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Seguimos indignados

Pues tampoco esta vez se cumplió la lúcida utopía de Saramago. Ganó -barrió- la derecha, la abstención se mantuvo, incluso cayó un poco, y apenas una parte del descontento podríamos verlo traducido en un ligero, tímido aumento de los votos nulos y en blanco. Los resultados no fueron inesperados: era más que previsible que el presidente Zapatero pagase sus errores en las urnas; y, aunque hubiera sido deseable que también que la oposición de derechas, el PP, pagase, por la parte que le toca en la crisis -que no es poca- y por las corruptelas y por el juego sucio y tantas otras cosas, sabemos bien que, en España, el voto a la derecha es casi inamovible. Cierto que los resultados fueron para los «socialistas» -cada vez con más comillas- del PSOE aún peores que sus peores previsiones, pero casi resulta forzado hablar de resultados decepcionantes. Muy ilusos habríamos de ser para decepcionarnos, y todavía más ingenuos seríamos de contentarnos con el leve ascenso de algún partido minoritario.

 

No digo que me dé igual, como aseguraba hoy alguno de los portavoces acampados en la Puerta del Sol, pero sí concuerdo con quienes decían que no se sentían derrotados por las urnas, porque el movimiento del 15-M clama, precisamente, que no se siente identificado con esa «democracia» -cada vez con más comillas- representativa. Sí hubo un éxito, y no fue menor: las tiendas de campaña persisten en la Puerta del Sol, y dicen que seguirán ahí, como mínimo, hasta el próximo domingo; entretanto, irán convocando asambleas en barrios de Madrid y en toda España. Toca enterarse de cuándo y dónde, y participar, e ir transformando esta valiosa indignación en propuestas de cambio. En Sol dicen que no quieren ser un partido político, pero sí un movimiento social sólido, y que no disolverán la acampada hasta que estén encaminados a ello. Así ha de ser, porqueese grito de indignación y cambio no debe, no puede quedar en nada. No sería justo. Ahora que comenzábamos a despertar. Los acampados en Sol parecen conscientes de que las consignas de la última semana no han sido un fin en sí mismo, sino más bien un comienzo. Y, por el momento, la repercusión que han conseguido en todas las ciudades de España y en muchas de todo el mundo dan motivos a la esperanza.

 

Un día después de las elecciones, seguimos igual de indignados. Ni más, ni menos. Dispuestos a gritárselo al mundo y a exigirles a nuestros políticos que escuchen. No lo harán si dejamos de gritar. La calle es nuestra y nunca el pueblo consiguió ningún avance si no fue saliendo a la calle y haciendo ruido. Es momento de perseverancia. De seguir soñando. Es tiempo de utopía. Y me acuerdo de Galeano: «La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Y entonces, ¿para que sirve la utopía? Para eso: sirve para caminar«.

 

No nos cansemos de ir a Sol, ni a las plazas de toda España, de todo el mundo. No olvidemos de que lo que estamos cansados no es de acampar, ni de escribir, ni de gritar. Estamos cansados de la dictadura del capital y de la manipulación mediática. De la división del trabajo criminal y global. De que el cortoplacismo de un sistema irresponsable les prive a nuestros hijos del derecho al agua limpia, al aire puro. Del hambre y del trabajo esclavo. De que lo urgente se imponga sobre lo importante. De estos políticos, de estos banqueros. De que nos tomen por tontos. De la usura y del miedo.

 

Hoy, sabemos mejor que ayer que unidos somos más fuertes, aunque seguimos lejos de saber de lo que somos capaces, como si, de tanto escucharlo, nos hubiéramos creído que este es el único de los sistemas posibles. Pero, como dice mi amigo Daniel, «siempre volveremos, y seremos millones, porque nuestra poesía viene del futuro».

 

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