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Rodrigo Muñoz Avia y sus padres. La casa de los pintores, una mirada íntima

Fraternidad

Para mí hablar de la familia Muñoz Avia es como hablar de algo muy cercano, casi como hablar de algo propio. Algo con lo que comulgo, con lo que me siento unido. Mi padre fue amigo íntimo tanto de Lucio Muñoz como de Amalia Avia. En muchas ocasiones acompañaba a mi padre a sus visitas a su casa del parque Conde de Orgaz, y ocasionalmente a sus tertulias allí o en el torreón de la Puerta del Sol. Conocí de cerca ese mundo, sus estudios. Me impresionaban mucho sus mundos creativos, sus universos tan peculiares y sus idiosincrasias. De esa amistad, de esa influencia en mi padre, algo he heredado, por ejemplo, la lectura y veneración por escritores como Thomas Bernhard o Agota Kristof. Recuerdo a Amalia con su carácter entrañable, cariñosa, cercana, y luego me sorprende su depresión, las mellas que le haría. El contraste con Lucio y un carácter más reservado, pero también cercano y cariñoso. Dos estampas de infancia que siguen ahí, arraigadas a lo esencial.

Charlar con Rodrigo Muñoz Avia resulta gratificante, porque me une una especie de fraternidad. Muñoz Avia es un escritor fino, certero, que aquí se adentra en la intimidad, en la felicidad de una familia, en cómo el arte invadía su casa familiar y moldeaba todo lo demás. Conozco ese universo y me fascina, por su sencillez pese a la carga solemne de los asuntos creativos. Son los detalles los que captan las esencias: la vida y sus ciclos, la enfermedad y la muerte incluidos. Y eso le aporta aún mayor sentido a una obra como La casa de los pintores. Un género híbrido, porque no es un libro de artistas, ni es una biografía. “El libro estaba en la sección de arte. Pero yo lo considero narrativa: está publicado en una editorial de narrativa”, afirma con rotundidad. “Evidentemente es muchas cosas. Es un libro muy difícil de clasificar. No es ficción. Para mí es narrativa, en la medida que estás narrando unos hechos y en que hay un narrador que ordena de una determinada manera, que escoge lo que cuenta y lo que no. Que empatiza con unas cosas, y con otras no”, precisa.

El origen

Rodrigo se ocupa del legado de sus padres. Ha escrito artículos o presentaciones de catálogos sobre ellos, pero no de la manera en la que lo hizo en La casa de los pintores. “El proyecto surge de la certeza que yo sabía que algún día escribiría un libro sobre mis padres. Y sabía que lo quería hacer. En el fondo debía hacerlo. Soy portador de una información, y al trabajar con la obra de mis padres, manejo mucha más información que mis hermanos. Al final hay una parte que yo he vivido, y además yo me dedico a escribir, y ellos no. Es el típico proyecto que lo vas dejando. Siempre pensé que lo escribiría siendo más mayor. Pero algo hizo que me animara. En eso influyó mi hermano Nicolás. Estábamos grabando unos pequeños documentales, sobre 2015 (disponibles en la web lucioyamalia.com), entrevistando a los amigos Antonio (López), Marie Claire Decay, te das cuenta de lo valiosos que son los testimonios y de que van a ir desapareciendo. Mucha gente que queríamos entrevistar ya no está entre nosotros. Eso me hizo valorar lo importante que es volcar lo que tú tengas y volcarlo ya. Es verdad que hay mucho escrito sobre mis padres, las memorias de mi madre… Pero sabía que yo tenía que contar mi vivencia, mi experiencia y nada más”, me confiesa Rodrigo.

Los lectores disponíamos de dos magníficos libros, básicos para entender a Lucio Muñoz (El conejo en la chistera. Escritos del artista, editorial Síntesis 2010) y a Amalia Avia (De puertas adentro. Memorias, Taurus, 2004). La casa de los pintores amplía el espectro, recoge de primera mano una mirada íntima de la familia, pero sin entrar en confesiones de alcoba sino detalles que nos acercan más a la realidad creadora. A la felicidad de una familia, pero también a las tragedias vitales.

El proceso

En su carrera como escritor Rodrigo ha abordado ampliamente la literatura infantil y juvenil, además de escribir cuatro novelas para adultos, la última La tienda de la felicidad (Alfaguara, 2021). Todo eso le ha servido. Aunque ahora está “muy focalizado en mi carrera como escritor adulto. Al final es como una manera de investigar y de aprender, y de vivir otras cosas. Lo que ya he vivido no me llama tanto a la hora de escribir”, asegura. En La casa de los pintores subyace un intento de naturalizar a los artistas, a la educación y lo que se crea en un clima familiar. Compartimenta la personalidad del artista. Da un reflejo muy humano. Que lo hace muy complementario a los escritos de Lucio Muñoz y a las memorias de Amalia Avia. “Las memorias de mi madre acaban cuando nacen sus hijos. El libro termina básicamente cuando muere Franco. Luego añadió un epílogo en el que mete varias cosas. La tertulia del torreón. Ya son pinceladas sueltas. Pero no habla de su faceta de madre, ni de nada de eso. Entonces yo vi que podría mostrarse algo de eso. Yo vi que como hijo he ido valorando con el tiempo que mis padres eran muy interesantes para los demás. Porque para mí eran interesantes, porque eran mis padres. Pero lo daba por hecho. Es el reflejo de una época y de unas personalidades singulares. Que no son prototípicas”.

