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Inmigración, circulación y trabajo: Saša Uhlová y los trabajadores que surgieron del frío

“No man is an island, / Entire of itself;
Each is a piece of the continent,
A part of the main. (..)
Therefore, send not to know
For whom the bell tolls: / It tolls for thee.”
— John Donne, For Whom The Bell Tolls (1600)

En el documental “Invisibles”, la periodista Saša Uhlová explora en primera persona los recovecos de los flujos de inmigración económica en el interior de la Unión Europea, desde el este hacia el oeste, para participar en los circuitos de empleo de escasa cualificación (frecuentemente irregular) en sectores esenciales de la actividad económica en las sociedades desarrolladas occidentales. Uhlová se sumerge en la experiencia de los trabajadores inmigrantes euro-orientales en Alemania, Irlanda y Francia, en un documental de 95 minutos que puede verse gratuitamente (hasta el 15 de diciembre de 2024) en la plataforma de la cadena francoalemana ARTE (o en Youtube). No es la primera incursión de la periodista checa en la investigación de las condiciones de trabajo: en 2017, se emitía en la televisión checa su documental “Los límites del trabajo” (Hranice práce, trailer en Youtube), que recogía en formato audiovisual los reportajes periodísticos de Uhlová (titulados «Héroes del trabajo capitalista«) sobre los empleos peores pagados en Chequia, publicados originalmente en el medio progresista A2larm.cz (actualmente, Deník Alarm).

Portada del documental "Invisibles -- Trabajadores de Europa del Este"
Portada del documental «Invisibles», de Saša Uhlová.

Uhlová continúa en “Invisibles” esa tarea de denuncia y exploración del lado menos reluciente del capitalismo a escala europea. Equipada con una microcámara para registrar sus peripecias, solicita trabajo en una granja en Alemania, que contrata preferentemente jornaleras polacas —como la propia dueña de la explotación—; como limpiadora en un hotel en una región apartada de Irlanda, que contrata sobre todo a trabajadores eslovacos; y como cuidadora de ancianos (en realidad, chica para todo, en función de la situación del paciente) en compañías privadas de asistencia domiciliaria a las personas mayores en Marsella (Francia).

En la granja alemana, en la que las jornaleras viven internas, éstas trabajan unas 14 horas diarias de tareas agrícolas —más horas extra—, sin descansos, siete días a la semana, lejos de sus familias, por un sueldo de 6,20 euros a la hora, al que hay que sustraer el coste mensual del alojamiento (un lecho en una habitación de literas) y el agua. Unas condiciones de explotación obviamente ilegales, pero que no atraen la atención ni excitan la curiosidad de la inspección alemana de trabajo que visita las instalaciones. En Irlanda, la jornada de limpiadora consiste en unas 11 horas diarias, con media hora de descanso, con horarios decididos —y notificados a los trabajadores— de un día para otro, en función de la afluencia en el hotel, y sin días libres durante semanas, en ocasiones. Términos abusivos, que sin embargo permiten a los compañeros de Uhlová, eslovacos inmigrados, obtener un sueldo dos veces superior al de su país de origen, porque “en Eslovaquia sólo se puede sobrevivir”, a decir de uno de ellos; pese a ello, el país que abandonan es, a su vez, receptor de (moderada) inmigración cualificada de otros países cercanos —por ejemplo, balcánicos y eslavos—. El (creciente) sector de servicios a la persona en Francia, que también se nutre —tanto en su parte legal como en su dimensión ‘informal’ o sumergida— de personal de origen inmigrante, está sujeto a parecidas dificultades, tanto en términos horarios (jornadas de más de diez horas), como de retribución (a la hora dedicada al paciente, una o dos como máximo, al precio marcado por el salario mínimo, y sin contar desplazamientos, que son múltiples cuando se atiende a numerosas personas en el mismo día). La precariedad y la explotación de los trabajadores no cualificados del sector supone, además, una enorme rotación de personal que, en última instancia, afecta al bienestar de las personas mayores atendidas.

