“Es realmente muy gordo que en plenos setenta se des cubra a una escritora de primera magnitud”, escribía José María Carandell en este mismo periódico hace dos o tres días, refiriéndose a Rosa Chacel. Añadía que la literatura española actual es una cosa sin Rosa Chacel, y otra muy distinta con ella, con esa autora desconocida por la mayoría de la gente (y Carandell se refería tanto al público como a la crítica). Entonaba Carandell un mea culpa que debiera ser compartido por todos quienes pretendemos interesarnos por nuestra literatura. De hecho, ya se ha empezado a compartir, desde hace algunos meses. A raíz de la noticia de la reedición de las obras de Rosa Chacel en España, en las páginas literarias de la mayor parte de las publicaciones del país, se han venido publicando notas, comentarios, pequeñas bibliografías de esta autora, y, siempre como punto final de la crónica, la misma pregunta:¿cómo la crítica y quienes se ocupan de nuestra literatura española contemporánea ha podido olvidar, o ignorar, la obra y la personalidad literaria de Rosa Chacel? Despistes semejantes suelen suceder en el ámbito literario, o artístico en general, de cualquier parte del mundo, pero en el nuestro, acostumbra a suceder más a menudo, y sobre todo referido a nombres que, como el de Rosa Chacel, apareció públicamente durante los años anteriores a la Guerra Civil y su pista ha sido únicamente seguida por quienes se han tomado la molestia de interesarse por la producción existencia y continuidad de estos hombres en el exilio, fuera de nuestras fronteras. Y el olvido de Rosa Chacel durante cuarenta años viene a demostrar que, lamentablemente, quienes se han interesado por los escritores que se vieron obligados a partir, han sido muy pocos. Editorial Lumen acaba de publicar Memorias de Leticia Valle; Seix Barral, Icada, Nevda, Diana (volumen que contiene dos libros de narraciones: Sobre el piélago y Ofrenda a una virgen loca, y otros cuentos); Edhasa, La confesión, libro de ensayos; y Ediciones Andorra, una reedición de La sinrazón. En abril, aparecerán otros dos libros de Rosa Chacel: Saturnal, ensayos, y Desde el amanecer, en Revista de Occidente, libro que abarca las memorias de los diez primeros años de la autora. Los cuatro títulos (se trata de reediciones) acaparan estos días la atención de la crítica, cuya acogida no puede ser más favorable. Y mientras el público descubre a una “nueva escritora” española, los críticos saludan a un clásico de nuestras letras. ¿Nueva escritora? Sí, para nosotros, que tantas cosas desconocemos. Pero Rosa Chacel es un nombre que brilló ya en España, hace cuarenta años, junto con el de Rafael Alberti, Luis Cernuda, Juan Ramón Jiménez, Manuel Altolaguirre, Federico García Lorca, Vicente Aleixandre, en fin, quienes empezaron a dar forma a lo que se ha llamado “generación del 27”, movimiento de tal riqueza artística, literaria, política e intelectual como no se ha vuelto a repetir.
Una vitalidad desbordante
Rosa Chacel nació en Valladolid en 1898. Partió de España en el 37. No volvió hasta 1962, año en que pasó unos días en Madrid. Reincidió el pasado año, y hace un par de días Rosa Chacel ha vuelto. Cuatro o cinco días en Barcelona, de paso hacia Madrid, donde piensa instalarse hasta mayo o junio como mínimo. Al día siguiente de su llegada, me sorprende la voz juvenil, potente, segura de Rosa Chacel por teléfono.
