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Según los leprechauns…

 Alguien tensaba el arco mientras la Tierra observaba en silencio y se aferraba al último instante de quietud. El disparo fue el primer movimiento que se conoció. En segundo lugar, se movió todo lo pensable y los hombres se quedaron solos a la espera de un tercer movimiento. Como tardaba en llegar, decidieron moverse ellos y dar alcance a lo que se alejaba, lo cual requirió la tecnología más innovadora: los posesivos de miles de lenguas, todos los verbos, la revolución de los transportes,… y muchos siglos de trabajo, que apenas han conseguido acercar la miseria a la mayoría y un chaparrón de inutilidades a los menos. Todo cuanto se obvia aquí pueden encontrarlo en el diccionario, que no deja de ser insignificante frente a la inmensidad del mar.

 

Los pequeños leprechauns, que conocían la risa y el silbido, estaban dentro del árbol cuando vieron pasar la flecha a través de la hojarasca. Corriendo detrás, venían los verbos de los hombres, que se dieron de bruces contra el árbol mientras los leprechauns aplaudían encantados. Apremiados por las acciones, los duendes del noroeste conocieron la zapatería sin parar de reír: un zapato por cada dos pies. La tierra, divertida con semejante reparto, decidió confiarles su secreto. Los pequeños duendes acercaron la oreja y conocieron esta vez el paradero de los tesoros.

 

Cuando pasaron los hombres, los leprechauns consideraron que eran demasiado jóvenes e impresionables para un mundo tan viejo. Pensaban que la flecha que seguían arrastraba mayormente cosas sin importancia. Sólo importaban los nombres abstractos del tesoro, que enterrados en ella protegen a la tierra de todo lo que destruye al hombre en su camino.

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