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San Valentín con Almendra

 

¿Soy un romántico? Después de pasar un Día de San Valentín sin complicaciones, un martes de clases, dictando hasta las 8 de la noche, regresando a casa tarde con mi esposa, me cuesta recordar si he sido yo. No sé si sigo siendo aquél muchacho que podía estarse una tarde sin comer por mal de amores; o que por poco se corta las venas, cuando supo que la mujer que le gustaba hasta la médula iba a ser madre de un hijo que no era suyo.

 

Ayer, me agradaron mucho más los mensajes en contra del 14 de febrero que aquellos a favor. No me gusta el edulcorante; pero me parece recordar que en años anteriores, siempre alguien hacía un comentario simpático o decía algo honesto y sincero para provocar abrazar a los amigos o arreconchumarse más, juntito a la pareja.  Este año no. Entre mis mensajes, los más simpáticos fueron unos dibujos de Cherman con una mujer llorando y el tema «Con palo no vale, Valentín» y un cómic de David Galliquio (el autor del Perro Lito) donde homenajea a su bienamada mano derecha. Ayer en la mañana, 14 de febrero, recuerdo haber caminado a disgusto entre cientos de rosas obligadas a soportar el frío de Nueva York; y entre decenas de espantosos globos de color con «I Love You» estampado.

 

No me gusta San Valentín. Sin embargo, tampoco me provoca el asco que llevó a un compañero de estudios a dedicarle hace muchos años una canción llamada Adiós al amor ni el desprecio que tan bien le queda a Sabina cuando canta «yo no quiero 14 de febreros». Lo he celebrado cuando ha habido motivo –parejita– y también he añorado los buenos tiempos cuando no había compañera. ¿Ya no soy un romántico?

 

Una de las palabras favoritas de mi vocabulario amoroso sigue siendo «apapuche», tierna manifestación de abrazos y cariños empalagosos. Me gusta el apapuche, sí señor (una versión más interesante que los «piojito, piojito» que me susurraba alguna enamorada, convencida de que mi aspecto resinoso podía haber atraído a uno que otro bicho al que ella espantaba revolviéndome el cabello); pero yo no suelo soñar con apapuches. Mis deseos amorosos siempre han tenido una fuertísima carga erótica, muy alejada de lo acaramelado. Mi idea del amor tiene poco que ver con caricias y chocolates y más bien con chupetones y sudor. Sin embargo no me molesta dar abrazos y besos en público y me gusta decir «te amo» con frecuencia.

 

Anoche, durante mi clase de las 7 de la noche del 14 de febrero, para que mis estudiantes no me miraran con cara de «a qué hora te callas», les puse el CD de Almendra (ellos, hispanos con buen español hablado pero mal escrito, tenían que adivinar ciertas palabras que escuchaban en el disco) y cantamos juntos Muchacha ojos de papel. La voz del Flaco Spinetta llenó el aula en el Bronx, pidiéndole a una muchacha bonita que se quedara en su cama hasta el alba, que lo dejara hacer entre sus piernas, que le brindara el calor de sus pechos para besarlos hasta que el sol saliera por la ventana.

 

Sospecho que así también, como a mí, le gustaría celebrar al Flaco, sus Días de San Valentín.

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