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Mientras tantoSegundas oportunidades

Segundas oportunidades


Fotograma de la película '2nd Date Sex (guía sexual para una segunda cita)', dirigida por Rachel Hirons en 2019.
Fotograma de la película ‘2nd Date Sex’ (guía sexual para una segunda cita), dirigida por Rachel Hirons en 2019.

No te fíes nunca de un oportunista; y mucho menos de un oportunista reincidente. Si estos últimos existen, de hecho, no es porque vengan a pagar los platos rotos, sino porque entienden que su momento, lejos de la primera impresión, llega cuando ya ni siquiera los estaban esperando. La mayoría vuelven para molestar y, cuando no es así, es porque encuentran cierta clase de satisfacción en sus reintentos, como los adictos al juego o los aficionados al fútbol de categorías inferiores. Al fin y al cabo, aquellos que persiguen como locos una segunda oportunidad es porque no supieron aprovechar bien la primera, y esa es una realidad que jamás deberíamos pasar por alto.

Ocurre en muchos aspectos de la vida: en el trabajo, en la amistad, en el ocio clandestino de ruleta y tragaperras, donde las segundas oportunidades son cruciales para hundirnos, o bien tocando fondo, o bien estando cerca de la superficie; pero, sobre todo, ocurre en el amor. En él, «las segundas citas son las que forjan o destruyen una relación», tal y como apuntaba uno de los personajes secundarios de ‘2nd Date Sex’ (2019), la opera prima de la directora británica Rachel Hirons. No en balde, quizás sea el amor, precisamente, el único estandarte donde las cosas nunca van tan bien como creemos, y mucho menos si fallan desde sus inicios. Algo de esto debía de saber Miguel de Cervantes cuando, en la primera parte del Quijote, escribió: «el amor no tiene otro mejor ministro para ejecutar lo que desea que es la ocasión: de la ocasión se sirve en todos sus hechos, principalmente en los principios». Pero, ¿qué pasa si, desde el principio, todo sale mal?

En la película de Hirons, por ejemplo, dos muchachos se conocen en un bar, de madrugada, y se dejan llevar por la euforia de la noche y la desinhibición que provoca la ingesta prolongada de cervezas, cócteles, chupitos y demás variantes atractivas del alcohol. Se cuentan su vida, se atraen mutuamente, se piden los teléfonos para volver a quedar, olvidando lo que el cantante Luis Ramiro defendía en una de sus composiciones, pues «los mejores desengaños son las noches de una noche», y no cuando se alargan eternamente, junto al pavoneo y las ganas de gustar. Sabina también nos advertía hace años de «que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver»; pero los jóvenes, ni caso. Desesperados por cumplir con su ritual de apareamiento se empeñan en tratar de repetir sus experiencias, pero haciéndolo mejor. Y sin alcohol, ni excusas traicioneras, reciben, así, su segunda oportunidad.

¿Qué suele ocurrir, entonces, cuando dos enamorados acuden al reencuentro con el otro, a plena luz del día y sin bebidas espirituosas de por medio? Pues que, la mayoría de las veces, faltan palabras; y, cuando las hay, sobra todo lo demás. Es decir, los tortolitos que se acurrucaban tiernamente en los sofás de la discoteca hace un par de noches no tienen, hoy por hoy, nada que contar; no se conocen lo suficiente, sienten vergüenza por no ser, en realidad, lo que la otra persona se haya podido imaginar acerca de ellos, y eso desemboca en conversaciones estériles y en intervenciones desesperadas por romper el silencio, plagadas de tópicos y de lugares comunes. «¿Quieres algo de beber?», «¿te apetece ver una película», «¿te gustaría que nos pusiéremos cómodos en mi habitación?». En definitiva, tartamudeos y falta de concreción.

La escritora y periodista estadounidense Dorothy Parker expresó bastante bien esta clase de situaciones en uno de sus relatos, ‘¡Aquí estamos!’, cuyos protagonistas eran una pareja de jóvenes recién casados, que no son otra cosa que un par de amantes que decidieron llevar su segunda cita demasiado lejos, demasiado a la deriva. En el texto, cuando el prematuro matrimonio se ha ubicado en su correspondiente vagón del tren en el que viajan, el hombre le dice a su mujer: «¡Por fin!», y ella le contesta: «Sí, por fin». «¡Bueno, aquí estamos! – Sí, aquí estamos, ¿verdad? – Desde hace un rato, mi vida. ¡Aquí estamos! – Bueno -dijo ella. – Bien, bien… ¿Cómo es eso de ser una señora casada? ¿Qué se siente? – Es demasiado pronto para hacerme esa pregunta, ¿no crees? Apenas hace tres horas que nos hemos casado». O apenas hace una semana que nos hemos conocido, podrían decir, también, los implicados en una circunstancia similar. No salen las palabras, no hay suficiente intimidad, ¿quién creyó que una segunda oportunidad bastaba para convertirse en la definitiva?

Desde luego, no podemos fiarnos de un oportunista: ni a partir de la primera impresión, ni a partir de la segunda. Básicamente porque, quizá, necesiten unas cuantas más. A partir de ahí depende ya de las ganas que tengamos nosotros mismos de aguantar impertinencias, malentendidos o tensión; pero es verdad que a nadie le gustó tampoco su primera cerveza cuando la pidió con quince años en un bar, entre otros estrenos lamentables. Hay que olvidarse del reloj, pensar que cada vez que nos veamos no acontece una nueva oportunidad sino la misma de siempre, que se alarga sin contemplación ni restricciones. Es, como descubrieron los protagonistas de ‘2nd Date Sex’, la única manera que tenemos para no vivir condicionados. «Entonces, ¿es una cita? – No, creo que nunca deberíamos quedar», y así, y sólo así, las cosas irán mejorando, que es el objetivo final de toda relación. Si no, recordemos las palabras del poeta Joan Margarit: «Amar es descubrir / una promesa de repetición / que tranquiliza». Al final, no hacemos nada con una segunda oportunidad; hay que estar preparados para pelear por las siguientes.

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