cierta cantidad de voluntad para afrontar el riesgo, porque te pueden meter en la cárcel. Y no creo que los estadounidenses quieran ir a la cárcel. Quiero decir, ciertos grupos extremistas sí lo harían. No les importa. Pero creo que, en general, los estadounidenses no quieren problemas.
—¿Pero tiene la sensación de que Estados Unidos es un país roto, políticamente hablando?
—No, no creo que roto…
—¿No hay dos sociedades, las posturas políticas más encendidas y el resto de la población, de la gente?
—¿Me puede repetir la pregunta?
—Como si en Estados Unidos hubiera dos países, el magma político y la gente común haciendo sus negocios, teniendo su vida.
—Probablemente eso sea un poco simplista. El Gobierno sigue trabajando. Parece que está siendo atacado, pero lo están atacando desde dentro de las instituciones. Sólo un pequeño número de personas quiere asaltar el Capitolio y cancelar las elecciones. Se trata de un número relativamente pequeño de personas. La mayoría de la gente quiere votar el próximo otoño. Tal vez quieran votar por Trump, pero si votan por Trump y Trump sale elegido eso significa que las instituciones funcionan. Así que tengo fe en las instituciones. Y las instituciones siempre son capaces de equivocarse, de hacer cosas malas. Quiero decir, ha habido muchos presidentes que fueron elegidos e hicieron cosas terribles. Andrew Johnson, el presidente Jackson en la década de 1820… Simplemente por el hecho de que la persona que se presenta a las elecciones sea un idiota no significa que la institución no funcione. El país está en decadencia, pero roto no. No creo que roto. No de momento.
—¿Por qué cree que William Faulkner era un impostor? ¿O es sólo la opinión de Bascombe?
—¿Un impostor? Ah, eso es lo que dice Frank.
—No es su opinión.
—No, porque… No, no es mi opinión porque…
—¿Le gusta Faulkner?
—Me encanta Faulkner. Pero su discurso del Nobel fue un puñado de tonterías. Por eso lo dice, ya sabe. ¿El hombre sobrevivirá? Tal vez. No sé si creo eso, que el hombre siempre sobrevivirá. Creo que probablemente…
—¿Todavía lee a Faulkner de vez en cuando?
—No. No volvería allí, a sus libros. No quiero esas frases dando vueltas en mi cabeza. No quiero que ese punto de vista circule por mi cerebro. Ya es bastante malo que lo haya leído todo cuando tenía 20, 22, 23, 24 años. Lo conocí, ¿sabe?
—¿Conoció a Faulkner?
—Sí, personalmente.
—¿Cómo fue?
—Estaba borracho. Muy bien vestido, muy elegante, guapo.
—¿Se mostró inteligente en ese momento?
—Bueno, estaba un poco borracho. Fue el año en que murió, así que no noté que fuera inteligente.
—En Sé mía podemos leer que “la mayoría de los actos que conllevan un valor ético deben ser reevaluados periódicamente”. Sí. Me temo que este tipo de afirmaciones van en contra de la manera de ser de los imbéciles, radicales y predicadores de este mundo de políticas degradadas, tal vez demasiado liberales o ¿relativistas? como para encontrar un sillón cómodo en este mundo.
—Bueno, creo que las cosas que son tabúes necesitan ser reevaluadas continuamente, no abandonadas. Reevaluar algo no significa que lo abandones, solo significa que lo miras nuevamente. Y una de las cosas que puede hacer una obra de ficción es hacer que lo hagas en un entorno seguro. Puedes mirar las páginas de un libro y ver todo tipo de tabúes que son transgredidos o se abandonan, pero eso solo sucede en la página del libro, y te permite pensar: “Bueno, ¿qué sucede cuando eso se abandona, qué sucede cuando eso se cuestiona, qué sucede cuando eso se reevalúa?”. Así que para eso sirve la literatura. No tiene que suceder en tu vida, puede suceder en la página.
—Un libro puede ser un buen laboratorio.
—Absolutamente. Un libro es su propia pequeña placa de Petri.
—Cuando escribe sobre el primer encuentro entre Frank y Betty, en la casa de masajes, Chéjov viene a visitarle. ¿Cómo de presente está el autor ruso en su mesa de trabajo? ¿Le gustaría pasar tiempo con él en algún lugar en el extra mundo, si algo así pudiera suceder?
—Sí. El otro mundo existe en este mundo. Creo que todos tenemos otros mundos a los que podemos acceder. Un libro es otro mundo. La imaginación en sí misma es otro mundo. El sueño es otro mundo, así que sí.
—¿Chéjov está muy presente cuando escribe, más que Faulkner?
