Ocre Siena

Entramos en la ciudad por la puerta del norte, la Porta Camollia, y seguimos el recorrido de la Vía Francigena por la ciudad de Siena hasta la Porta Romana, la puerta del sur, por donde los peregrinos de toda Europa continuaban ─y continúan─ su camino, como resulta ocioso añadir, hasta Roma. En el pasado, los peregrinos solían reponer fuerzas en el Ospedale di Santa Maria della Scala, al lado del impresionante duomo de Siena. Para entender lo que fue aquel camino de peregrinación solo cabe un parangón: los caminos jacobeos. Así comenzó a construirse Europa, con sus universidades, con sus rutas comerciales; también con sus peregrinos. Con sus viajes, con sus relatos de esos viajes y la ampliación de horizontes y el intercambio de ideas que comportaban. La Via Francigena fue muy importante para Siena, hasta el punto de que también se conoce a la ciudad como “La hija de la Francigena”. Luego la ciudad se convertiría en una de las capitales financieras y comerciales de Italia en el quatrocento y el cinquecento, lo que vale decir que también lo fue a escala europea. Ese esplendor económico propició el poderío territorial y militar de la república de Siena y el consiguiente esplendor urbanístico y monumental de la ciudad, con sus imponentes palacios e iglesias construidos con ladrillos, piedras y tejas del color de la campiña de la tierra de Siena: el ocre siena.

Siena ha sido una revelación en este viaje. Tal vez porque la visité las ocasiones anteriores de noche, tal vez porque las visitas fueron muy breves, no la recordaba tan bella. Todo es armónico, equilibrado, dramáticamente perfecto. El trayecto de la Francigena que atraviesa la ciudad de norte a sur, a través de la via Camollia, la via Montanini y la via Banchi di Sopra va a dar al prodigio de la Piazza del Campo, que pronto supe no era el foro de la ciudad romana, Sena Vetus, como yo barruntaba erradamente, sino una zona donde convergían las aguas pluviales y los desagües que fue restaurada y saneada para servir de punto de sutura entre el núcleo romano de la ciudad (el Terzo di Città) y los dos arrabales principales: el Terzo di Camollia y el Terzo di San Martino, surgidos ambos del curso de la Via Francigena. La Piazza del Campo no pertenece a ninguno de los tres terzi de la ciudad y era el lugar donde se ubicaban las ferias ambulantes y los mercados. Y naturalmente, donde tiene lugar dos veces cada año -salvo en este año maldito de la peste- la carrera del Palio, con un jinente y un caballo representado a cada uno de los diecisiete contrade de Siena. A lo largo de nuestro paseo nos encontramos maravillas a diestra y a siniestra. La iglesia de los caballeros de la Orden de San Juan del Hospital de Jerusalén (en corto, los caballeros de la Orden de Malta), cuya fachada parece la de un templo romano. El palazzo Tolomei, de la poderosa familia de los Tolomei de Siena preside la homónima plaza. Me pregunto si aquí nació la desdichada Pia de Dante que en tantos sitios se nos está apareciendo en este viaje. Justo al lado, está la Piazza Salimbeni, presidida por el palazzo edificado en el siglo XIV por la también poderosa familia de los Salimbeni, que fue expropiado por la República de Siena a principios del siglo XIV. En 1472 fue la primera sede del Monte Pio (o Monte di Pietá), institución creada para poner fin a la difundida práctica de la usura. En 1866 el Monte Pio fue absorbido por otra institución financiera sienesa, el Monte dei Paschi, esto es, de los pascoli o pastos, pues concedía prestamos teniendo como garantía de sus operaciones las rentas públicas anuales que el tesoro de Siena obtenía de los ricos pastos de la Maremma. En el centro de la plaza hay una estatua en honor de un sienés ilustre, Sallustio Bandini, a quien el orgullo patrio sienés atribuye la invención de la letra de cambio en el siglo XVIII. Claro, cerca de aquí, en Prato, se afirma que la letra de cambio la inventó un natural del lugar, Francesco Datini en el siglo XIV. Para rezar el rizo financiero, también en la zona está Sansepolcro, donde nació en el siglo XV Luca Pacioli, el fraile que inventó la doble contabilidad. Quién me iba a decir que iba a aprender todas estas cosas en la Toscana. De vez en cuando dábamos con los stemma de alguno de los diecisiete contrade o barrios en los que se dividen los tres terzi de la ciudad. En la Via Camollia encontramos el de la Lupa, el del Drago y el de la Istrice o puercoespín, ese curioso animal que los romanos trajeron desde África a Italia por la exquisitez de su carne. El puercoespín ha colonizado gran parte de Italia hasta los Alpes y es bastante común encontrárselo atravesando con gran parsimonia los caminos de la Maremma. También es habitual encontrarse, eso sí, estos cruzan los caminos con mayor decisión, con jabalíes (o barrini, como se le llama en la zona) y zorros, el animal que he elegido como heraldo del escudo de armas de Galán de Tatti. Vuelvo a Siena, discúlpenme. No hace falta caminar demasiado para seguir topándose con más edificios dignos de contemplar, como la Universidad de Siena, el Palacio de la ilustre familia Piccolomini o la Accademia Musicale del Palazzo Chigi. Por supuesto, realizo mi proverbial visita al gueto hebreo de la ciudad, en el que una oportuna placa nos recuerda el desdichado destino de los judíos de Siena.

Después de concertar una cita en la Piazza del Campo con M. para más tarde, me dirijo a visitar el Duomo. El ensayo de una orquesta que prepara el concierto que va a dar una hora más tarde en la propia Piazza del Duomo me va a impedir una vez más visitar la catedral y su baptisterio. La otra vez que visité Siena también estaba cerrada, pues llegamos a horas intempestivas. Amarili, la joven toscana que me explica la situación, embozados ambos en mascarillas como en un retruécano de carnaval veneciano, habla a la perfección español, pues estudió en Barcelona. Me cuenta que es de Arezzo, más concretamente de Castiglion Fiorentino. Me despido de ella y del Duomo de Siena. Otra vez será.

En esta ocasión, como en Grosseto, la visita concluye con una cerveza en la Piazza del Campo. El espectáculo es impresionante. Dickens en sus Postales de Italia definió Siena como “una Venecia sin agua”. Uno podría quedarse durante horas sentado durante horas en esta plaza, simplemente alternando la mirada entre los edificios de color rojo Siena que sintetizan el sueño de esta ciudad y las gentes que vemos paseando o sentadas a nuestro lado como si contemplasen un escenario, porque eso es la Piazza del Campo, un gran teatro del mundo. De color ocre siena.

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