He vivido y trabajado en Asturias, desde siempre relacionada y enamorada de la danza y el teatro. Media vida la he dedicado a mi casa, a cuidar de los míos. Hace unos siete años, de forma casual, me encontré con la fotografía. Nos entendimos rápido, y me tiene arrebatada desde entonces. Encuentro en ella una forma preciosa de vestir, de disfrazar y maquillar la realidad, como si de una muñeca, o de mí misma se tratase. Busco lo intuitivo, lo irracional, la belleza, el misterio, lo ritual para invocar la magia. Cuando sueño mi mundo todo es libre, lo ilógico está permitido, ángeles y demonios son hermanos, lo ordinario y lo cotidiano se convierten en situaciones poéticas y excepcionales, quiero contar lo efímera pero deliciosa que puede llegar a ser la vida.
La fotografía por el propio placer de fotografiar, también para narrar. Rendirse a ese tenso juego de enseñar sin mostrar, evocar, sugerir, incitar. Siempre una búsqueda, trabajar con lo invisible, con conceptos abstractos, dejarlo incompleto, que sea el que mira quien rellene esos huecos con sus vivencias, que sea su imaginación la que concluya la obra.
Cuando surge la idea la anoto, la dibujo, me documento, me fascino. Todo tiene que ser rápido en ese proceso, si no se volatiliza de nuevo en la abstracción de mi mente. Trabajo entonces atropellada, nerviosa, todo fluye muy deprisa. Cuando estoy ante la cámara y aparecen las imágenes se me obturan las venas, se me detiene el mundo. Nada me gustaría más que transmitir con mis fotografías esa emoción que yo siento al disparar, al intuir que estoy ante una buena imagen.
Le doy al azar un papel primordial, emocionante, adoro dejarme sorprender por él. Por eso experimento sin ningún miedo. Recurro generalmente a objetos cotidianos que revisto de misticismo, jugando a ser hechicera. Otras veces, muchas, me uso a mí misma, disfruto mucho posando. Cuando hago autorretratos estoy convencida de que a la imagen le envío energía por duplicado, por dos canales diferentes, pero en la misma dirección, hacia el mismo objetivo. También mi divertimento es doble. Jugando, siempre jugando.
Las fotografías que acompañan a este texto pertenecen a Astígmata, la exposición que presento este mes en la galería Espacio Foto de Madrid.
Lo que es transparente…
Se puede provocar, conjurar, amar a los espejos. Mercurio líquido fotografiable cuando se mira y se utilizan lentes. Quizá entre espejos y lentes –siempre cristales- anda el juego, reflexionando. Lentes astigmáticas, sí, error de refracción cristalino que torna la visión borrosa, la desfigura y la difumina.
Algunas niñas privilegiadas, cuando se convierten en mujeres, no han olvidado aquel juego, es el juego de la expresión, consciente, inteligente. Es necesario que haya un universo que se ha ido conformando por miles de palabras que deben ser concretadas y ordenadas, para darle sentido. Es ese universo el que pide a gritos ser expresado, cristalizado, y con la dificultad, de que debe serlo de la mejor manera posible, porque ese cosmos tan solo existe plasmado. Para ello todos los recursos del lenguaje son válidos. El cuerpo, el rostro, ambos en una total desnudez, en la manera en la que danzan, en un escenario, es visual, el texto que subyace obsesivamente -esas miles de palabras previas-, no hay universos sin mitologías personales, sin citas, en el caso que nos ocupa, sin la sensualidad de Eros, y sin el recordatorio de Tánatos.
Parecería un escenario teatral pero no lo es. Es una experiencia creada exclusivamente para la cámara, la obra, es una obra fotográfica, la experiencia son las propias fotografías. Parecerían autorretratos al uso, pero no lo son, no hay finalidad de retratar, de hacer retratos, de “mostrar el alma del retratado”, sí de expresar el alma del juego. Actas notariales del extraordinario universo de Sofía, sin duda con la ayuda de esas lentes y esos ojos extrañamente pulidos que sirven para fotografiar reflejos, y para transformar el mundo si nos atenemos a Spinoza.
Eduardo Momeñe
“La fotógrafa asturiana despliega ante el espectador un mundo subyugante que siempre pivota sobre la misma realidad central -la propia fotógrafa, no tanto como identidad sino como presencia física, como cuerpo- en un tenso juego de exhibición (y autoexhibición) y de ambigua ocultación mediante la fragmentación, el escorzo, el desenfoque, el movimiento, la distorsión, la veladura o el reflejo. Una sutil teatralidad, un aire irreal y al tiempo poderosamente físico y un elemento de algún modo agónico cargan las imágenes de su esquivo, pero envolvente erotismo”.
Juan Carlos Gea