—Bueno, solo de esta manera [Ford se toma su tiempo para pensar). Cuando lo leí era demasiado joven para hacerlo. A mis 20 años, Chéjov me exponía constantemente a cosas que no entendía que hacían los seres humanos. Escribía una historia, como la de la señora con el perro, y al final de la historia, yo, como joven escritor, decía: “Bueno, pero, ¿qué pasó? ¿Pasó algo? No lo sé”. Y eso me hizo entender que, a veces, algo ha sucedido sin que lo sepas.
—¿Es Sé mía un libro sobre las falsas ilusiones que tenemos y sobre lo difícil que es conocer al otro, incluso aunque se trate de tu propio hijo, y sobre las dificultades de la compasión?
—Sí, trata de eso. Trata de la dificultad de ignorar al otro. Pero en situaciones extremas, como esta, que es tan extrema, la atención de uno se ve atrapada. Intento montar escenas en este libro en las que la dificultad de conocer a otra persona se minimice por los deberes que uno tiene hacia esa otra persona. Quiero decir, para mí la escena más conmovedora del libro es cuando su padre tiene que meter a Paul en la ducha y sacarlo de la ducha y ayudarlo a vestirse. Es una forma de saber. No es un saber que tenga un lenguaje propio, pero es una forma de saber. Por lo tanto, las situaciones extremas facilitan el saber.
—También es ver lo difícil que resulta ser compasivo en el mundo real.
—Así es. Puede que sea natural o no para un amigo ser compasivo, pero eso no significa que no podamos hacerlo. Hay una frase maravillosa de Philip Larkin: “todo lo que es natural es bueno”. Y lo inverso también es cierto. Hay muchas cosas buenas que no son naturales.
—Me temo que las páginas dedicadas a la Clínica Mayo de Rochester no van a ser utilizadas por su departamento de mercadotecnia.
—Ah, ¿no lo cree? [risas].
—Pero creo que a Kafka le van a gustar mucho.
—¿A quién le gustarían?
—A Franz Kafka.
—Kafka.
—Sí.
—Bueno…
—¿Son estos espacios donde la publicidad se hizo realidad y donde el dolor y la muerte no están permitidos, templos contemporáneos del horror?
—Sí. Volví a la Clínica Mayo la semana pasada. Pero tengo una experiencia muy vívida de lo que experimenté allí hace 35 años.
—¿Por alguna enfermedad?
—Sí, siempre hay algo mal con esto [entiendo que se refiere al cuerpo]. ¿No hay algo mal siempre con esto?
—Sí.
—Lo he notado.
—Pero, ¿está bien?
—Estoy bien. Estoy aquí.
—Me alegro de volver a verle.
—Estoy en España, eso ya es estar bien. La Clínica Mayo es mi gran Taj Mahal, ¿sabe?
—Sí.
—Quiero decir que el Monte Rushmore es el Taj Mahal de los tontos, pero la Clínica Mayo es mi verdadero Taj Mahal. Voy allí para mejorar. Y siempre sucede. Algún día iré allí y no saldré.
—¿Qué ha aprendido sobre usted mientras escribía esta novela?
—Lo inteligente que era. Sí [risas]. Creo. No sé. Escribo libros para intentar ser más inteligente de lo que soy…
—Pero esto es una experiencia de aprendizaje, para mí lo fue la lectura.
—Bueno, no es más tratar de contar algo que sabía o intuía, no una revelación o un viaje de autodescubrimiento…
—Pero descubre cosas mientras escribe…
—Descubrí lo que es posible decir. Y lo que es posible decir no siempre es lo que yo creo. Es mucho menos personal. T. S. Eliot decía que “escribimos literatura no para expresarnos, sino para escapar de nosotros mismos”. En mi caso es así, escribo libros para escapar de mí mismo. Escribo libros para ser más inteligente de lo que soy. Porque en la experiencia galvanizadora de escribir un libro a veces puedes volverte más inteligente de lo que eres. Y sé que es necesario un alto nivel de concentración, dejarse llevar lo máximo posible. Luego miro a mi alrededor y a veces miro los libros que he escrito y pienso: “¡Dios mío! ¿Cómo has escrito todo eso?”. Bueno, eso es así porque se trata de una experiencia artística. El crisol que es una novela, un poema o un ensayo, ese crisol se pone al rojo vivo.
—Escribe algo triste y real sobre las parejas cuando se les muere un hijo.
—Sí.
—Sé algo al respecto. Perdí a un hermano en circunstancias dramáticas antes de que naciera yo. Disculpe si la pregunta es demasiado personal. ¿Por qué Kristina y usted decidieron no tener hijos?
—Porque fuimos demasiado egoístas. No queríamos renunciar a nada. Especialmente no queríamos renunciar a nada el uno del otro.
—Otra frase llena de significado: “La idea de que podemos elegir está presente en casi todas las cosas, una mentira de la filosofía occidental”. ¿Está eso en el origen de muchas frustraciones y por eso chinos y rusos nos han tomado la medida?
