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NADA DOS VECES
Nada sucede dos veces
ni va a suceder, por eso
sin experiencia nacemos,
sin rutina moriremos.
En esta escuela del mundo
ni siendo malos alumnos
repetiremos un año,
un invierno, un verano.
No es el mismo ningún día,
no hay dos noches parecidas,
igual mirada en los ojos,
dos besos que se repitan.
Ayer, mientras que tu nombre
en voz alta pronunciaban,
sentí como si una rosa
cayera por la ventana.
Ahora que estamos juntos,
vuelvo la cara hacia el muro.
¿Rosa? ¿Cómo es la rosa?
¿Como una flor o una piedra?
Dime por qué, mala hora,
con miedo inútil te mezclas.
Eres y por eso pasas.
Pasas, por eso eres bella.
Medio abrazados, sonrientes,
buscaremos la cordura,
aun siendo tan diferentes
cual dos gotas de agua pura.
(De Llamando al Yeti, 1957)
MOMENTO EN TROYA
Pequeñas chiquillas
flacas y sin fe
en que las pecas desaparezcan de sus mejillas,
que no atraen la atención de nadie,
caminando sobre los párpados del mundo,
parecidas a papá o a mamá,
y sinceramente espantadas por ello,
a la hora de la comida,
a la hora de la lectura,
cuando están frente al espejo,
de pronto son raptadas y llevadas a Troya.
En los grandes guardarropas de un-abrir-y-cerrar-de-ojos
se transforman en hermosas Helenas.
Suben por escaleras reales
entre susurros de admiración y de largas colas.
Se sienten ligeras. Saben que
la hermosura es descanso,
que el habla toma el sentido de la boca
y los gestos se esculpen solos
en una negligencia inspirada.
Sus caritas,
que bien valen la expulsión de los embajadores griegos,
se alzan con orgullo sobre los cuellos
dignos de ser sitiados.
Los guapos de las películas,
los hermanos de sus amigas,
el maestro de dibujo,
ay, todos caerán.
Las pequeñas chiquillas,
desde la torre de la sonrisa,
contemplan la catástrofe.
Las pequeñas chiquillas
se encogen de hombros
en un embriagador rito de hipocresía.
Pequeñas chiquillas,
sobre un fondo de devastación
con una diadema de ciudad en llamas
con pendientes de lamento universal en los oídos.
Pálidas y sin una lágrima.
Saciadas con el espectáculo. Triunfales.
Tristes solo por el hecho
de que hay que regresar.
Pequeñas chiquillas
que regresan.
(De Sal, 1962)
ENCUENTRO INESPERADO
Somos muy amables el uno con el otro,
decimos que es bonito encontrarse después de tantos años.
Nuestros tigres beben leche.
Nuestros azores van a pie.
Nuestros tiburones se ahogan en el agua.
Nuestros lobos bostezan ante una jaula vacía.
Nuestras víboras se han sacudido los relámpagos,
los monos la inspiración, los pavos reales las plumas.
¡Cuánto hace que dejaron nuestro pelo los murciélagos!
Callamos sin terminar la frase,
sonriendo sin remedio.
Nuestras personas
no saben cómo hablarse.
(De Sal, 1962)
LECTURA
No ser boxeador, Musa, es como no ser nada.
Nos negaste un auditorio enardecido.
Hay doce personas en la sala,
es hora de empezar.
La mitad vino porque llueve,
los demás son parientes. ¡Musa!
Las mujeres podrían desmayarse en esta tarde de otoño,
y lo harán, pero solo frente al ring.
Escenas dantescas solo allí.
Y el éxtasis. ¡Musa!
No ser boxeador, ser poeta,
tener una condena a poemas forzados,
y a falta de músculos mostrarle al mundo
–en el mejor de los casos– una lectura escolar en el futuro.
¡Oh Musa! ¡Oh Pegaso,
ángel equino!
En la primera fila un viejecito sueña dulcemente
que su difunta esposa ha vuelto de la tumba
para hacerle una tarta de ciruelas.
A fuego lento, para que no se queme la tarta,
comenzamos la lectura. ¡Musa!
(De Sal, 1962)
Estos poemas pertenece a la antología Saltaré sobre el fuego que, con traducciones de Abel Murcia y Gerardo Beltrán, e ilustraciones de Kike de la Rubia, acaba de publicar Nórdica libros.
Wislawa Szymborska (Prowent, actual Kórnik, 1923 – Cracovia, 2012). Escritora polaca considerada una de las voces más originales de la poesía contemporánea de su país. Nació en un pueblo de la provincia de Pozman, pero se trasladó en 1931, junto con su familia, a Cracovia, lugar al que siempre ha estado ligada. A partir de 1956, se desarrolla en Polonia, como en otros países del área soviética, un sentimiento nacionalista en el que participan activamente muchos intelectuales que buscan una vía para condenar y superar todo lo que fue el periodo estalinista. Szymborska opta por una reflexión personal e intimista que le devuelva un equilibrio espiritual. En obras como Gran número (1976), Gente en el puente (1986) y Fin y principio (1993) aparece perfilado su estilo irónico, paisajístico y existencialista. Por el conjunto de su obra recibió en 1996 el Premio Nobel de Literatura.