El puesto fronterizo conocido como Mpack-Sto. Domingo es el más transitado entre Senegal y Guinea-Bissau, y la carretera que lo cruza, a pesar de sus baches, la única pavimentada que une ambos países. Como cualquier punto fronterizo tiene a cada lado un mástil donde flamea una bandera custodiada por una garita policial, oficinas de aduana, alguna que otra casa sobre las márgenes del camino y muchas mujeres y niños vendiendo agua, refrescos, naranjas, castañas de cajú o galletas importadas.
Como todo punto fronterizo, Mpack-Sto. Domingo también divide diferentes realidades que son palpables con solo girar la cabeza a cada lado de la línea divisoria. El pasaje de Senegal a Guinea-Bissau, por ejemplo, es un alivio para aquellos que no manejan el francés, ya que el creol guineano, una mezcla de idiomas nativos y portugués simplifica drásticamente la barrera idiomática. Pero el sonido no se limita al lenguaje. El tono en que se pronuncian estas palabras también deja entrever la extrema simpatía de los guineanos que contrasta con la discreta amabilidad de sus vecinos del norte.
Estos detalles, reconocibles a simple vista desde la barrera divisoria, son los que comienzan a dar forma a los pueblos de un lado y del otro. Las diferentes culturas, costumbres e idiomas. Pero el caso es que los pueblos a ambos lados están compuestos por los mismos jola, fula (o fulani) o mandinga entre otros, que antes de la llegada de los europeo desconocían estas cuestiones de límites. Y es que al igual que en el resto de África, esta barrera que aquí está pintada de amarillo, es la linde que alguna vez un empleado de alguno de los imperios que sometieron y definieron el futuro de las colonias se le ocurrió trazar.
Lo que hoy es Senegal, por ejemplo, fue una región disputada por diferentes potencias europeas desde mediados del siglo XV por el comercio, entre otras cosas, de esclavos. Hacia el año 1659 los franceses se instalaron en la zona e hicieron de estas tierras el centro de su imperio en África Occidental. En 1895, después de que las potencias europeas se repartieran el continente, Senegal fue reconocida oficialmente como colonia. La unificación de este territorio se vio favorecida más tarde con la llegada del ferrocarril y el cultivo del cacahuete, que se expandieron hacia el sur. Desde aquí los franceses ejercieron su influencia, lo que le permitió a Senegal conservar un lugar privilegiado entre las colonias. Con el tiempo proporcionó la ciudadanía francesa a sus habitantes y representación en la cámara de diputados en París. Luego de siglos de explotación, finalmente en 1960, Senegal logró su independencia de forma pacífica.
La costa de Guinea-Bissau fue dominada por Portugal desde mediados del siglo XV. En el año 1630 se estableció la primer administración portuguesa que, con la cooperación de tribus locales, transformó la costa en uno de los mayores emporios de comercio de esclavos. Hasta mediado el siglo XIX, y tras años de enfrentamientos con tribus locales, Lisboa no logró consolidarse en el interior. A partir de los años 20, la dictadura de António de Oliveira Salazar centralizó el control administrativo e instituyó el trabajo forzado, que sumado a la falta de inversiones no solo lastró la productividad sino que atizó la pobreza crónica del país. En 1950 la mortalidad infantil era de 600 cada 1.000 nacimientos, y la alfabetización rural del 1% de la población. A principio de los 60 el movimiento independentista libró una guerra de guerrillas contra los portugueses que duró diez años y costó la vida de mas de 10.000 personas. Finalmente, en 1974, Portugal reconoció la independencia de su colonia.
Cuando el sol comienza a ocultarse tras la maleza tropical y la temperatura empieza a ceder, desde la barrera que separa a ambos países se nota enseguida la falta de luz del lado de Guinea-Bissau. No se trata de una falta de iluminación vial. No hay electricidad. En las ciudades el precario cableado funciona por horas y quienes realmente llevan la luz a Guinea-Bissau son los generadores privados, la música ambiente de los más pobres. “Estamos experimentando con un sistema prepago de energía que se compra con el móvil”, afirma Eduardo Pimental, director del Centro de Formalización de Empresas: “El que pague tendrá luz”.
La guerra de independencia que dio vida a la nueva nación terminó irónicamente por sentenciar el futuro del país. Guinea-Bissau es el quinto país mas pobre del mundo. Los 11 años de guerra terminaron perpetuando al ejército en el poder y las luchas entre las diferentes facciones llevaron a una inestabilidad endémica. En 1998, un golpe de estado derivó en una guerra civil provocando muerte, desplazados y la destrucción de las pocas infraestructuras del país. En 40 años de independencia, ningún gobierno de Guinea-Bissau ha logrado cumplir su mandato y, hace apenas tres años, el presidente Nino Vieira, fue directamente asesinado por una facción del ejército.
