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Se acerca el invierno

 

De tanto escuchar “ultraderecha” se me ha quedado ese momento de la audición como dormido. “Ultraderecha” es como “populista” y “fascista”: un concepto reventado. Flaco favor el reventón. ¿Qué hace Moreno Bonilla cantando sevillanas (por mucho que parezca más un miembro de Siempre Así que un candidato a presidir Andalucía)? ¿Y hablando con una vaca? ¿Y la madre de dragones, la de la jornada laboral de ocho horas para los animales? Si se entera de esto Napoleón, el cerdo de Orwell.

 

Es como si se les hubiera roto el amor de tanto usarlo, dice una canción que interpreta hoy con vivo sentimiento Susana Díaz mientras suspira con sofocos por las “fuerzas constitucionalistas”. “Ultraderecha” es una pierna dormida que ya ni sienten los que no se la han quitado de la boca. Algunos siguen con la matraca, pero otros ya van moderando su consumo. La palabra ultraderecha ha perdido todo su poder de alarma. Es como oír al chatarrero a través de su megáfono.

 

Los yonquis de la ultraderecha han conseguido que “ultraderecha” suene a chatarra, cuyos buscadores, tan pronto como aparecen, desaparecen con su altavoz en lontananza. Y así como a “ultraderecha” la han gastado (como desperdiciar la munición con un falso ataque) igual que a la pata de conejo de Hemingway, que de tanto tocarla en el bolsillo se le notaban los tendones, en el otro lado han despertado sin querer a la ultraizquierda, esa cosa no dormida sino, de tan normalizada, en placentera hibernación.

 

Ha sido Pablo Iglesias llamando a la movilización callejera en tiempos de preguerra civil. Lo de recurrir a la unión del constitucionalismo que quiere destruir matiza el autorretrato del carácter que casi se nos había olvidado. Lo de la ultraderecha, más que a presentarnos a ésta (cómo si eso fuera todo lo que ha sucedido en estas elecciones), lo que ha hecho es sacar a la ultraizquierda de sus cómodas tumbas institucionales para que los veamos de nuevo en esplendor. Yo observaba ayer a Pablo y a su ayuda de cámara y eran otra vez esos caminantes blancos del pasado (imagino que les encantarán estas metáforas) que comparecían para decirnos (en realidad, para decirse a ellos mismos) que se acerca el invierno.

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