“Puedes venir al hotel a la hora que quieras, mañana. No, no, ¿descansar del viaje? Ni hablar, si hoy ya he pasado el día paseando por Barcelona. A la hora que quieras, yo me levanto a las seis, sí, claro, de la mañana”. No son las seis, sino las doce, cuando encuentro a Rosa Chacel, en el bar de un hotelito próximo a las Ramblas. Y ya tiene visita: Esther Tusquets, directora de editorial Lumen. Y Rosa Chacel ya está de vuelta del primer paseo del día. Cabellos blancos, mirada muy viva, habla en voz baja, con perfecto castellano, a pesar de tantísimos años viviendo en Sudamérica: esa es la observación que le hace la editora. “¡Yo, perder mi acento vallisoletano! Ni hablar, aunque hubiera vivido mil años fuera…”. Muchos años alternando su vida entre Buenos Aires y Río de Janeiro, e instalada, desde hace algunos, definitivamente en Río. “Esta vez he llegado por mar porque viajo con cuatro maletas y el exceso de equipaje sale carísimo en avión. Sí, he venido sola, sola”. Once días de viaje, llegada a Barcelona, soltó el equipaje y a pasear.
“Oh, desde que he llegado no he parado de andar. ¡Me gusta tanto Barcelona! Es una ciudad muy compleja. Y no sé qué puede pasar con ella. Te diré. Siempre, ahora igual que antes, ha andado a la cabeza del progreso, de la modernidad… Y hay tantas cosas viejas en esta ciudad, edificios tan extraordinarios… No me refiero al Barrio Gótico, a los monumentos, no, hablo de esas calles antiguas, esos portales y edificios tan hermosos, esa arquitectura perfecta, la piedra noble de los edificios. ¿Cómo podrá Barcelona seguir creciendo con la modernidad que siempre la ha caracterizado y, al mismo tiempo, conservar la belleza de esta parte vieja? Sería una pena destruir una sola piedra”. Pues se destruyen muchas. Esther Tusquets cuenta que de los edificios que salían en el libro sobre el Modernismo que editó hace pocos años, ya han sido derruidos más de las tres cuartas partes. “¡Qué horror!”. Durante sus largos paseos, Rosa Chacel ha podido ver sus libros, reeditados, en las librerías, y durante los últimos meses, le llegaban a Río cartas y más cartas de sus amigos residentes en España acompañadas de recortes de prensa, críticas, comentarios… Menea la cabeza.
“Es tan extraordinario… La verdad es que no me atrevo a creerlo. Yo siempre le decía a Timo, mi marido, que un día los jóvenes empezarían a leerme, y comprenderían mis libros…”. José María Carandell, que ha llegado para comer con Rosa, insiste en que “lo que ha sucedido con usted es muy grave”. Rosa Chacel, sabia, se ríe. “Lo fantástico es que haya sucedido ahora, cuando aún puedo presenciarlo… Hubiera podido suceder dentro de ciento cincuenta años”.
Conversaciones en el tiempo. Una larga e incompleta obra, una larga e incompleta vida
Ya lo hemos dicho, nació en Valladolid, 1898. A los nueve años, su familia se instaló en Madrid. Fue discípula de Ortega… “¡No, no! Yo nunca he estudiado con nadie, solo con mi madre. Ni siquiera fui al colegio. Durante tres meses me llevaron a un colegio de monjas, y el médico dijo que me sacaran, que era malo para mí. ¿Mi familia? Mi madre era sobrina de Zorrilla, una mujer cultísima, cantaba de maravilla y tocaba el piano. Mi padre era hijo de militar, y también él empezó esta carrera. Pero cuando murió mi abuelo, lo dejó.
Leía muchísimo y escribía maravillosamente. Él me enseñó a escribir y de él aprendí literatura. Cuando estaba enferma, mi madre se sentaba al piano y me cantaba óperas de Verdi, y con mi padre me escenificaban los dramas de Zorrilla”. Se ríe. Ya en Madrid, estudió en la Escuela de Bellas Artes (escultura), y se casó con el pintor Timoteo Pérez Rubio, que fue subdirector del Museo de Arte Moderno. “Nos fuimos a Roma. Estábamos en la Academia de España. Volvimos en el 27. En el 30 publiqué Estación de ida y vuelta. Pues mira, yo hice en esta novela con Ortega lo que Sartre en La náusea con Heidegger. Es, sencillamente, un hombre que vive una filosofía”. Dentro de unos meses se reeditará en España.