Uhlová no incluye España en sus incursiones. Pero podría: las experiencias, las reivindicaciones y las condiciones laborales que describe para los trabajadores inmigrantes —especialmente las jornaleras polacas en Alemania— no son tan distintas de las que pueden encontrarse, parecidamente inadvertidas en la sociedad ‘de acogida’, en las explotaciones agrícolas andaluzas, que de tanto en tanto capturan fugazmente la atención de los medios (cf., por ejemplo, la situación de las temporeras magrebíes en los campos de fresas en Huelva, denunciada, entre otros, por el semanario francés Marianne en mayo de 2023, y por El Salto Diario en febrero de 2024).

El trabajo de Saša Uhlová —y de otros periodistas e investigadores que indagan en las condiciones laborales de los migrantes económicos, ya sean comunitarios o extracomunitarios, en las sociedades europeas más desarrolladas— es relevante por varias razones. La más obvia es, desde luego, la denuncia de unas condiciones de trabajo abusivas y mal retribuidas, que ninguna sociedad avanzada quiere para sí (y contra las que protegen, en consecuencia, las regulaciones laborales vigentes), pero que son infligidas con impunidad casi total sobre la población migrante —en este caso, comunitaria—, particularmente vulnerable, ante la ignorancia o la indiferencia de (la mayoría de) medios de comunicación, sindicatos y partidos. La hipocresía es aún más pronunciada si se tiene en cuenta que los sectores económicos donde la presencia (irregular, pero tolerada) de migrantes en la fuerza de trabajo son de una importancia cada vez mayor para las sociedades europeas. La explotación de esta población migrante, con desprecio a las regulaciones laborales nominalmente vigentes en las sociedades en las que trabajan, ejerce una fuerte presión a la baja de los costes de los productos y servicios que esos sectores provén al conjunto de la sociedad. En otras palabras, sin inmigrantes y con trabajadores que se beneficiaran de los estándares laborales vigentes, la alimentación, la hostelería, la restauración y el cuidado a las personas mayores —por restringirse a los sectores explorados en “Invisibles”, que impactan transversalmente en todos los sectores sociales— serían notablemente más caros de lo que resultan hoy.

Un fenómeno ambivalente

El documental no se queda en esa primera constatación; en él escuchamos no sólo las reflexiones de la periodista, sino también de los directamente implicados: los trabajadores migrantes. Con sus palabras, testimonios y reflexiones emergen también otros aspectos del fenómeno. Pese a la irregularidad y la dureza de las condiciones de trabajo —las jornadas agotadoras, las horas extra no pagadas, el esfuerzo físico continuado, la ausencia de descansos, la magra retribución—, pese a que estas condiciones chocan con frecuencia las regulaciones y protecciones laborales vigentes en los países occidentales, éstas siguen siendo considerablemente mejores que las que los migrantes encuentran en sus países de origen. De forma que éstos siguen —y seguirán— desplazándose de una punta a otra de la Unión Europea, a cientos o miles de kilómetros de sus familias y de sus casas, aprovechando la libertad de circulación de los trabajadores (también los irregulares) consagrada en los Tratados, porque esta explotación laboral (en Europa occidental) supone, también, el vehículo más accesible con el que cuentan para el progreso social, el suyo y el de sus familias en Europa oriental.

