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Sarajevo, espejismo de una noche de lluvia

 

 

 

 

De repente he sentido una punzada de frío en la espalda. Me he levantado a echar un vistazo por la ventana. Faltan diez minutos para la una de la madrugada del miércoles y no se ve un alma. No hay luz en ninguna ventana. Solo las farolas alumbran de forma espectral este barrio de la ciudad. Es como si un insólito silencio hubiera caído sobre las calles y avenidas recién barnizadas por la lluvia. No solo han cesado los tiroteos, sino que también han callado los cañones y los carros de combate. Han retirado los coches que hacían de barricadas y de parapetos, y es como si por arte de magia hubieran borrado de los edificios colindantes todo rastro de la guerra. 

 

Fue en el viaje a Santander cuando por fin empecé a leer Sarajevo, el poemario de Izet Sarajlic (1930-2012) editado por la editorial granadina Valparaíso. Fue gracias al celo de Fernando Valverde (traductor junto a Sinan Gudzevic, y autor de la selección y el prólogo) que este hermoso y triste libro llegó a mis manos. 

 

Vuelve a llover con furia. Contra la piscina, los árboles removidos por el viento frío, los coches aparcados, los estratos de cemento, la soledad inhóspita de la ciudad dormida. Como si el chubasco quisiera recordarme la ferocidad de la guerra. Es como si estuviera solo: en esta casa de Santander, en esta ciudad del norte en la que la represión se ensañó hace tantos años, cuando aquí libró su propia guerra civil.

 

Escribe Fernando Valverde: «Este libro es la colección más completa publicada en español de sus poemas escritos durante y sobre la guerra, marcados por sucesos como la muerte de sus dos hermanas, a las que tuvo que enterrar de forma clandestina con sus propias manos, la traición de muchos de sus amigos serbios, que disparaban sobre la ciudad desde las colinas (entre ellos Radovan Karadzic) y el sufrimiento de los santos de Sarajevo».

 

Hace frío. Pero estoy lejos de la guerra. Escribe Izet Sarajlic en el poema homónimo al título del libro: 

 

Coged el primer tranvía a Ilidza, 

un lugar en el que, como es natural, nunca cae la lluvia,

la aburrida y larga lluvia de Sarajevo.

 

(…)

 

Esta ciudad en donde, a decir verdad, 

no siempre he tenido mucha suerte

pero en donde cada cosa es mía y donde siempre puedo

amaros a cada uno de vosotros

y deciros que estoy desesperadamente solo.

 

(…)

 

Aquí en Sarajevo, si necesito ayuda

incluso los sauces, que son mis conciudadanos,

conocerán aquello que me hace sufrir.

 

Porque en esta ciudad, a decir verdad, no he tenido

mucha suerte

pero la lluvia, cuando cae,

no es sólo lluvia».

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