Quedar con un político, en este caso el jefe de la oposición camboyana, es el arte de tocar el violín hasta que te diagnostiquen codo de tenis. Primero, me presenté en la sede central de su partido, el Partido Nacional para la Salvación de Camboya (CNRP, por sus siglas en inglés), donde una secretaria me pasó un número de teléfono al que debía llamar al día siguiente. Así lo hice, cuando un señor de voz abrupta me regaló otro contacto que decía sería el definitivo. Ya en casa, y antes de intentar contactarle, me vi metido en un serial de intrigas y espías en donde la meta podía ser cualquier cosa menos una entrevista con Sam Rainsy, al que Hun Sen, primer ministro camboyano, y caso más longevo a nivel mundial de presidencia de un país de los chistosamente denominados democráticos, quiere meter en el trullo. La razón: buena parte de la población jemer –esencialmente todos los jóvenes y principalmente los de las grandes ciudades Phnom Penh, Battambang y Siem Reap– están hasta tal punto con él que cada vez que se organiza una manifestación contra el tongo de las pasadas elecciones –se ha demostrado que hubo gente que votó más de una vez además de que muchos nuevos votantes habían desaparecido de las listas electorales e incluso con todas estas trampas el recuento de papeletas no estuvo exento de polémica– las calles bullen, los gritos se multiplican y los muertos se acumulan. En una huelga del textil del pasado enero, donde Sam Rainsy fue el evidente organizador de aquella revuelta, seis fueron los trabajadores acribillados a balazos por los cuerpos militares de élite gubernamentales que en teoría están para defender al país de ataques enemigos y no para quitarles la vida a los suyos. Desde aquella vez, Hun Sen ha prohibido cualquier reunión en la capital del país que supere la decena de personas, descontando bodas y funerales.
El tercer contacto, de manera sorprendente, me envía a mi teléfono móvil el correo electrónico y la cuenta de Skype del jefe de la oposición camboyana. Pero cuando volvía a prometérmelas muy felices recibo respuestas o flexibles en el tiempo o directamente negativas. Finalmente, vuelvo a incrustarme en el sede central del partido donde exijo ver al jefe de prensa que al tanto de toda mi presión por una cita comienza a interrogarme.
—¿Y esto dónde va a salir publicado?
—Será vendido al mejor medio español o agencia en lengua española. Le estoy hablando de más de 500 millones de posibles lectores.
—De acuerdo, mándeme las preguntas y yo le haré llegar las respuestas a su correo electrónico cuando el señor Rainsy esté desocupado.
Si Sam Rainsy, jefe de la oposición del país más paupérrimo de Asia, era tan inaccesible, no querría ni pensar en el sufrimiento que podría generarme el intentar entrevistar al nuevo líder norcoreano, Kim Jong-un. Pero no cejé en mi empeño, y una mañana de febrero al fin recibí la citación: “Hoy a las cinco de la tarde en la sede del partido”. Fue tal la emoción que me pasé por una tienda de ropa de segunda mano donde adquirí la más penosa camisa de corte camboyano, además de color morado. Quería que se sintiera como en casa. Aunque realmente iba a estarlo.
Me presenté quince minutos antes previendo una deserción: como las folclóricas setenteras que antes de salir al tablao se hacían las indispuestas; sobre todo si no iban ser televisadas. Pero no, su círculo más cercano me llevó hasta una habitación acondicionada donde fui invitado a una botella de agua ionizada –debería saberse que fuera del primer mundo el agua mineral o no existe o es importada– recibiendo por parte de uno de sus secretarios la primera pregunta bomba: “¿Va usted a grabar? Lo digo porque en ese caso tendríamos que maquillar al señor Rainsy”. “Nada”, contesté, intentando adelantar una entrevista que ya acumulaba media hora de retraso. Y a la hora y diez minutos, como los viejos rockeros que saben que su público fiel nunca abandonará la sala, cruzó la puerta como una exhalación sorprendiéndome por su cara de asco. Prometo que en cada cartel electoral, mitin o aparición en cualquier medio sonreía de manera tan profusa que llegué a tomarle hasta cariño. Pero la política es una farsa tan entrañable que cuando caiga este sistema político mundial el teatro será durante siglos un recordatorio de una época vivida en donde el voto será sinónimo de timo. ¡A buenas horas mangas verdes!