Uhlová se detiene en diversos pasajes en esta contradicción aparente. De Viesa, trabajadora polaca de la granja alemana, explica: “Viesa viene aquí desde hace cinco años. Desde que sus hijos se hicieron mayores, le dijo a su marido que quería ganarse la vida. Tiene un coche y una casa en un pueblo de Polonia. Cuando hablo con ella, parece que no hay nada más normal que trabajar aquí. No tiene beneficios sociales ni está en situación precaria. Viesa, simplemente, se gana la vida aquí y le gusta su trabajo…”. Otras historias son más dolorosas: “…he hablado con Sabina. Tiene cuatro hijos; la menor, Nela, tiene 12 años. Cuando le he preguntado cómo lo llevaba Nela, me ha contestado que su hija estaba acostumbrada y que vivía con su tía, a la que considera su madre. Su marido [de Sabina] la dejó y Sabina se quedó sola con los niños, por lo que tuvo que ganarse la vida…”. Más adelante, reconoce su propia confusión sobre una situación cuyos matices no se dejan atrapar en simplificaciones, ni siquiera simplificaciones bienintencionadas: “Ya no sé qué pensar. Mis compañeras [polacas en la granja] aquí hacen realidad sus sueños: comprar un piso, asegurarse una buena jubilación, ayudar a sus hijos. Algunas se quedarán aquí toda la vida, porque el trabajo destruye los lazos familiares…”. 

El documental no esconde las dificultades. La vulnerabilidad, el extrañamiento y la humillación son cuestiones recurrentes: “Todo el mundo [aquí, en la granja alemana] tiene familia dispersada y vive sin ver a sus familiares (..). Danka me ha preguntado si mis hijos me echaban de menos…”, “Sara estaba completamente desbordada. Decía que debería haberse quedado en Eslovaquia trabajando por 4 euros, en lugar de ser tratada así. La hija del jefe la acosaba, la obligaba a sonreír y a maquillarse, cuando ella no quería trabajar en la recepción. Se sentía humillada…”, “Cuando le pregunté a Nikola cómo James [el jefe] registraba las horas, él, un joven camarero simpático que sueña con tener una granja, me dijo, ‘¿Para qué me voy a quejar? Si quiere timarme, me tima…’”. Pero las motivaciones y la racionalidad a la hora de emigrar y de aceptar esos trabajos para mejorar su calidad de vida tienen una lógica implacable. Sebastian, en el hotel en Irlanda, explica: “[En Eslovaquia] trabajábamos 12 días y después 12 noches. Un día y medio de descanso y después vuelta a empezar (..) por 900 euros. (..) Aquí, trabajo igual, pero al menos gano más”; de otro compañero, Laco, Uhlová indica: “Hoy, mi colega Laco vino a la zona reservada al personal, detrás de la cocina, con un aspecto muy cansado. Charlamos un poco y, como sabía que tenía una hija en casa [en Eslovaquia], le pregunté si la echaba de menos. — Sí, la echo de menos. Pero, si yo no estuviera aquí, a ella le faltaría comida y techo.”. El documental tiene el mérito de ir más allá de la denuncia, y hacer de los trabajadores migrantes algo más que meras víctimas de una maquinaria puramente extractiva: sus interacciones ilustran la ambivalencia y los matices de un fenómeno complejo que no admite ni atajos morales ni maniqueísmos.

Cartel electoral del UKIP contra la Unión Europea. Imagen de dominio público. Fuente: https://electionleaflets.org/leaflets/145

Vale la pena insistir en este punto, porque estos flujos migratorios, compuestos por trabajadores escasamente cualificados de los países menos desarrollados de la Unión, son regularmente señalados como amenazas para las clases trabajadoras de los países receptores. En lo que podríamos llamar ‘la declinación izquierdista del discurso anti-inmigración’ (que es o ha sido manejada con más o menos sutileza por sectores tan distintos como algunos partidos nacionalistas en España, la plataforma de Jean-Luc Mélénchon en Francia o la formación de Sahra Wagenknecht en Alemania, además de haber sido una de las fuerzas motrices del Brexit británico), se incide en que la población inmigrante, más dispuesta a aceptar condiciones laborales más duras que la población local, ejerce una suerte de competencia desleal a los sectores menos cualificados del proletariado local: en román paladino, “vienen a robarnos el trabajo”. Así se ha hecho, en Francia y en Alemania particularmente, para hacer campaña contra la integración en la Unión Europea de nuevos países del Este, o para defender la salida de ésta, en el Reino Unido: el mito del “plombier polonais” (el fontanero polaco) que fragiliza y pone en riesgo los empleos franceses, invocado por (parte d)el soberanismo francés en su campaña contra el referéndum constitucional de 2005, y después retomado por dirigentes como Jean-Luc Mélénchon, atravesó el canal de la Mancha para convertirse en el “Polish plumber” blandido por los partidarios del Brexit en el Reino Unido, en 2016. El argumento, desde luego, suena familiar; y se puede trazar su genealogía, si se quiere, hasta el “ejército industrial de reserva” de desempleados que evocaba Marx en El Capital, con el que el capitalismo ejercía presión sobre las reivindicaciones del proletariado organizado.