La inestabilidad y la corrupción en el pequeño país han permitido que desde el año 2005 las redes del narcotráfico que introducen la cocaína en Europa desde Latinoamérica desembarcaran en el país con total libertad. Guinea-Bissau es considerado hoy el primer “narco-estado” del mundo. Hace solo un par de meses, desde el restaurante del hotel Ancar del centro de Bissau, el secretario del interior, Octavio Alves, comentaba: “Muchos militares y paramilitares pero también políticos están involucrados en el narcotráfico. Hay que evitar que el estado sea capturado”.
El habitual traspaso pacífico del poder derivó en elecciones democráticas que sentaron las bases para que Senegal se convirtiera en uno de los países más estables de todo continente. En más de medio siglo de democracia ininterrumpida, la constitución ha sido reformada varias veces. A pesar de no contar con grandes riquezas naturales, Senegal es un país en vías de desarrollo –la tercera economía de África occidental- y forma parte de los países más industrializados del continente, con una gran apertura al exterior.
¿Tienes visa para entrar en Guinea-Bissau?, pregunta el policía a la vez que chequea la foto del pasaporte. Mientras que para visitar Senegal no hacen falta más que ganas, para que te sellen el pasaporte del lado sur es necesario un permiso. Esto es algo intrascendente a simple vista, pero un detalle que tiene que ver con las libertades. Libertades que se traducen en todas las esferas de la sociedad y que tanto en Senegal como en Guinea-Bissau se han visto afectadas –aunque en distinto grado- en los últimos meses.
El pasado 25 de marzo se celebró en Senegal la segunda ronda de las elecciones que dieron como vencedor a Macky Sall). Tras medio siglo de ejercicio democrático, los senegaleses volvieron una vez más a las urnas. Sin embargo, dos meses antes, Abdoulaye Wade, decidió volver a postularse para la máxima magistratura del país a pesar de que, presidente desde el año 2000, ya había sido reelegido en una ocasión. Era lo máximo que permitía la constitución. Las protestas no se hicieron esperar. Tras la controvertida decisión del Consejo Constitucional de autorizar que se postulara se desató una oleada de manifestaciones y enfrentamientos con la policía que costaron la vida a más de una docena de personas. ¿También las sombras amenazaban a Senegal?
“No estoy seguro de que tengamos elecciones”, afirmaba el abogado Babacar Gueye, uno de los autores de la constitución unos días de que se celebrara la primera vuelta. “Senegal siempre ha sido un líder democrático, pero Wade lo ha destruido”. El anciano de 85 años había logrado salirse con la suya. Gracias a la presión ciudadana las elecciones se desarrollaron bajo la lupa del mundo. Se eliminó toda posibilidad de fraude y Wade finalmente fue apartado democráticamente invitado a salir del escenario político. Una amplia mayoría optó por Macky Sall. El abuso de poder hizo temblar los cimientos de Senegal, pero una vez más el sentido democrático de sus habitantes pudo más que las ambiciones de un dirigente.
En Guinea-Bissau, por el contrario, tras el boicoteo de la oposición a la segunda vuelta de las elecciones un nuevo golpe de estado suprimió las precarias libertades. El primer ministro y candidato favorito a ganarlas, Carlos Gomes, fue atacado y secuestrado en su propia casa. Las acusaciones de un supuesto fraude en la primera ronda y el malestar entre los militares por la presencia de una misión del ejército angoleño fueron el pretexto que se esgrimió para el golpe de mano. Pero el verdadero motivo fue la reforma mediante la cual el gobierno pretendía profesionalizar y reducir las fuerzas armadas. La medida pretendía desmantelar una institución que maneja al país a su gusto mientras se enriquece con el narcotráfico.
A tan solo tres meses del último intento golpista, el derecho de los ciudadanos de Guinea-Bissau ha sido violado una vez más sin mayores inconvenientes. En pocas horas los militares tomaron la radio, la televisión y cerraron el parlamento. No se cobraron ni una sola vida, pero tampoco hubo un movimiento ciudadano de rechazo considerable. Mientras los militares afirman que la transición se prolongará al menos por espacio de dos años, los países de la Cedeao amenazan con enviar tropas para restaurar el orden. El desenlace aún es incierto, pero lo queda claro es que cuando la inestabilidad, la corrupción y la pobreza son cosa de todos los días no hay lugar para la democracia.
Como consecuencia de los últimos incidentes a ambos lados de la línea, el puesto fronterizo de Mpack-Sto. Domingo se ha visto un poco convulsionado. Hace apenas un mes, los del sur decidieron no levantar la barrera durante algunas horas. Pero a estas horas, los senegaleses y guineanos pasan de un lado a otro como si nada. Esta mala costumbre de cerrar el paso es algo que conocen bien aquellos que no pueden circular libremente y sobre todo quienes pasan años custodiando la bandera. Pero lo que sí percibe cualquier visitante extranjero a simple vista es un enorme cartel electoral a un lado de la barrera amarilla y un militar con un fusil al otro.
Jeronimo Giorgi es periodista. En FronteraD ha publicado “Por España, lo que sea” y El nacimiento de una nueva nación