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Saldos Cervantes

 

Si tiene unas vinagreras con efigies de Don Quijote y Sancho que compró en un momento de ofuscación en un mesón de Tomelloso o un aparador arrumbado en el trastero con altorrelieves de aspas de molino, yelmos y lanzas, no lo tire, todo cabe en la próxima celebración de los cuatrocientos años de la muerte de Cervantes, un autor, por lo demás, del que contamos con escasos testimonios biográficos. Exhaustas las huestes conmemorativas con el aniversario de la publicación de la primera parte en 2005 –agotada la vía del Quijote hip-hop– y con el más deslucido de la segunda parte el año pasado –crisis obliga–, sin retomar el aliento es preciso organizar el aniversario de la muerte, que la prensa fustiga ya que, por ejemplo, no se ha contado con actividades en La Mancha.

 

Francisco Rico, nuestro primer y más competente cervantista, piensa que la comisión nacional creada al efecto “ni existe” y los huesos, que habrían salvado el trámite, brillan por su ausencia. Por si esto es poco, la alcaldesa Manuela Carmena, en un concurso público para remodelar la Plaza de España, pregunta en un cuestionario a los madrileños si quieren mantener el monumento a Cervantes o trasladarlo a otro lugar. El conjunto escultórico –elegido en concurso nacional con motivo del tercer centenario de la muerte del escritor– fue inaugurado después de no pocos avatares en 1929 y durante la guerra llamó la atención de uno de los grandes corresponsales que cubrieron el conflicto, John Dos Passos, que apuntó en su crónica del sitio de Madrid que Don Quijote y Sancho “se orientan con curiosidad hacia la posición enemiga”.

 

Así que centrémonos en lo esencial, en lo que vamos a sacar en limpio de esta gran ocasión que conoce nuestro siglo. La editorial Taberna Libraria, del Círculo Científico –una iniciativa privada–, presenta dentro de unos días en la Real Academia Española una edición facsimilar de los autógrafos de Miguel de Cervantes que se conservan, doce en total, arropados por un volumen de estudios paleográficos, ortográficos y grafológicos a cargo de diversos especialistas. Se vende, en edición limitada de 1.616 ejemplares, a 592,31 euros (impuestos no incluidos). De los doce documentos en los que se ha establecido el corpus cervantino –dos de ellos se han añadido últimamente–, solo ocho son totalmente autógrafos; otros lo son de modo parcial o exclusivamente por la firma. Bellas reproducciones casi holográficas que imitan el soporte original, en edición al cuidado de Javier García del Olmo.

 

La mayoría de ellos son listados de avituallamientos y gestiones recaudatorias de la etapa de Cervantes como comisario de abastos, y más de la mitad proceden del archivo de la Administración de Simancas. Solo en el más antiguo, una carta de febrero de 1582 dirigida al secretario del Consejo de Indias de Lisboa, el autor muestra su decepción al no ver atendida su solicitud de un puesto en América, confía en que se produzca alguna vacante y manifiesta que entretiene sus días en “criar a Galatea”. En el último, fechado en Valladolid en 1604 y que pertenece al Archivo Histórico Nacional, pide permiso para imprimir el Quijote, aunque se ha demostrado que es obra de un escribano y la mano de Cervantes está solo en la firma. Tres de los autógrafos se custodian en la biblioteca del museo Rosenbach de Filadelfía y todo indica que fueron robados de los archivos españoles a comienzos del siglo XIX; un siglo más tarde, el hispanista estadounidense A. S. W. Rosenbach los compró a un librero londinense y a un anticuario parisino. El ladrón no era un experto y se dejó la primera parte de uno de los manuscritos de Filadelfia, que la paleógrafa Elisa Ruiz encontró recientemente en el Archivo de Simancas al estudiarlos.

 

No hay rasgo alguno de la personalidad, inquietudes o altura literaria de Cervantes en esta docena de documentos, que muestran más bien sus miserias, como las alegaciones que escribe desde la prisión en una de las ocasiones en las que estuvo encarcelado. Por ello, los autógrafos falsos cobraron tanta importancia y esta edición recoge seis de los más conocidos, sobre todo las tres copias de la carta que supuestamente envió al cardenal Sandoval con su último aliento. Si los verdaderos son de carácter meramente administrativo, los falsos descubren el sentimiento del autor.

 

En el prólogo, Darío Villanueva, director de la Real Academia, explica que en su despacho tiene bellamente encuadrada una de estas cartas, dirigida a Sandoval, arzobispo de Toledo, en la que Cervantes se duele de su precario estado de salud. Antonio Rodríguez Moñino demostró en 1972 que se trataba de una falsificación y el manuscrito apócrifo fue retirado del salón de plenos de la Academia que presidía hasta entonces. Ocupó su lugar un retrato del Manco de Lepanto que Juan de Jaúregui le hizo en vida, atribución también hoy descartada por completo. Curiosa suerte inspiradora la de nuestros inmortales.

 

Durante el siglo XIX y en la conmemoración del tercer centenario, la obsesión institucional fue conocer su vida a toda costa, sobre todo para poder situar al Quijote y a Cervantes (la identificación fue habitual) al frente de un proyecto emocional y político de nación, una respuesta a los problemas identitarios tras la pérdida definitiva del imperio colonial. “Cervantes vindicaba a España de su sensación de decadencia y para construir su imagen, grande, generosa, no se duda en falsificar datos e interpretaciones”, escribe Joaquín Álvarez Barrientos en su interesante obra –a la que ya nos hemos referido en este blogEl crimen de la escritura. Una historia de las falsificaciones literarias españolas (Abada, 2014).

 

A diferencia de Lope de Vega, del que abundan testimonios y autógrafos para reconstruir su azarosa vida, o de Góngora y Calderón, que cuentan con sus retratos, diríase que Cervantes no abonó el terreno a los cervantistas, especialmente a los funcionarios conmemoracionistas. Burló el tercer centenario y está a punto de hacer lo propio con el que nos ocupa, sin apenas planificación, escaso de contenido y con el país volcado en reconstruir un futuro común incierto (compárese con el programa Shakespeare Lives). La apuesta de la Comunidad de Madrid, por ejemplo, es una exposición que lleva por título Forges y Cervantes.

 

No estaría mal aprender de nuestro pasado, y es preciso recordar que en el tercer centenario se erigió una Casa-Refugio para escritores ancianos y enfermos, iniciativa que podría actualizarse y ampliarse a tenor de la normativa aplicada por la Seguridad Social que impide compatibilizar la pensión con el cobro de derechos de autor o de cualquier otra actividad artística o intelectual que genere ingresos superiores a 9.000 euros anuales (el Salario Mínimo Interprofesional). Se ha de renunciar a uno de los dos ingresos, lo que tiene revuelta a la República de las Letras y ha llevado a Antonio Gamoneda (Premio Cervantes) a afirmar que no publicará más, pues no puede prescindir de su pensión [adhesiones a la protesta pinchando este link]. Si Cervantes, que culminó su gran obra en provecta edad de jubilación, viviera en nuestros días, desde luego no sería rico.

 

El falso autógrafo de la Real Academia, publicado en La Ilustración Española y Americana el 24 de abril de 1872.

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