El sociólogo Domingo Comas, presidente de la Fundación Atenea, lo dijo el otro día en el Encuentro sobre Problemas Sociales de la Juventud, organizado por la Fundación Sistema en la Uned: “Se habla del paro juvenil para ocultar el verdadero problema: el paro adulto con cargas familiares”. Afirmaba que el volumen del desempleo en la juventud ni mucho menos es ahora el más importante de la historia. A su juicio, ni en porcentaje ni en efectivos, los jóvenes son los más afectados por este problema social en esta crisis. Ante tal provocación, ante tal brutal desmitificación, acudimos a las estadísticas. Comas no puede hablar por hablar. Pero queremos el respaldo de los datos. Lo ansiamos.
Para comprobarlo, tenemos que ir a varias estadísticas del INE, porque la base estadística ha cambiado en varias ocasiones. Nos interesa, fundamentalmente, ver los datos de la EPA actual, que parten de 2002. Y, además, la que se extiende desde 1976 hasta 1995. Porque en este último intervalo tuvieron lugar dos crisis, la de la reconversión industrial y la de principios de los noventa, que llevaron consigo epidemias de paro casi tan importantes y graves como la actual. Con esas dos épocas históricas queremos comparar lo que sucede ahora. Así descubriremos si Comas tiene razón.
Menos paro juvenil…
Según la última Encuesta de Población Activa (EPA) que se acaba de publicar, entre los jóvenes de 20 a 24 años, hay 711.900 parados, frente a los 864.200 que había en el año 1986 (cuando se alcanzaron los máximos de la crisis de los años ochenta) y los 905.000 de 1994, cuando se marcó el nivel más alto de la crisis de los años noventa.
Las diferencias en la cohorte de edad más joven, entre los 16 y 19 años, son aún mayores: según la última EPA, el primer trimestre de 2014 acabó con 169.500 parados de esas edades, lo que contrasta, y mucho, con los casi 600.000 que llegaron a alcanzar en el año 1985 y con los 392.000 de 1993. Esta cifra puede tener su explicación en un aumento de la duración de los estudios en los últimos tiempos. Pero, de todas maneras, hay que asentir ante la idea de que la incidencia del paro en esas edades es muy inferior a la que ha sido históricamente en España.
… y más paro adulto
¿Qué sucede con el paro adulto, con aquél que tendría que preocupar más, según comenta Domingo Comas? A cierre del primer trimestre de 2014, tenemos casi 1,9 millones de parados de entre 45 y 64 años. La cohorte de edad más afectada es la que va desde los 45 a los 49 años, con más de 700.000 parados. Mayores de 55 años, hay casi 600.000 desempleados. Esta última cifra es la que vamos a tomar como referencia para poder compararla con la que proporciona Encuesta de Población Activa entre 1976 a 1995. Así las cosas, fue en el año 1986 cuando marcó máximos el número de parados de más de 55 años coincidiendo con la crisis de los 80 y la reconversión industrial: 205.800. En la crisis de los primeros años noventa, volvió a superar los 200.000. En concreto, en 1994, pero sin superar los máximos previos, puesto que se quedó en los 203.000. Volvió a situarse por encima de esa cifra en 2008. Y desde entonces no ha parado de crecer.
Los problemas de la juventud
En su inmensa mayoría, los sociólogos participantes en el encuentro celebrado en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Uned, siguen preocupados por la juventud. “Hay que reconocer que hay una generación perdida y que equivale a un 10% o un 15% de la población”, afirmó José Antonio Díaz, catedrático de Sociología de esa universidad. Y añadió que el futuro no será mejor, porque seguramente los hijos de la generación perdida heredarán esa misma situación. Ni siquiera aunque encuentren trabajo pueden tener esperanza. Porque se augura precariedad laboral perpetua. Con un lenguaje durísimo, Díaz habla de la aparición de personas irrelevantes, como hay países de este tipo en la comunidad internacional. En este sentido, Almudena Moreno, profesora titular de Sociología de la Universidad de Valladolid, reconoce que la precariedad ya existía en el mundo laboral de la juventud desde hacía muchos años, pero sólo como periodo transitorio. La entrada en el mundo laboral era precaria. A partir de ahora se cronificará durante toda la vida laboral.
En esta situación, ¿cuál es la actitud que pueden adoptar los jóvenes? Dice Antonio Romero, profesor de Sociología de la Uned, que ni reforma ni revolución, sólo inhibición. O la autoexclusión, la decisión de no participación en esta sociedad egoísta, consumista, que crea gente irrelevante. Pero también hay quien dice que podemos haber pasado del riesgo de inflamabilidad al peligro de explosividad. Hay opiniones para todos los gustos.
En lo que todos coinciden es en la sensación de frustración que se extiende por toda la juventud, que siente que ha cumplido con lo que se exigía de ella, sin que la sociedad haya, a su vez, cumplido con su parte. Por eso, como dice José Félix Tezanos, catedrático de Sociología de la Uned, ya no sólo hay una desafección tremenda hacia la política convencional por parte de los jóvenes, también hacia el conjunto de la sociedad. Porque el contrato social se ha roto: el esfuerzo ya no garantiza nada.
Pero… ¿y los mayores?
Se ha diagnosticado muy bien lo que ocurre entre la juventud más preparada de la historia de España y cómo les afecta la ruptura del contrato social que funcionaba hasta ahora. Pero, ¿y qué pasa con los mayores a los que el cambio de modelo (recordemos la profundísima reforma laboral) les ha pillado camino de la jubilación?, ¿que sucederá con quienes no encuentren un empleo digno en los últimos años de su vida laboral?, ¿qué senectud les espera?, ¿de qué manera les afectará a sus hijos? Con los recortes en educación y la precariedad de los padres, ¿se romperá la movilidad social ascendente?, ¿engordará todavía más la generación perdida, formada por los hijos de los mayores que, después de haber contribuido toda su vida a la riqueza de España, se queden en la cuneta?