—Qué exige su partido, ¿nuevas elecciones o un recuento de los votos más profesional?
—Primero, que se verifique. Que se investiguen todas las irregularidades, tal como no sólo yo lo exijo, sino muchas organizaciones independientes. Y si la investigación no es posible porque el partido gobernante se niega entonces sí que deseamos unas nuevas elecciones.
—Por la estabilidad del país, ¿estaría dispuesto a llegar a algún acuerdo con Hun Sen?
—Sólo si fuera capaz de respetar a los trabajadores de este país, permitiendo otras elecciones justas y limpias.
—¿Le parece normal que Naciones Unidos no termine de adoptar una postura?
—No, Naciones Unidas ha recomendado la organización de unas nuevas elecciones. E incluso un año antes de las elecciones advirtió que todo debería ser limpio y transparente.
—Pues parece que nada ha sido así.
—Ya, porque el partido de Hun Sen no escucha ni respeta ninguna recomendación de las Naciones Unidas.
—¿Tal vez sólo escuche a China?
—El gobierno de Hun Sen sólo se escucha a sí mismo.
—¿Qué dice Francia, la supuesta y oxidada llave de paso entre Camboya y el primer mundo?
—Francia está empujando para una solución pacífica, además de que desea que nuestro partido y el de Hun Sen encontremos una acuerdo conjunto.
—Las manifestaciones han repercutido negativamente, con un buen número de camboyanos muertos y detenidos. Se rumorea que el día que seis manifestantes fueron abatidos a tiros por los cuerpos especiales de seguridad usted estaba atrincherado en la embajada estadounidense y Hun Sen había huido a Vietnam. ¿Es justo que los lideres lancen la piedra y escondan la mano?
—¡Hun Sen por supuesto que huyó a Vietnam, justo antes de los asesinatos! Y volvió escasas horas después de que se produjeran. Lo increíble fue que unos días más tarde el primer ministro vietnamita visitó Camboya. Nunca se informó de esa visita, a qué se debía y qué se discutió. Pero muchos nos hacemos preguntas y llegamos a conclusiones como que los gobiernos de Vietnam y Camboya, conjuntamente, ordenaron disparar a los manifestantes. Sobre si yo estuve o no ese mismo día en la embajada americana decirle que es muy normal que embajadores de diferentes países, que desean que Hun Sen investigue las irregularidades de las recientes elecciones, se reúnan conmigo para buscar soluciones. Por lo tanto es probable que cuando el pueblo jemer se manifestaba contra este gobierno autoritario yo estuviera buscando soluciones en alguna embajada extranjera.
Esta última pregunta cambia radicalmente el gesto de Sam Rainsy que bebe agua de manera profusa. Acusar con el dedo a un dirigente no está bien aceptado en naciones como Camboya, donde no pocos periodistas son asesinados o encarcelados según su capacidad de trabajo. Y eso que estoy hablando con el jefe de la oposición. Recalco.
—¿Le parece normal que diera su apoyo públicamente a China en el conflicto con Vietnam con las Islas Paracelso sólo porque Hun Sen tiene como socio a Vietnam?
—Si usted ha leído la historia de mi país sabrá que desde, al menos, hace 400 años, Vietnam ataca a Camboya. Han reducido el tamaño de nuestra nación, se han quedado con tierras, el delta del Mekong. Y ahora, con el apoyo de Hun Sen, los vietnamitas están entrando en nuestro país, copando tierras, montando empresas, además de que siguen explotando una isla que es nuestra, Phu Quoc, por lo que cada vez que nuestro pueblo exige su devolución Hun Sen los arresta y los encarcela. Así que puedo asegurar que Vietnam considera a nuestro pueblo como su enemigo. Nos tratan muy mal. Nos presionan, se quedan con nuestras tierras, interceden para que nos arresten o nos maten. Sospechamos que Vietnam quiere que Camboya desaparezca. ¿Sabía usted que en el año 1863 Vietnam estuvo a punto de conseguirlo? Nos invadieron, nos sometieron, nos esquilmaron, y si no llega a ser por la intervención de Francia hoy Camboya no existiría. Y en 1991 si Naciones Unidas no llega a intervenir hubiéramos sido comidos por Vietnam. Mire, Camboya es un país pequeño. Y en geopolítica un país pequeño depende de las naciones gigantes que hay a su alrededor. En Europa seríamos algo así como Polonia, que reside entre dos gigantes como Rusia y Alemania, y ha tenido que luchar durante toda su historia para no desaparecer. Así que, volviendo a su pregunta, le puedo decir que Vietnam nos considera su enemigo. Y para mí el enemigo de mi enemigo, en este caso China, es mi amigo.
