Hoy hemos visto a Gabriel Rufián dar lecciones en el Congreso sobre qué es el periodismo o qué es la política, por ejemplo. Yo he quedado impresionado por las formas, que naturalmente han sepultado el contenido del cual no me acuerdo. Debe de ser que hacía tiempo que no le escuchaba, ni le veía. Sobre todo, esto último. Rufián es un poco como Lola Flores (con perdón), que había que verla, lo cual no es precisamente lo esencial de un diputado. A Rufián uno solamente le escucha y parece un gallo una mañana de noviembre respondiendo en una justa al lado de un bidón con fuego. Pero, en realidad, está bien caliente entre maderas nobles y tapices, como si fuera un señor y no un gallo. A Rufián hay que verle para conocer su arte justo, pero suficiente para ganar y conservar el escaño y las dietas. Rufián es un artista del Congreso, un personaje tradicional de la Cámara, del que Rufián ha eliminado cualquier resquicio de parlamentarismo para bajarlo a la calle (una calle en el Congreso), introduciéndose él mismo a cambio. Rufián es un marinero que ahora decide junto a los oficiales el rumbo del barco. En Algo pasa con Mary, el padre de Mary se preguntaba, al ver la escabechina braguetil del pobre Ted, qué hacían los platillos encima de la flauta, y yo, cada vez que veo a Rufián subido a la tribuna, siempre me acuerdo de esas palabras. Rufián prometió hace años, cuando pisó la alfombra, las mismas cosas que dicen casi todos los que se suben a los hombros del pueblo para hacer carrera, o carrerones, y que luego, como los demás, por supuesto, no ha cumplido porque tiene que pagar las hipotecas de sus casas con calefacción central. Esta permanencia, sin embargo, no ha sido en balde para nosotros, porque gracias a ella hemos podido saber, hoy mismo, una fría mañana de noviembre pandémico, en el característico tono rufianesco que hace honor exacto al apellido, qué es el periodismo y qué es la política, entre otras cosas, aunque no nos hayamos enterado y lo único que nos ha quedado claro sea, como mucho, una imagen tuneada de El Greco, un nuevo Cristo de Borja: El coplero de la mano en el pecho (o en el bolsillo), el artista que alterna el disfraz de agitador televisivo con el de valentón de piscina (y otros que van surgiendo), que es un disfraz antiguo y difícil cuando hace el frío que él no tiene. Por eso se lo pone. Es el mismo estilo de disfraz, con un barniz suave, hasta gracioso (si vamos a suponer que un barniz, y más uno como este, puede ser gracioso), que el de su amigo Otegui, con el que va de la mano, dando saltitos, directamente a presupuestarnos.