—Bueno, esas son probablemente dos preguntas complicadas que ni siquiera necesitan una respuesta. Probablemente esa línea del libro no esté tan cargada de malicia como parece. En mi caso… Muchas cosas en la vida de cualquiera te pasan sin más. Sales por la puerta, piensas en lo que te espera y te sorprende lo que encuentras. Y mi objetivo es intentar hacerme responsable de muchas de las cosas que me sucedieron a mí, en la medida de lo posible. En otras palabras, tengo la sensación de poder elegir todo lo que pueda en mi vida para no sentir que he sido víctima del caos o del destino o como quieras llamarlo. Un dios. Solo pienso: no, es mi culpa. Yo hice eso. Yo elegí eso. Debí haber elegido eso, no estaría aquí. Así que eso es realmente lo que esa frase significaba. Pero la elección es una ficción en muchos sentidos.
—A la entrada del hotel hay una parada de autobús y un anuncio que proclama que no eres culpable de nada. Resulta de lo más revelador.
—Bueno, es Donald Trump. Él no es culpable de nada. Lo que ocurre es que en realidad es que sí lo es.
—¿De verdad leyó Ser y tiempo de Martin Heidegger mientras escribía Sé mía?
—Sí.
—¡Guau! Resulta sorprendente. ¿Fue muy difícil?
—Muy difícil.
—¿Pero lo consiguió? ¿El libro entero?
—En inglés. Pero también leí algunos libros complementarios al respecto. Para ayudarme a entender. Incluí a Heidegger en mi libro como una especie de alivio cómico. Porque quería que Frank pudiera irse a la cama por la noche, tomar a Heidegger y dormirse inmediatamente.
—Sí, eso es bueno.
—Pero también me gusta Heidegger porque Heidegger habla sobre la existencia.
—Todo el tiempo.
—Todo el tiempo. Siempre habla de eso en realidad. Pero la existencia está en todas partes. La existencia en los zapatos que usas, la existencia en lo que comes, la existencia en a quién amas. Y pensé que eso era interesante. Lo que siempre pienso sobre la gente, sobre lo que la gente escribe, no son los detalles de lo que te dan, sino el hecho de que te han revelado lo que les interesa. Y para mí fue muy importante entender que Heidegger estaba interesado en la existencia como tema. Y pensé que ese es un tema importante, sin importar lo que diga al respecto, sin importar lo erosionado u oscuro que sea.
—Sí.
—Él toma la existencia como un tema real. Que es lo que hacen mis novelas.
—Cuando estás al final del libro se puede leer: “Estaba leyendo un libro sobre escritura que decía que en las buenas novelas cualquier cosa viene después de cualquier otra y que nada necesariamente sigue a otra cosa”.
—Correcto.
—Sé mía, y otras de sus novelas, ¿en qué medida le han ayudado a estar en el mundo?
—Bueno, eso mismo por sí solo. Pero esa línea que se cita ahí es de un hombre llamado William H. Gass en un ensayo que escribió ltitulado El personaje en la ficción. Se podría decir de muchas maneras diferentes, pero el desafío de escribir ficción es ¿qué puedo hacer que suceda? Y no lo que debería suceder o lo que sucedería, sino ¿qué puedo hacer que suceda? Y cuando lo miras de esa manera puedes hacer que suceda prácticamente cualquier cosa porque no tiene que seguir nada. Si alguien hace una cosa lo siguiente que sucede no tiene que ser lógico, no tiene que tener consecuencias. Así que es muy liberador. Pero resulta que también es la manera en la que es el mundo. El mundo no es lógico. Proponemos una lógica al respecto, pero el mundo se burla de eso.
—La pregunta es inevitable. ¿Será esta quinta entrega de Frank Bascombe la última?
—Sí. Estoy seguro de eso.
—¿Extraña a James Salter?
—Oh, muchísimo.
—Era un muy buen amigo nuestro.
—¿En serio?
—Sí.
—Lo quería mucho. Extraño lo divertido que era.
—Brillante.
—Oh, sí. Pero muy cómico.
—Así es, sí.
—Se lo pasó bien en la vida.
—Todo el tiempo.
—Sí. Cuando me hice su amigo, me sentí muy halagado, muy afortunado de que me dejara ser su amigo. Me sentí completamente honrado.
—Yo también.
—Sí.
—Está es quizás nuestra quinta entrevista…
—Sí.
—Muchas gracias.
—Son suficientes.
—Mi última pregunta es más o menos la misma: ¿quién es Richard Ford? La última vez me dijo que todavía no lo sabía. Y hoy…
—Todavía estoy buscando [risas]. ¿No tienes que llegar al final de la historia para entenderla?
—Sí. Vale.
—Ya casi he llegado al final de la historia.
—Nunca se sabe. Gracias por el libro, lo he disfrutado mucho.
—Gracias por tomarse el tiempo y gracias por venir.