Pudiera parecer cuando uno entra en una discoteca llamada La Bodega, en el municipio de las Terrenas, situado en la costa nordeste de República Dominicana, que estamos ante cualquier oferta de ocio nocturno para turistas: merengues en directo, luces ambientales, ron y un claro contraste de tonos de piel y capacidad de movimiento. Con honrosas excepciones, entre las que no me encuentro, si a los caribeños no les deletara su fisonomía, lo haría su imposible movimiento de cadera. Sakira aquí, pensé, pasaría desapercibida.
Las que no pasamos desapercibidas somos las europeas o americanas debido a la consolidación de un fenómeno social del que se habla con la naturalidad de los fenómenos meteorológicos y que es el «SANKI PANKI».
La visa para un sueño tiene un camino bien aprendido por los dominicanos y últimamente también por los haitianos, y lo representan las extranjeras convertidas en una segura fuente de ingresos, no sólo para el enamorado, sino también para su familia, mujer, hijos e incluso otros parientes cercanos o lejanos, que bendicen la infidelidad conyugal siempre que se mantenga la lealtad económica. Coincidiendo con escapadas o vacaciones de la afortunada, el sanki panki elegido se reunirá con ella durante su estancia vacacional, como si se fuera de gira, aunque el objetivo es mantener el contacto todo el año y conseguir alguna que otra transferencia bancaria. Algunos con suerte, tendrán varias fuentes femeninas de suministros, otros, incluso soñarán con un matrimonio que les abra la frontera del cercano Miami o la soñada Europa.
Todo está tácitamente consentido, se mienten pero no se engañan. Cada uno obtiene lo que busca desde la premisa de la desigualdad económica, por supuesto, de lo contrario no funcionaría el ejercicio del poder. En el mundo rico tenemos mucho de lo que en tierras menos afortunadas desean, pero como bien saben los publicistas, necesitamos mucho más, sobre todo las mujeres, que a diferencia de sus compañeros varones bien situados, encuentran más obstáculos en sus países de origen para obtener a cambio de dinero o como simple ejercicio de poder, eso que a ellos acá tan sólo les resulta más cómodo y barato: compañía, aventura, sexo, autoestima, control, protagonismo, atención y hasta afecto.
Porque aunque lo que nos llama poderosamente la atención son los sanki pankis masculinos, las mujeres siguen la misma dinámica y son quizá más numerosas y llamativas. ¿Por qué no son ellas sanki pankis, o no al menos popularmente conocidas como tales? Quizá porque su aspecto y actividad no se diferencia de lo que podemos encontrar en cualquier país, excepto por el matiz de que por ser su situación económica inherente a su nacionalidad, forman parte del extendido turismo sexual como forma de cobardía ética y contribución a la indignidad, en todas sus modalidades, incluida por supuesto, la del matrimonio de conveniencia. Ellas son animadoras, chicas de compañía, prostitutas, rameras, busconas, putas, lobas, zorras, guarras…no necesitamos más palabras.
Así los sanki pankis suponen una novedad por lo explícito del fenómeno y la naturalidad de su extensión: mujeres buscando sexo desde una posición económicamente superior. Se manifiesta, por tanto, de forma explícita, que la decadencia moral consentida y pública, parte de la premisa de poder permitírnosla independientemente de nuestro sexo.
No obstante, nuestros roles siguen influyendo; los sankis pankis, no dan la sensanción, como sus homólogas, de ser objetos sexuales. Ellos, son mucho más discretos, no se exponen tanto, no bailan en ropa interior, y juegan a ser conquistaroes, además, la diferencia de edad suele ser mucho menos acusada en el caso de ellos y por supuesto, ellas no suelen mantener al esposo local mientras buscan ingresos extras en el ego de blanquitos, decadentes, arrugados y rollizos bolsillos del primer mundo.