Una de las cosas que más me han llamado la atención de San Francisco es la relativa escasez de cadenas de comida basura y obesos marca de la casa. Uno espera encontrarse un McDonalds cada diez metros en el país por excelencia de la mala alimentación, pero California es un oasis gastronómico. La fuerte influencia asiática e hispana resiste de momento a las hamburguesas congeladas, y la oferta culinaria de la ciudad es realmente asombrosa (y barata).
Solo en el tramo de la calle Irving que va desde la 19 a la 24, podemos encontrar restaurantes tailandeses, vietnamitas, japoneses, chinos, coreanos. hindués, pakistaníes, palestinos, hongkoneses, italianos, irlandeses, mexicanos y algún otro que seguro se me escapa.
Pero la verdadera joya de la corona es Kevin’s, un restaurante vietnamita que sirve uno de los mejores Pho’s (sopa de fideos tradicional vietnamita) de la ciudad. Por apenas 6 dólares nos plantan un bol gigantesco con pollo o ternera, albóndigas, gambas,pescado y un largo
etc. que reviviría de su resaca al mismísimo Charlie Sheen. Con té cortesía de la casa, los sábados o domingos a las 12 se convierten en una grata tradición de barrio. Desde luego mucho más gratificante que atentar contra tu estómago con una Big Mac.
Entre cucharada de sopa y suspiro hay tiempo de sobra para hablar de las últimas noticias, que hablan de una prostesta masiva en internet contra otra S.O.P.A. caliente a punto de estallarle en la cara a la legislación americana. El cierre de Megaupload ha levantado ampollas, pero también ha revelado la verdadera naturaleza de esos «héroes» de los acólitos de internet, a quienes la «libertad» de la red les ha ido de perlas para llenarse los bolsillos a costa del trabajo de los demás.
Las formas no son las adecuadas y la normativa es tan vaga como una respuesta de Jesulín, amén de defender descaradamente los intereses del Lobby del «entertainment».
Pero seamos sinceros de una vez: a nadie le importa un comino la susodicha libertad en la red, lo que fastidia es tener que pagar dinero por las cosas como siempre ha ocurrido en este país de chorizos y listillos. Si se le pide honestidad a la industria (¿por qué inspira tanto pavor esta palabra?) del entretenimeinto, toca aplicar el cuento a nosotros mismos.
O como dice mi casero Rob en referencia a nuestra tradición semanal: «let’s go get phoed up».
Quizás después de una deliciosa S.O.P.A. caliente nos demos cuenta de lo bien que sienta pagar la cuenta y dejar una buena propina cuando las cosas valen la pena.