—Ya, pero usted sabrá que China, hoy día, es el mayor socio de Hun Sen, construyendo presas que afectan a los cientos de miles de camboyanos que viven en las orillas del Mekong, asfaltando carreteras que a los tres meses se llenan de socavones, deforestando las provincias de Ratanakiri y Mondulkiri sin el más mínimo plan de reforestación, y se rumorea, no hace falta ser muy listo, que llenando los bolsillos del gobierno para realizar todas las tropelías que les convienen con la idea de mantener el crecimiento de su economía a costa del pueblo camboyano.
—Mire, la culpa es del gobierno camboyano, que está infestado de tanta corrupción. Si usted abre la puerta de su casa mucha gente podrá entrar a robarle. Pero si selecciona a sus amigos y cuida de su casa todo le irá sobre ruedas. Y está claro que en este país todo el mundo entra, paga bajo la mesa y arrasa. La culpa es de Hun Sen, evidentemente.
—O sea, ¿que seleccionando a los ladrones uno se acuesta más tranquilo?
—¡Yo no he dicho eso! Yo he dicho que este gobierno corrupto deja entrar a cualquiera, especialmente vietnamitas, que nos roban y expolian.
—Ya, pero desde hace veinte años numerosos países han entrado en Camboya con la idea de invertir y sacar tajada. Y lo que nunca había ocurrido es que a raíz de la aprobación de un proyecto inmobiliario hayan secado un lago natural. Me refiero al lago desaparecido, cementerio de torrentes naturales, Boeung Kak, que le daba a la ciudad de Phnom Penh un toque, por mucho asfalto que hubiera, muy natural.
—¿Y sabe usted quién es el dueño de esas tierras y sus centros comerciales? La mujer de Hun Sen, que para confundir ha dicho que todo ese estropicio lo ha realizado una empresa inmobiliaria china. Mire, hay muchos casos como ése en donde la familia de Hun Sen, mujer e hijos, son los dueños de numerosas tierras y negocios en donde usan a testaferros para no llamar la atención.
—Usted pedía que a los trabajadores del textil se les doblara el sueldo, de 80 a 160 dólares. Aún reconociendo que los trabajadores jemeres del sector ganan una miseria, ¿le parece normal doblar sueldos? Yo no he asistido nunca a una clase sobre economía, pero doblar sueldos de la noche a la mañana me suena a chufla.
—El problema es la competitividad. ¿Cómo ser competitivos? Hay muchas fábricas. Y el problema es que en esas fábricas los que más ganan no son ni los capataces ni, por supuesto, los trabajadores, ya que no se pueden abonar derechos laborales si el mayor gasto se lo lleva en gobierno de forma corrupta. Por lo tanto, si conseguimos detener la corrupción gubernamental habrá recursos suficientes para pagar el doble e incluso más a nuestros trabajadores. Además, usted debería analizar nuestra situación económica, donde los alquileres son cada vez más altos, alquileres que se abonan a miembros del gobierno que luego culpan a los trabajadores. Todo el mundo culpa a los trabajadores de que no seamos competitivos. Pero las verdaderas razones para ello son la corrupción, el que estemos dolarizados y el coste de la vida. En el tema de la dolarización, mire cómo está Grecia en la Unión Europea. Grecia no puede solventar su crisis porque no tiene fuerza. El euro lo gestionan los países que hacen dinero con él. Y Grecia no es uno de ellos. Así que el euro es fuerte por culpa de países como Alemania y Francia. También hace unos treinta años ocurrió lo mismo en África, con las ex colonias francesas que aceptaron depender del franco francés que ellos no podían controlar. ¡Y eso es un auténtico desastre!
—Entonces la pregunta es evidente: ¿si alguna vez usted es el primer ministro del país sacará al dólar de la economía camboyana?
