No vio uno ayer lo de Évole (mejor, porque de crédulo que es podría hasta haberse marchado de la ciudad para huir de los marcianos), en parte porque tenía una cita ineludible de domingo con Mad Men, y en parte porque superó su cuota televisiva viendo el encuentro de Risto con Zapatero, que vendía palos y al final se quedó en sorteo de algunos golpes interpretados, como los de Rocky, pero en los que ni siquiera se pudo ver saltar unas gotas de sudor. En un determinado momento, en lo que se suponía que era una carga inmisericorde contra el invitado, éste representó una especie de enfado lo más parecido a los que le mostraba a uno su abuela, la pobre, que producía siempre más risa qué sorpresa. Así, Zapatero le dio la impresión de haberse convertido en un anciano prematuro que a sus cincuenta y tantos lleva una vida de Papa Emérito, pero, en lugar de en un monasterio, en el Consejo de Estado.
Con la edad algunas costumbres se acentúan. Y las maneras del expresidente son casi una parodia, que ya es decir, de aquel presidente: los gestos, los silencios, el énfasis, la vocalización. Un histrionismo cómico que siempre tuvo más significado que el mensaje, pero que ahora ya es toda una personalidad donde no cabe buscar más de lo que se ve y se oye, y donde no es necesario observar ni escuchar. Quizá quepa hacer cómplice de su actual estatus a Mejide, aunque de soslayo, y desde luego no tanto como a aquel clérigo, instructor en la escuela militar de Woolwich, que narra la historia de ‘Suerte’, el relato de Mark Twain.
Es Zapatero Lord Arthur Scoresby , “el oficial bueno, dulce y simpático e ingenuo… era muy penoso verlo parado ahí, sereno como una imagen esculpida y dando respuestas realmente milagrosas por su…”, al que el clérigo presta ayuda simplemente para aliviar su caída, y que, sin embargo, circunstancia tras circunstancia, gracias a ese empuje inicial, va superando, una tras otra, cuántas pruebas le pone la vida, en una inverosímil conjunción de factores afortunados frente a los que nada puede hacer una natural incompetencia.
Mediada la cita de ayer, el entrevistador le espeta que es el presidente más improbable de la democracia, y el gesto se le transforma en una escena de horror donde sólo falta la música de Cuarto Milenio, apareciendo, vívida como la fantasía de un demente, el convencimiento de que lo suyo fue un designio divino, una predestinación ajena a las encuestas: “Yo tenía la convicción de que iba a ganar”. Zapatero fue elegido presidente del Gobierno como Scoresby titular de una capitanía que marchaba al frente. “Hay mejores hombres que envejecen y encanecen antes de llegar a un grado tan sublime como ese”. Y de ahí al Consejo de Estado. Uno piensa que hasta al aparentemente despiadado perfil del conductor del programa tuvo una epifanía producida por el halo de esa “suerte realmente fenomenal y asombrosa…”, dando al traste con cualquier posibilidad de acorralamiento. No se esperaba menos de la tele. “… ha sembrado toda su vida de errores, y con todo no ha cometido uno solo que no lo convirtiera en un caballero, o un barón, o un lord o algo así… lo mejor que puede ocurrirle a un hombre en este mundo, es nacer con suerte. Vuelvo a decirle… que Scoresby es un perfecto…”.