No hay duda de que las dinámicas de globalización e integración regional (en este caso, europea) están favorecidas por las tendencias de concentración de capital; permiten a éste movilizar las fuerzas productivas, ensanchar los mercados, optimizar los costes y maximizar el beneficio, beneficiándose de las economías de escala que generan. Pero esta lógica tiene (o puede tener) otras implicaciones sobre las poblaciones, de carácter progresivo y redistributivo — el arbitraje entre unos y otros efectos no es fijo, sino que es sensible a los equilibrios políticos. Las sociedades europeas occidentales (o el conjunto de la Unión Europea) son hoy, globalmente consideradas, poblaciones acomodadas en comparación con las sociedades europeas orientales (o los países emisores de inmigración), y como tal cabe examinar las tensiones derivadas de su coexistencia en espacios económicos (total o parcialmente) integrados con poblaciones con menor riqueza (y menor expectativa de riqueza). Desde la perspectiva de las poblaciones orientales, menos desarrolladas, incluso las condiciones de explotación laboral (bajo los baremos europeos-occidentales) son mejores, y por tanto, preferibles, a las disponibles en sus lugares de origen. También a nivel comunitario, el prisma de clase social y económica es más adecuado que el estrictamente identitario, de unos países contra otros.

Bajo este prisma social y no identitario, los testimonios del documental de Uhlová no dejan lugar a dudas: junto con la denuncia de las condiciones de trabajo agotadoras de los trabajadores migrantes, y de su desprotección laboral, trasluce el hecho de que los salarios que estos trabajadores pueden obtener a miles de kilómetros de sus hijos, de sus familias, y de sus casas, les permiten hacer frente a sus necesidades económicas, y las de sus familias, mejor que los empleos a los que pueden acceder en su tierra, donde encuentran que “sólo pueden sobrevivir”. Y por eso siguen y seguirán viniendo, circulando y desplazándose, de forma legal o de forma irregular: estos desplazamientos de población tienen un efecto redistributivo, nivelador en Europa. La libertad de circulación de trabajadores (de “fontaneros polacos”, de temporeros magrebíes, de cuidadoras latinoamericanas, de criadas filipinas) por espacios económicos cada vez mayores, desencadena dinámicas dialécticas, mayormente progresivas para (buena parte de) las poblaciones de los territorios menos desarrollados, pero que pueden tener efectos regresivos para los sectores más vulnerables de las poblaciones más desarrolladas.