—Eso no se puede imponer. Pero sí se puede conseguir dándole confianza a nuestra moneda, hablando con las entidades financieras internacionales, trabajando por nuestro país, justo lo contrario de lo que hace Hun Sen, el cual no tienen ni la más mínima confianza en Camboya ni en nuestra moneda y que ha decidido darle al dólar, al cual no podemos controlar, todo nuestro esfuerzo. Y así, evidentemente, es imposible ser competitivos. Porque en las transacciones monetarias de este país el 95% se hace en moneda americana y el 5% en riel. Y eso destruye nuestra economía, la competitividad de las fábricas y los sueldos de nuestros trabajadores. Por lo tanto, si los dueños de una fábrica deben gastar una buena parte de sus ingresos en corrupción y además, dependen de un dólar que el gobierno no controla, se ven obligados a menguar los ingresos ya de por sí exiguos de nuestros trabajadores. ¡Y eso no es justo! Y a todo esto hay que sumar el coste de la vida, que en Camboya es cada vez más alto. Los alquileres, la comida, el transporte… y claro, con 80 dólares al mes es imposible que se puedan mantener, por lo que el sueldo básico, al menos, debería ascender hasta los 160 dólares. Mire, en Vietnam el sueldo básico es de 150 dólares. ¡Pero es que allí la tierra y la comida cuestan menos! Lo primero que debería hacer el gobierno de Hun Sen es pensar en los seres humanos y saber que con 80 dólares al mes se anda muy lejos de la dignidad necesaria para vivir. Por lo que es muy injusto que cuando se están llenando los bolsillos con la corrupción no permitan que nuestro pueblo pueda ganar un sueldo digno. Lo primero es asumir que todos somos seres humanos. Y aquí al trabajador camboyano no se le trata como tal. En este país el verdadero rey es el dinero. El dinero, la corrupción y el poder. Todo está envenenado.
—Birmania está intentando captar un turismo de calidad subiendo los precios, ¿por qué Camboya es asilo de mochileros y ex convictos? Para empezar, se puede dormir por dos dólares, emborracharse por tres, y encontrar diversión sexual con penetración por diez.
—E incluso por menos de diez dólares (sonríe)… Es que este país está dirigido por la mafia. Los gobernantes no disponen de sentido de la responsabilidad. Nadie piensa en el futuro. Nadie se preocupa del interés general, de lo que le conviene al país. Yo nunca he visto, desgraciadamente, un caso tan penoso como el de Camboya.
—Para atraer inversión extranjera no se pregunta ni por antecedentes penales ni de dónde viene el dinero. Uno llega a un banco del país con 300.000 dólares y los mete en una cuenta sin que la cajera siquiera rechiste. ¿No considera esto peligroso?
—¡Claro! Este es el paraíso de los gánsters. He hablado con no pocos extranjeros que siempre me dicen que muchos de sus compatriotas más peligrosos viven en Camboya como si nada. Muchos criminales, por ejemplo, los Yakuza japoneses, residen en nuestro país sin el más mínimo problema.
—El caso más sangrante que yo he conocido es el del pedófilo ruso Alexander Trofimov, con una decena de casos probados de haber practicado sexo con niñas con edades comprendidas entre los cinco y los once años, y que tras un año en la cárcel fue liberado hace dos veranos por un indulto real en el que el gobierno de Hun Sen miró para otro lado.
—Lo sé. En este país no hay justicia, no hay moralidad, ¡no queda nada!
—Todos los políticos prometen pero, ¿podría decirme tres medidas urgentes que tomará el día que asuma el poder por medio de las urnas? Y por favor, no use propaganda, sea concreto.
—Que se cumpla la ley. Sólo eso. Que exista una justicia igual para todos. Que los derechos individuales sean respetados. Y no como ahora, donde sólo existe la ley de la calle, de las bandas, del dinero. Y todo esto revierte en una total anarquía. Para mí necesitamos una justicia y policía independientes, no como ahora, en donde sólo se defiende al partido gobernante, y a sus intereses particulares y familiares. Nuestro plan es instaurar una justicia real que defienda el interés general y a cada individuo.
—¿Descarta por completo la posibilidad de guerra civil?
—¡Claro que no! Existen posibilidades para que todo esto termine en una guerra civil. Porque la gente está asustada, desesperada. Especialmente si no se realizan unas elecciones libres y justas. Así que nosotros estamos luchando por unas elecciones legales que es en lo que la gente cree. Pero si finalmente no se celebraran unas elecciones justas el pueblo está preparado para pelear. Para resistir. Porque en su desesperación estarán preparados para una guerra civil.