“Después, en mayo del 36, publiqué A la orilla de un pozo, treinta sonetos. Sí, sonetos. Me formé dentro de los cánones de la poesía clásica (aunque la mía no tenía nada que ver con Zorrilla), y no podía desprenderme de ese tipo de poesía. Pensé que debía escribir poemas que guardaran perfectamente el corte clásico, pero de realización automática. Me salió algo tan alocado que mi hermana, que me los copiaba a máquina, me dijo: “Rosa, eso que escribes me da miedo”. Después no he vuelto a escribir poesía, bueno, muy poca. Quizá algún día recopile todos mis poemas, pero no sé, no sé… En todo caso con un prólogo explicativo y dedicados a Sor Juana Inés, como un homenaje, y explicando eso que tanto se le ha criticado: hacer poesía circunstancial, partiendo de una circunstancia. Cosa nada criticable en ella, ya que elevaba de tal modo el hecho circunstancial, lo convertía en algo tan extraordinario… Los sonetos los escribía mientras trabajaba en Teresa”. (Biografía de Teresa, la amante de Espronceda). “Iba a salir en Calpe, pero…”. Guerra Civil. París, Grecia, Suiza, Río de Janeiro, Buenos Aires, Nueva York, Río de nuevo. “Teresa se publicó en Buenos Aires, en el 41, y en España, en 1963, en Aguilar. En el 46, publiqué Memorias de Leticia Valle; Sobre el piélago, en el 51; La sinrazón, en el 60, mientras estaba en Nueva York…”.
La falta de tiempo: su obsesión
Y ahora está aquí, en un restaurante de Barcelona, comiendo un menú cuidadosamente elegido para el régimen… Bueno, esta ha sido su primera intención, pero ha optado por salsas picantes, suculentos platos y un enorme helado para terminar. “Me he saltado el régimen, pero no debería hacerlo. No, no tengo nada, pero el médico me aconseja que no engorde. Debo cuidarme, porque me faltan quince años. Necesito trabajar durante quince años más, de lo contrario no escribiré todo lo que quiero escribir”. No crea el lector que ha regresado a España para pasear únicamente. No.
“Ahora, cuando me haya instalado en Madrid, voy a ver si doy un buen paso y adelanto mi autobiografía”. Cuatro novelas en preparación, y la autobiografía, en tres volúmenes. “Por eso digo que necesito estar en forma física durante quince años más. El primer tomo de la autobiografía se titula Barrio de Maravillas, abarca hasta los quince años. El segundo, Escuela de Platón, es la adolescencia y juventud: el año 18, cuando debido a la Revolución rusa llegaron a España muchos extranjeros que influyeron en nuestro modo de pensar y ver las cosas. Y el tercer tomo se titula Ciencias naturales, o sea las de la experiencia: el desengaño de tantas y tantas cosas, el exilio, la vejez…”. Otro paseo, de regreso al hotel donde Rosa Chacel tiene una cita. Entre anécdotas sobre Cernuda, su gran amigo de otros tiempos, Juan Ramón, los Alberti… Comentarios sobre todo cuanto ve a su paso: casas, gentes, escaparates de libros, de ropas, de… “¡Cómo me gustan estas panaderías! ¡Huelen tan bien! Si no fuera por el régimen… Hace tiempo que no pruebo el pan, debo cuidarme, necesito quince años más, como mínimo…”. Seguro que dispone de quince años por delante, y de más. Solo hay que ver cómo anda, incansable, y a un ritmo que cuesta seguir, de modo que, al despedirnos en la entrada del hotel, uno resopla, pero no ella, que nos propone ir al cine después de cenar. “¡Es mi vicio! ¡Voy todos los días!”.
5 de febrero de 1972
Este texto forma parte del libro Conversaciones en el tiempo. Veintinueve entrevistas, rescatadas después de cincuenta años por Amarillo editora.