Conviene no exagerar estos efectos regresivos (en el documental, por ejemplo, se observa que no hay competencia con «población local» por los tipos de empleos que Uhlová explora; quizá porque las condiciones y la remuneración resultan escasamente atractivos para ésta), pero desde luego, existen (se puede pensar en competencia entre poblaciones locales e inmigrantes por servicios sociales en determinados territorios, más severa cuando la cobertura pública ya es relativamente escasa) y no pueden ignorarse. Pero no hay atajos ni soluciones rápidas a la hora de abordarlos. Sobre todo, no hay defensa progresiva posible de las condiciones laborales de las poblaciones más frágiles de las sociedades desarrolladas, si estas condiciones descansan en una explotación de otras poblaciones más pobres, extranjeras. Y esta explotación es implícita cuando se fuerza la separación artificial de las poblaciones trabajadoras —es decir, en su segregación territorial y en la prohibición de la circulación—, y en su sujeción a condiciones laborales distintas que no tiendan a converger, desde el momento en que los productos y servicios resultantes de su trabajo son igualmente accesibles para unas y otras poblaciones. O, en otras palabras, para que las condiciones laborales occidentales sean sostenibles (y no un privilegio a defender contra otros), éstas tienen que integrarse en una tendencia expansiva, que ensanche y no restrinja su alcance, desde luego a los migrantes, y más adelante, a todas las poblaciones a las que el capital puede alcanzar en la cadena de producción y consumo de productos y servicios.

Una Unión hecha de circulaciones

La libre circulación de personas —de turistas y de estudiantes, pero también de trabajadores con más o menos cualificación— en el interior de la Unión Europea es el reverso de la libertad de circulación de mercancías, servicios y capitales, que ha causado, entre otros fenómenos, un número apreciable de deslocalizaciones industriales, en este caso del oeste hacia el este (antes fue del norte hacia el sur, un proceso del que se benefició España tras su adhesión a la CEE), de fábricas y empresas que buscan reducir sus costes laborales y de producción. Estas circulaciones son un pilar y elemento clave de la construcción de un espacio integrado europeo, que a su vez es un laboratorio doméstico de globalización (más intenso, más ambicioso y, sobre todo, dotado de elementos para acompañar la integración económica de una integración política que permita arbitrar democráticamente los nuevos flujos y las nuevas realidades emergentes). No es casualidad que el documental alterne los reportajes inmersivos de Uhlová en Alemania, Irlanda y Francia, con escenas de su vida familiar, y en particular con el entierro de su padre, Petr Uhl, que falleció durante el rodaje — y a la memoria de quien el documental está dedicado. Uhl, disidente socialista checoslovaco, cofundador de la Carta 77 con Jan Patočka y Václav Havel, y gran referente de la construcción europea en Europa central, luchó durante toda su vida por una Europa libre, democrática y unificada, de la que la libre circulación e interacción de personas, ideas y proyectos es uno de sus más valiosos estandartes. Examinando las miserias de los trabajadores orientales emigrados hacia el oeste, su hija se pregunta, o nos pregunta, si era ésta la Europa que queríamos, que quería la generación de europeístas de su padre, que queremos. 

Su documental plantea la pregunta, y además se cuida de ofrecer una respuesta prefabricada: cada espectador debería construir la suya propia. Aquí va la mía: queremos una Europa donde esa circulación sea efectiva, e intensa; pero ésta (ya) no basta. Es un elemento clave y necesario —sin el que la Unión no es siquiera concebible—, pero que no está necesariamente bien calibrado, y que puede generar —lo estamos viendo—, además de las ventajas conocidas, severas tensiones en el interior de sociedades acostumbradas a relacionarse a través de fronteras. Los países ricos se alarman por la llegada de trabajadores pobres —o “pobres” simplemente, que vendrían atraídos no ya por el trabajo, sino por la abundancia de “ayudas sociales”— y la migración de industrias hacia lugares más baratos, que ponen el riesgo los elevados niveles de vida que han conseguido colectivamente; los países pobres deploran la “fuga de cerebros” —o más prosaicamente, la salida de trabajadores cualificados, que se forman en sus países de origen pero explotan sus competencias en países más ricos, con mejores perspectivas laborales—, desconfían de la afluencia de turistas —que hacen subir los precios, abarrotan los centros históricos, destrozan los paisajes locales y alteran la faz de ciudades y pueblos—, y censuran la inundación de productos y servicios avanzados, procedentes de los países más desarrollados, que les impiden —dicen— desarrollar industrias propias. Todos estos inconvenientes llevarían a cualquier país a cerrarse sin miramientos a cal y canto, a la manera norcoreana, si no fuera porque las ventajas de la circulación y de los procesos de integración político-económica regional (de los que la Unión Europea es quizá el ejemplo más avanzado, pero no el único), aunque menos ruidosas, las han superado históricamente con creces, tienen una potente dimensión redistributiva y pueden ser, por tanto, vectores a medio plazo de la reducción de desigualdades entre países ricos y pobres.

