Asín cand’eu morrer, poidera
dormir en paz, neste xardín frorido,
preto do mar… do cimeterio lonxe!…*
Rosalía de Castro
(Madrid, antropólogo. Murió a los 80 años el 1 de abril). Mi amistad con Rogelio comenzó el mismo día que le conocí en una reunión de la futura Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Al terminar se me acercó y tras presentarse me regaló una copia del poema que podemos leer, grabado como epitafio, en la tumba con la que A Coruña recuerda al general inglés Sir John Moore en el Jardín de San Carlos. Mal podía imaginar que algún día volvería sobre aquellos versos para escribir una semblanza de Rogelio. Aquel día Rogelio me anticipó dos de los pequeños paraísos que cuidaba con mimo, quizás porque sabía que al edén solo nos aproximan unos fragmentos inicialmente inconexos, pero que acaban por desvelarnos algunas tramas del Paraíso Perdido. El primero de ellos era saber ser amigo de sus amigos. Nos regalaba generosamente su tiempo, compartía cenas, invitaciones, libros, discusiones y tertulias. El segundo era su admiración por la literatura y la cultura inglesa que había descubierto cuando, todavía muy joven, marchó a estudiar a Oxford. Rogelio pertenecía a una generación, que buscaba casi a ciegas unos horizontes intelectuales que el franquismo les negaba, como ilustra su encuentro con la Antropología, una de las ciencias sociales desconocidas por aquel entonces en los medios universitarios de nuestro país, salvo excepciones como la de su admirado don Julio Caro Baroja, que por otra parte no pertenecería a ninguna institución universitaria. Como la antropología se convertiría en otro de sus pequeños paraísos, vamos a explorar qué caminos siguió para encontrarse con su futura profesión, pero también una de sus grandes pasiones. Los inicios de su vinculación con la antropología social coincidieron con los momentos más iniciáticos de la disciplina en España, cuando no se estudiaba aun en las universidades y su conocimiento permanecía oculto en los gabinetes y en el imaginario de los mares del Sur. Era todavía un joven egresado en Ciencias Políticas y Económicas y su amigo Manuel Gutiérrez Estévez le convenció para que se matriculara en la Escuela de Antropología, que Claudio Esteva había creado al volver de su exilio en México. Los tres años que Esteva se hizo cargo de la dirección del Museo Nacional de Etnología, entre 1965 y 1968, fueron suficientes para abrir las mentes de una generación de antropólogos. Las salas del edificio de la calle Alfonso XII, algo siniestras entonces, se animaron con las vívidas descripciones de los escenarios americanos que don Claudio había estudiado, muy lejos de la mirada colonial sobre este continente del último franquismo. Contagiado por aquel entusiasmo, entre 1969 y 1971, Rogelio se fue a estudiar al Institute of Social Anthropology de Oxford, donde Evans-Pritchard había desarrollado sus trabajos pioneros sobre África. Su tutor académico sería Peter Lienhardt, especialista en la península arábiga. Pronto empezó a interesarse por el hinduismo y el sistema de castas de la India, por lo que decidió especializarse por esta cultura, de la mano de Ravi Jain. En diciembre de 1970, se marcha a este país a hacer trabajo de campo en compañía de Jain. De aquel viaje surgieron numerosas notas y su interés –que le acompañó toda su vida– por las obras del antropólogo francés Louis Dumont. Ya en España, se convirtió en profesor del Departamento de Antropología de América de la Universidad Complutense, pero sería en la UNED donde desarrollaría los años más interesantes de su carrera docente. La antropología española le debe a su gran conocimiento y sutileza las mejores traducciones de obras fundamentales para la disciplina, como La muerte y la mano izquierda, de Robert Hertz, o La civilización india y nosotros, de Dumont. Coordinó numerosos monográficos de la Revista de Occidente. Su libro Antropología: religión, mito y ritual es una refinada reflexión sobre el fenómeno religioso y sus interpretaciones. A todos estos pequeños paraísos –la amistad, la curiosidad antropológica, el amor a los libros, mantener la actitud de scholar que aprendió en sus años de Oxford–, habría que añadir last, but not least, como le gustaría, el paraíso que compartió con Araceli, Claudia y Darío. Paz Moreno Feliú – UNED.
* “¡Ojalá al morir pudiera,/ dormir en paz en el jardín florido,/ cerca del mar… del cementerio lejos…!”. Rosalía de Castro, na tomba do xeneral ingléssSir John Moore, morto na batalla d’Elviña (Coruña) o 16 de xaneiro de 1809.