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Sepulcro en Populonia

Si me ciño a parámetros puramente arqueológicos, estos fueron hablando con propiedad los primeros sepulcros etruscos del viaje. Según los versos proverbiales de Ugo Foscolo,

All’ombra de’ cipressi e dentro l’urne
confortate di pianto é forse il sonno
della morte men duro? 
Ugo Foscolo, Dei Sepolcri, vv. 1-3

A la sombra de los cipreses qué duda cabe de que el sueño de la muerte es más llevadero. Esto es lo que tienen los sepulcros etruscos. Un lugar verdaderamente delicioso donde da gusto caerse muerto. A partir de ahora no podré decir que no tengo dónde caerme muerto. Y además un cementerio marino, con vistas al Tirreno y a la isla de Elba. En España, al hablar de los cipreses pensamos exclusivamente en los cementerios. Pero para los habitantes de Toscana el ciprés constituye tanto símbolo de la muerte como de la vida. Ligado al culto a Plutón, griegos, romanos y etruscos lo relacionaron con las divinidades del infierno. En la Toscana también es utilizado para señalar el camino a los poteri o villas desde las carreteras principales. Por alguna parte leí que el número de cipreses que había en la puerta de una morada era una especie de semáforo: un ciprés, significa que en ese lugar hay agua; dos cipreses plantados, que además de agua hay un plato de comida para el caminante; si son tres o más, que además de agua y comida hay un lugar para el reposo.  El 12 de junio de 1804, un Décret Impérial sur les Sépultures de Napoléon, conocido como el Edicto de Saint-Cloud, estableció que los tumbos fueran ubicados extramuros de las ciudades, en lugares suficientemente soleados y aireados y que todos los sepulcros fuesen iguales para de este modo evitar discriminaciones entre los muertos. Las nuevas corrientes higiénico-sanitarias (con un componente ideológico profundísimo) recuperaban las tradiciones del mundo antiguo que tan presentes vemos en Populonia: los vivos en la acrópolis, los muertos en las necrópolis. Foscolo, a pesar de sus ideas previas de orden materialista que hubieran debido avalar la medida, se opuso tajantemente al decreto. En una novela de Giorgio Bassani (1) se trae a colación esta polémica:

“Yo, mire usted ─dijo una vez─ nunca he entendido por qué los muertos tienen que estar tan separados de los demás, como lo están hoy entre nosotros, que, para visitarlos, en ciertos momentos, hace falta un permiso, como para entrar en las cárceles. Indudablemente, Napoleón fue un gran hombre, porque impuso en Europa y hasta en Italia a través de nuestra Cisalpina, las conquistas democráticas y sociales de la revolución. Pero en cuanto a su famoso edicto sobre los cementerios, yo sigo siendo de la misma opinión que el autor de Los sepulcros. Créame. A mí me gustaría que me enterraran aquí fuera, en este preciso modo, rodeada por este constante ruido de vida, incluso si eso tuviera que costarme la excomunión a perpetuidad.”

 

Populonia, la Fuffuna de los etruscos, ya fue conocida en la Antigüedad por sus minas. Fue la única ciudad que los etruscos fundaron cerca del mar, precisamente para comerciar con los metales que extraían de dichas minas. El historiador Tito Livio nos informa de que en 205 a. C. Populonia suministró hierro a Escipión el africano para que pudiera disponer de él para construir armas antes de su enfrentamiento con Anibal en la batalla de Zama. En el año 570 d. C. los longobardos hicieron de las suyas y guiados por Gummarith dejaron reducido a escombros Populonia. Los pocos que lograron escapar de la muerte o de la esclavitud se refugiaron encabezados por su obispo Cerbone ─más tarde San Cerbone, patrón de Massa Marittima─ en la isla de Elba, que se puede divisar con bastante nitidez desde Populonia. Cuando la villa comenzó a levantar cabeza de la mano de los monjes benedictinos que estimularon la agricultura y el comercio de la comarca, en el año 809 los piratas sarracenos ─moros en la costa─ volvieron a saquear Populonia. Escaldados, los supervivientes se desplazaron más al sur hacia una península rocosa en la que reconstruyeron su villa. Eligieron para su fundación el nombre de “pequeña Populonia”. Pocos siglos después ese nombre evolucionaría hacia su nombre actual: Piombino Los señores de la familia Appiani, de origen pisano, construyeron en el siglo XV la rocca y fortificaron Populonia. En la entrada del cassero de Populonia hay un dragón, símbolo de los príncipes de Piombino, a quienes acabó perteneciendo el burgo.

El parque arqueológico de Populonia-Baratti, con las ruinas de la acrópolis etrusca y sus numerosas necrópolis descendiendo hacia las aguas del Tirreno, constituyen un museo al aire libre de la civilización etrusca y de su relación con la muerte. En la Necrópolis de San Cerbone destacan las tumbas con forma de túmulo, como la de los carros, de casi treinta metros de diámetro, que debió pertenecer a algún príncipe guerrero de la aristocracia que dominaba la ciudad. Otras tienen aspecto de templo, con un tímpano en la entrada, como la del Bronzetto del Offerente. Por doquier hay sarcófagos individuales semienterrados.

Y allí, después de visitar más tumbas etruscas, a la sombra de los pinos, nos bañamos en las aguas del Tirreno, el mar de los etruscos. La playa está en Baratti, el lugar donde reposaron durante siglos los restos mortales de San Cerbone en la necrópolis que lleva su nombre, el obispo ilustre de Populonia, antes de que las gentes de Massa Marittima se los llevasen allí junto con la condición episcopal de Populonia. Me volví a bañar en el Tirreno, esperando que se produjera otra vez el milagro de Torremozza. Pero los milagros no se pueden esperar, o peor aún, invocarlos. Simplemente suceden. Y en esta ocasión no se produjo el milagro. Recogimos nuestros bártulos y nos fuimos a Massa Marittima a visitar la casa y el atelier (Il chiostro del Paradiso) de Anna Verena de Nève, una joven pintora suiza de noventa años amiga de M.

(1) Intramuros, Barcelona, El Acantilado, p. 164

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