Rusos

 

Los rusos proyectan hoy la película que inaugurará su primer festival de cine en Beirut. Confían tanto en la afluencia de público que directamente han regalado las entradas a todo el que quisiera venir. Para halagar al público asistente, putillas de medio pelo con viejos, han extendido una alfombra roja y colocado una pared con publicidad delante de la que fotografiarse y parecer que realmente uno vive inmerso en el mundo cultural libanés. Tú te lo guisas, tú te lo comes. Pronto es evidente que allí no hay fotógrafo que ayude a los espontáneos en su brote egocéntrico así que no queda más remedio que estirar la mano y hacerse el selfie de rigor. Un cincuentón con el tremebundo chandal que Rusia utilizó en los juegos olímpicos de Londres se sitúa en la alfombra con 45 kilos de carne joven y rubia colgados del brazo. La chica con un vestido condón adosado al cuerpo, y que le sienta como un guante, se agarra al viejo con la misma pasión con la que San Pablo abrazó la fe cristiana tras caerse del burro. Otro viejo con uniforme de marino, no se sabe si será la avanzadilla de los barcos rusos camino de Tartús, se hace fotos con cualquiera que vaya en minifalda y tenga cara de obligarte a lamer lascivamente una hoz y un martillo.

 

Yo siento una especie de venganza cósmica después de años escuchando hablar sobre la belleza de la mujer libanesa. Ahora, con esas pedazo tías de larga melena, metro cincuenta de pierna, y tetas como misiles, queda claro que las de Oriente Medio no son más que retacos travestidos bajo ocho capas de Titanlux. Pregúntales tú quién es Chejov…

 

Hay tanta policía que queda meridianamente claro que la explosión del cine con todos dentro haría las delicias de unos cuantos islamistas jodidos porque en la vida jamás podrán follarse a una rusa si no es pagando. Dicen los ruskis en el folleto que han preparado, que sabedores de que Oriente Medio se siente decepcionado en los valores occidentales allá están ellos para brindar su apoyo, sus consignas, sus carros de combate, sus barcos y todos los petardos que hagan falta. Por allí se pasean también todas las señoras rusas maduras que el resto del año permanecen escondidas aplastando a sus maridos libaneses. Una mujer con una enorme cruz dorada sobre el pecho mira con cara de asco el nuevo mundo en el que nos ha tocado vivir. Probablemente no haya salido de su casa en el valle de la Bekaa en los últimos 15 años. No faltan, por supuesto, los españolitos en busca de alimento que llevarse a la boca y que por muchos años que pasen siguen soltando eso de que en ruso ellos solo saben decir ensaladilla rusa…El embajador tiene pinta graciosa, como de salir una noche de la embajada y terminar con una buena curda en cualquier bar comunista de Hamra echando la vista atrás…

 

La película empieza sin una conexión vía satélite con el Kremlin y Putin anunciando que pronto llegará a la Corniche beirutí a salvarnos. Una pena. Asistimos a una historia de machos soviéticos atrapados con su barco en el hielo y que no termina de conectar con las inquietudes del público libanés, más familiarizado con las operaciones plásticas, los cochazos y el donde dije digo digo diego. Imposible no reconocer mi decepción al comprobar que Rusia ya no es lo que era. Una esperaba que al menos la mitad de la tripulación del barco muriese por congelación y la otra mitad se la pasara delatándose los unos a los otros pero no. La película inconcebiblemente termina bien. Hay un capitán guaperas que tiene problemas de conciencia si mata a una foca, ¿ecologistas en la URSS?, y otro capitán que hace el papel de tío duro y que termina enseñando los pijamitas que le ha comprado a su futuro hijo en Australia, el muy traidor. Te quedas con la sensación de que Stalin habría mandado asesinar a toda esa panda de pichaflojas sin dudarlo. Son momentos de angustia en los que uno solo puede relajarse pensando que al menos se ha invadido Crimea. Pero de seguir así los rusos cualquier día anuncian que renuncian a su derecho de veto en la ONU.

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