Cuando alguien tiene la fortuna de encontrarse en el camino con porciones de vida, de tiempo compartido y del precioso regalo de la amistad de dos seres humanos de la talla de Roberto Fraile y David Beriain, se convierte, obligatoriamente, en un apóstol de su legado, de su forma de tratar de entender el mundo, de su entorno, de su modo de acercarse al ser humano, a su conflicto y a las contrariedades de la propia naturaleza del hombre.
Roberto y David tenían el don de la mirada singular. Esa manera de encarar la vida que hace que una persona se convierta en alguien único, personal, inigualable, irrepetible. Esa forma de preguntarse y de hacer que los otros, todos nosotros, nos hiciésemos a su vez también esas mismas, u otras preguntas que, tal vez, jamás, nos hubiésemos planteado.
David Beriain hubiese entrevistado a sus asesinos, dice Sergio Caro. Que mayor prueba de su calidad humana, de su empatía. Que mayor ejemplo de su periodismo, de su necesidad de intentar entender.
Roberto Fraile nos hubiese planteado preguntarnos por queé la masacre de treinta civiles africanos, acontecida tan solo unos pocos días después en la misma zona donde fallecieron él, David Beriain y Rory Young, no tuvo ni una centésima parte de la atención mediática que ellos tuvieron.
Su familia, sus amigos, sus compañeros, tenemos la responsabilidad de tratar de que su recuerdo, lo que son y siempre serán, y su legado, pervivan para honrar su memoria, porque como decía Antoine de Saint-Exupéry:
“Solo seremos felices cuando tengamos conciencia de nuestro papel, incluso del más discreto, solo entonces podremos vivir en paz y morir en paz, porque lo que da sentido a la vida da sentido a la muerte”.
Roberto y David tenían plena conciencia de su papel.