“Pueden”, pero el efecto no es automático: hace falta un suplemento político, para que el reparto de los beneficios de estos flujos se repartan equitativamente entre todos los implicados, y no capturados por unos pocos — típicamente, los que tienen una mayor capacidad económica. Decía que estas circulaciones son un elemento clave y necesario, pero no necesariamente bien calibrado. Y los defectos de calibración pueden subvertir radicalmente la relación de costes y beneficios para todas las partes, volviéndolos insostenibles, desmintiendo sus ventajas, o volviéndolas excesivamente costosas. Esto es válido para todas estas circulaciones —el turismo, la inmigración económica, la internacionalización educativa, la relocalización industrial, el acceso a tecnologías avanzadas, el propio comercio—, y el documental de Uhlová lo ilustra con elocuencia en el caso de los flujos este-oeste dentro de la Unión, de mano de obra escasamente cualificada, en sectores básicos de la economía (agricultura y servicios). La integración en un espacio económico compartido puede ser globalmente beneficioso —reduciendo los costes para productores, y por tanto para consumidores de la sociedad de acogida; mejorando las perspectivas económicas de los trabajadores migrantes, y de sus familias en las sociedades de partida— y favorecer la reducción de desigualdades territoriales en el seno de la Unión. Pero sólo a condición de que esa integración entre sociedades —entre economías— no se realice ni sobre la explotación de unos por otros, ni a costa de las poblaciones más vulnerables (ni de las sociedades de partida ni de llegada), ni sobre la segregación entre poblaciones y la separación entre derechos de unas y de otras; es decir, sobre una ciudadanía o unas condiciones de trabajo a varias velocidades; lo que Saša Uhlová denomina “un telón de acero salarial”. Para ello, las regulaciones laborales y las protecciones sociales de los trabajadores tienen que converger al tiempo que se ensanchan las posibilidades abiertas a los consumidores; de forma que el espacio compartido no sea sólo un mercado único con varias velocidades de ciudadanía, sino un espacio cívico, político, social y regulatorio compartido, que tienda al equilibrio y que garantice efectivamente los derechos de todos sus miembros en circulación.

Referencias

Apolena Rychlíková, Saša Uhlová: “Invisibles — Workers from Eastern Europe”. Disponible en español en ARTE: https://www.arte.tv/es/videos/104425-000-A/invisibles-trabajadores-de-europa-del-este/.

Saša Uhlová: Héroes del trabajo capitalista. Reportajes para Alarm, 5 de septiembre de 2017. (En checo.) https://denikalarm.cz/2017/09/hrdinove-kapitalisticke-prace/ 

Organización Internacional para las Migraciones (OIM) de Naciones Unidas. https://www.iom.sk/en/migration/migration-in-slovakia.html 

Aurora Baéz Boza: Bajo la rueda de los tractores, las jornaleras migrantes en Andalucía siguen sin derechos.  El Salto Diario, 17 de febrero de 2024. https://www.elsaltodiario.com/racismo/rueda-tractores-jornaleras-migrantes-andalucia-siguen-derechos 

Chadia Arab: “En Espagne, la cuillette de la fraise est réalisée dans des veritables enclaves ethniques”. Entrevista por Géraldine Meignan. Marianne, 21 de mayo de 2023.  https://www.marianne.net/societe/agriculture-et-ruralite/chadia-arab-en-espagne-la-cueillette-de-la-fraise-est-realisee-dans-de-veritables-enclaves-ethniques 

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