Si Saint Louis estuviese en el Caribe sería La Habana. Haciendo un pequeño ejercicio de imaginación sus edificios de principios de siglo podrían trasladarse allí, felices, bendecidos por la UNESCO y su oficina dedicada al patrimonio de la humanidad.
Ahora, tras dos semanas de confinamiento, haber llegado a Senegal a principios de febrero me parece un sueño. Invitado por Waaw, una organización sin ánimo de lucro que lleva más de diez años trabajando en esta ciudad e intentando crear un tejido cultural desde lo cercano, sin grandes aspavientos o infraestructuras, tuve la oportunidad de conocer un poco más de cerca este rincón de África del Oeste. Han pasado dos lustros desde que empezaron a colaborar con artistas de todo el mundo para ofrecer otra visión de esta parte de Senegal, un punto de vista que no sea tan maniqueo como el que nos llega con regularidad a Europa.
Recuerdo la luz del trópico a plomo, el bullicio de sus calles y los colores salvajes, una fiesta para la vista y las cámaras de fotos. No en vano, aquí esta uno de los mejores museos de todo el continente dedicados a la fotografía. Es esta una ciudad que no puede dejar a nadie indiferente.
En este museo, que parece de cuento por lo sencillo y bonito que es, (Musée de la Photographie de St Louis), descubrí la delicada obra de Malick Welli, artista que retrata, nunca mejor dicho, las gentes de esta ciudad, guardando el aire íntimo y preservando su atmósfera para que los demás podamos conocer mejor esta comunidad. Welli forma parte de una generación de jóvenes artistas africanos que tienen una visión positiva del continente, sin prejuicios, una mirada humanista y humana que se aprecia en su trabajo.
Durante el mes que estuve trabajando allí tuve la oportunidad de hablar y conocer a algunas de las personas y fuerzas vivas de Saint Louis. Gente que mantiene la lucha contra el avance del polvo que llega del Sahara (fenómeno natural que pertinazmente se encarga de cubrir todo, día tras día, y que como en el mito de Sísifo nos recuerda el esfuerzo inútil de intentar luchar contra el paso del tiempo). Todas estas personas desde sus respectivas disciplinas, intentan plantear soluciones para cuidar el patrimonio arquitectónico, artístico y cultural que está empezando a menguar en Saint Louis durante los últimos años.
La ciudad sufrió un duro golpe con la Crisis del Ébola (2014-2016) cuando muchos restaurantes y negocios tuvieron que cerrar. Parecía que se estaba empezando a recuperar y ahora ha llegado el virus del covid, vaciando de turistas los pocos negocios que habían quedado en pie, o que se estaban reinventando poco a poco. Pienso en el café Ndar Ndar o en el restaurante y Hotel Siki, en pleno centro de la isla, los dos levantados con mucho esfuerzo y cariño, acompañados de un impecable sentido estético. Negocios que siempre acogían a turistas que andaban de paso y a buena parte de la colonia de extranjeros afincados allí.
Me comenta mi amigo, el escritor senegalés Louis Cámara, que otro problema añadido a la hora de sanear el patrimonio es la difícil tarea de comprar un inmueble para luego restaurarlo, dada la legislación vigente y los problemas entre herederos de las familias que tienen las casas en propiedad desde hace generaciones. Muchos no se ocupan de ellas porque no tienen medios o porque el testamento está dividido en demasiadas partes pequeñas entre la familia, que además normalmente no se termina de poner de acuerdo. Por si fuera poco, hay un cuento que se ha hecho popular estos días por la isla, un rumor sobre el petróleo que se ha encontrado en sus costas, mar a dentro. La gente piensa que van a llover millones y los precios de las casas han subido, aunque no esté claro todavía si el maná negro llegará hasta aquí, o se queda en las oficinas de Dakar.
Otra historia, o certeza, mejor dicho, mucho más triste que el cuento del petróleo, también ha empezado a recorrer la ciudad últimamente. Está quedando patente durante la cuarentena que el confinamiento no es igual para todo el mundo, golpea más a quien menos tiene. Los efectos de la crisis económica que se avecina van a ser más duros allí donde el sistema sanitario público está desmantelado y donde ya existan grandes bolsas de pobreza.
Espero de todo corazón que Saint Louis y sus gentes puedan salir de esta crisis lo más temprano posible y que tengan éxito, igual que ya hicieron con la última pandemia del ébola. También me gustaría, puestos a pedir, que el precio no sea muy alto y que no lo paguen los mismos.
© Isaak begoña