Lo del PSOE abriendo expediente de expulsión a Joaquín Leguina y Nicolás Redondo Terreros me ha recordado al día de la moción de censura cuando Mariano Rajoy, ya expulsado de facto, daba golpes desde la tribuna. Aquellas bofetadas dialécticas parecía que las lanzaba el inspector Gadget, pues llegaban a todas las partes del hemiciclo. A Rajoy no le importaba su salida del gobierno (o no parecía importarle) porque ya la había digerido la noche anterior; y a Sánchez y a Ábalos (a quién pusieron enfrente de Rajoy, no sé si recuerdan la escabechina) no les importaba recibir semejante somanta de palos (o no parecía importarles) probablemente porque no la entendían, como buena parte de los españoles a los que se disponían a gobernar. Por eso lo de la expulsión de Leguina y Redondo es casi lo mismo. No les entienden (los Sánchez, Ábalos, Lastra, Calvo…) y por eso les expulsan. La cosa no va de desacuerdos sino de comprensión lectora. Sánchez no podía permitirse un rival al que no entendía mientras a su alrededor escuchaba risas enlatadas, del mismo modo que Lastra, por ejemplo, tampoco puede permitir que en el partido que dirige haya unos señores a los que no entiende y que a su paso hacen sonar las mismas risas enlatadas. Esas risas, por supuesto, no las entienden. Aunque sí saben de qué se tratan. Son el desencadenante de su furia pues son el anuncio indeleble de su mediocridad. Quieren a todos los excelentes fuera para que no quede ni un solo rincón donde no impere su mezquindad (por dejarlo ahí), que es la esencia, indeleble también, de este PSOE.