“Los estudios tenían que ser protagonistas, con el proceso pictórico. Porque sabía que a la gente le gusta mucho y le interesa mucho. Y que soy un testigo privilegiado. Nadie más lo es. Todos los hermanos lo hemos vivido. Puedo contar cómo hacía un cuadro mi padre, cómo lo vivía, cómo le atormentaba cuando no le salía, su pasión con la música”. Adentrarse en el mundo del artista es inmiscuirse en sus elementos.

Las dudas

Rodrigo Muñoz Avia me muestra alguna de sus dudas, sus decisiones. Desde su amabilidad, su honestidad, su humildad, florecen las claves. “Una decisión que me dio mucha guerra fue qué lugar tenía yo en el libro. Cuánto aparecía el yo, cuánto aparecía mi personaje. Podría haber hecho una biografía, pero no quería eso. Por pudor no salía casi yo. Y creo que ayuda al lector a identificarse. Si no es más frío todo”, me confiesa.

“Quería escribir sobre mis padres. Y luego cuánto revelaba de las cosas de mis padres. No era para contar una gran mentira. No quería decir solamente que eran maravillosos. Tampoco quería que fuera una cosa elegíaca y nada más. Hay mucho escritor que saca las tripas de su familia y no tiene ningún pudor en hacerlo. Cada cual es muy digno de hacerlo. A mí eso no me saldría”.

En la escritura fue probando por intuición varias cosas. Hablar de tus padres impone. Reconocerles y mostrarles tal cual. “Aunque ellos sean casi una especie de novela, una historia ficcionada. Al final lo que más me funcionaba era cuanto más natural era, y más sencillo era, y más respetuoso con la verdad de mis padres”.

Tocar la fibra

Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen-Bornemisza lo dijo en la presentación “lo del dolor, que cada vez va teniendo un peso y un desgarro mayor. Para mí fue muy importante incluir la depresión de mi madre. Y si la incluí es porque mi madre siempre hablaba de ella, nunca la escondía, se lo contaba a todo el mundo, a todos los periodistas. En sus memorias también la menciona. No era ningún secreto. Además, está muy bien hablar de esas cosas y darles visibilidad. Se tiene depresión, se habla de ella y punto. Para ella fue una lacra que la condicionó toda su vida. Entonces todas esas cosas, de las enfermedades, y de la muerte, le van dando un peso al libro, una marca”, dice Rodrigo.

Madre, mujer, artista

Peio H. Riaño, periodista y autor del ensayo Las invisibles ¿Por qué el Museo del Prado ignora a las mujeres? (Capitán Swing, 2020), en el artículo ‘La realidad acabó con las realistas’, publicado en El País en febrero de 2020, hablaba de Amalia Avia y de pintoras de su generación, como Esperanza Parada, Isabel Quintanilla y María Moreno, del papel secundario que tenía su profesión en su vida frente a la carrera artística de sus parejas. Eran otros tiempos. Muy machistas, desde luego. Pero Rodrigo me demuestra el valor de su madre con su discurso que “al hacer el ejercicio de escribir el libro y escribir otros textos sobre ella, te das cuenta del mérito que tenía y del tesón que tuvo para sacar una carrera adelanta. Tan bien planteada y muy profesional. No era que el domingo sacaba un rato el caballete y pintaba dos cuadritos. Sacaba horas cada día. Hizo una producción amplísima. Pintó muchísimo, expuso y le fue fenomenal. En la casa de Islas Filipinas pintaba en la habitación de Diego y la mía. Sacaba el caballete por la mañana y allí se ponía a pintar mientras estábamos en el colegio”.

Coda

La casa de los pintores (Alfaguara), el nombre con el que nombraban los vecinos a la casa, es un libro que hace justicia a lo que eran Lucio Muñoz y Amalia Avia. Y contribuye a confirmar, aún más, la grandeza de dos grandísimos artistas contemporáneos. “No eran artistas atormentados o conflictivos. A algunos lectores les llama la atención que tuvieran una vida de artistas muy naturales, tan pendientes de sus hijos, un ámbito doméstico tan feliz. Y se complementaban muy bien. En ellos era muy importante el trabajo, el tesón y todo eso. Pero lo más importante es que eran muy sensatos. Que al final eran personas muy inteligentes y gestionaban muy bien las cosas. No tenían fantasías ni megalomanías”.

Además, “se ayudaban mucho. Mi padre ayudó mucho a mi madre. Mi madre siempre decía que sin mi padre nunca hubiera hecho carrera de pintora. Y que si se hubiera casado con un médico o un abogado habría renunciado a su carrera un poco por la convención social. Yo tampoco lo veo muy claro, porque tenía mucho empuje. Tendía a minusvalorarse. Tenía algo que le hacía ser pintora. Y sí, es verdad que la vida social le costaba, era tímida y muy insegura con su pintura. En ese terreno mi padre le ayudó mucho”, sentencia Rodrigo.

Lucio Muñoz y Amalia Avia, la grandeza de las cosas, de los detalles, del talento y del esfuerzo. Un equipo ganador de cara a la galería, pero sobre todo dos personas increíbles: me quedo con esa pasión artística y esa sencillez. El testigo sigue en sus hijos. Rodrigo Muñoz Avia nos conquista con esta novela maravillosa que es una lección de vida.

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