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Mientras tantoSeducción…

Seducción…


 

Históricamente, desde tiempos remotos, ha sido posible identificar a un número importante de “conquistadores y conquistadoras” que han demostrado que la seducción no es algo que tenga unos fines meramente personales. La seducción, mejor dicho, una buena seducción puede ser incluso una cuestión de estado, tal y como lo demostraron Cleopatra y Marco Antonio o Zenobia y Aureliano.

 

Si no pensamos en ello como una cuestión de estado sino como algo íntimo, probablemente los que hayan llevado este concepto a su máxima expresión hayan sido Casanova o el novelesco Don Juan, los cuales han aportado numerosas estrategias sobre cómo hacerse con los favores de numerosas mujeres.

 

Aunque desde siempre se haya tratado de hacer un manual de cómo conquistar, lo intentó Ovidio y más recientemente Kirkegaard o Erich Fromm, no parece que exista una fórmula mágica que permita garantizar el éxito en la seducción. Una carencia que facilita la búsqueda de atajos… que si una copita más, que si un afrodisíaco (si es que valen para algo), que si esa musiquita suave…

 

En los sesenta se implantó la moda de vencer las resistencias de Cupido (de ellas) a base de añadir a los cócteles de los guateques una pastilla bastante grande que contenía una sustancia llamada yohimbina y que de manera grosera era conocida como “calentona de vaca” o “calienta burras”.

 

Se trata de un fármaco que favorece el riego sanguíneo hacia las extremidades, por lo que en veterinaria se suministraba a los sementales para ponerlos a punto. Los casanovas ye-yes pretendían, supongo, que los, o mejor dicho las, que consumieran el ponche o cóctel tuviesen más “calores” y por ende un acceso más fácil…

 

Sin valorar tan burda estrategia -que condujo al fracaso en la mayoría de los casos- y entrando en el plano del deseo, resulta obvio afirmar que el deseo sexual y el sexo no sólo es algo placentero sino necesario y recomendable en todas las edades.

 

En este sentido, parece claro que en nuestra sociedad existe una creciente demanda de un producto que ayude a las mujeres en las relaciones sexuales de una manera semejante a como lo hace en el varón la viagra y otras sustancias semejantes.

 

En la actualidad se están desarrollando varios compuestos para atajar la disfunción sexual femenina, que es como se denomina a este problema. Por un lado se está ensayando un parche con testosterona, llamado Intrinsa, así como un compuesto denominado Flibanserin que se está probando en mujeres que presentan un deseo sexual reducido.

 

Este último compuesto se diseñó como fármaco antidepresivo, con sorprendentes e inesperados efectos en algunas de las pacientes. Pero su mecanismo de acción no tiene nada que ver con la viagra entre otras cosas porque los problemas de erección masculina y la falta de deseo femenino no tienen el mismo origen.

 

Ahora bien, ser eternamente joven o eternamente sexual tiene más que ver con nuestra condición de seres sociales que con la de seres humanos y tan peligroso es abandonar la práctica del sexo como convertirlo en una obsesión. No en vano, numerosos profesionales sugieren que combatir con tanto ahínco las disfunciones del deseo tiene  mucho que ver con el ‘disease mongering’, esas enfermedades inventadas por los laboratorios para colocarnos su producto.

 

El placer está en el cerebro y cada uno lo encuentra dónde quiere -de cintura para arriba o para abajo- y cómo quiere -en soledad o en compañía- y estos fármacos valen en tanto sirvan para solventar problemas de pareja o individuales.

 

Pero, ante todo, es una cuestión a abordar entre médico y paciente y no en conversaciones de bares ni en manuales de conquista o en guías de tendencias. Lo otro, lo de la seducción, es mejor dejarlo en la literatura… porque más vale Casanova en libro que un sátiro echando pastillas como un desaforado en cócteles ajenos (al menos el que lee cultiva el intelecto).

 

Jesús Pintor. Bioquímico.

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