—¿Incluso si usted acaba en la cárcel?
—Mucho más que eso. Si Hun Sen no celebra unas elecciones justas o se agarra al poder sin escuchar al pueblo, sin respetar su derecho a manifestarse, no sólo habrá una guerra civil, sino una explosión de ira y descontento.
—¿Y si hay riesgo de cárcel habrá otro auto-exilio?
—Todo es posible en este país. Pero debe quedar claro que yo decidí volver a Camboya sin el perdón del rey. El rey me concedió su perdón más tarde. Porque Hun Sen tenía dos posibilidades: encarcelarme o dejarme libre. La situación para él era muy difícil, sobre todo porque antes de unas elecciones hubiera sido muy peligroso meterme en la cárcel, ya que nadie, comunidad internacional incluida, habría creído en esas elecciones. Por eso Hun Sen, antes de parecer que perdía autoridad porque no me arrestaba, preguntó al rey para que me perdonara. Pero debe quedar claro que yo regresé a este país sin el perdón del rey y que Hun Sen quedó en evidencia. Por eso quiero advertir que para ser político en este país sólo tienes tres posibilidades: la muerte, la cárcel o el exilio. Así que ahora ando entre esas tres salidas (risas) esperando cuál me tocará primero.
Llama la atención que en fechas muy cercanas el rey Norodom Sihanouk, que falleció poco después, y su heredero al trono, el nuevo rey Norodom Sihamoni, indultaran tanto a Alexander Trofimov, el peor pederasta documentado de la triste historia de Camboya, y a Sam Rainsy, el jefe de la oposición camboyana, que en 2009 tuvo que exiliarse a la carrera tras haber organizado una gorda en la provincia fronteriza de Svay Rieng donde alentó a los campesinos jemeres a arrancar las lindes fronterizas con la idea de ganar un terreno supuestamente robado, hace años, por Vietnam.
Sea como fuere, Camboya no arde ni parece que vaya a hacerlo. Sam Rainsy vive más tiempo fuera del país que dentro de él y esto dificulta mucho su supuesta capacidad organizativa. De lo que no cabe duda es del carisma que levanta entre buena parte de su pueblo. Un pueblo, que dudo mucho esté dispuesto a empuñar las armas después de la negrísima época de los jemeres rojos que aún está grabada a sangre y fuego en los corazones de cada camboyano. Eso sí, si Hun Sen piensa seguir toda la legislatura sin negociar con la oposición y manteniendo a Camboya en una penuria constante, sí sería posible alguna que otra revuelta a no ser que se adelantaran las elecciones o se convocara un gobierno de concentración donde Sam Rainsy tuviera algo que cortar. Pero si algo he aprendido en el tiempo que llevo en Asia es que el poder no se reparte sino que se acumula. Y Hun Sen, tras 30 años en el cargo, y a sabiendas de que Naciones Unidas es una fláccida asociación que dialoga más que impone, se mantendrá en la poltrona hasta que, como me dijo Sam Rainsy, “el pueblo se levante en armas”. Mi duda, hoy día, es aceptar que un camboyano con iPhone, novia y gomina suficiente para expandírsela por el pelo durante los próximos tres fines de semana sea capaz de jugarse la vida por algo o por alguien. Para terminar, lo clásico: la cara de Sam Rainsy, agria, rancia, soberbia y rencorosa durante toda la entrevista, mutó en la que utiliza para salir en los medios, recordándome al abuelo jemer de Heidi, o en algo tristemente muy parecido, cuando le pedí una tanda de fotos en donde sentí vergüenza ajena. Luego le agradecí su tiempo invertido. Si algún día es primer ministro me juego las gafas a que no me concede una entrevista a no ser que me patrociné el New York Times.
Joaquín Campos (Málaga, 1974) lleva residiendo en Asia desde 2007: primero China y ahora Camboya. Escribe, cocina y viaja. En FronteraD ha publicado La ayi de mis sueños, lo sueños de mi ayi china y Srey Pech, actualización camboyana del arca de Noé, mantiene el blog Aspersor, un ídolo de masas, y la novela por entregas Doble ictus. En Twitter: @JoaquinCamposR