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Sequía


 

Anoche salí a la calle y olía a humedad. Por primera vez en tantos días que ya no lo recuerdo. Sólo me rodea tierra de secano, hierba reseca y asfalto. De algún pequeño jardín urbano me llega ese aroma de tierra mojada, burla del puto cielo que se mea en mí y suelta alguna gota cuando yo estoy a cubierto, bajo cristal y acero. Hoy está nublado y sopla un viento fresco, paseo un rato por la Gran Vía antes de volver al trabajo. Que extraño me resulta esta amada mía a plena luz del día. El extraño soy yo. Ejecutivos encorbatados, turistas y dependientas elegantes echando un pitillo en la puerta de Loewe; yo no puedo evitar echarles una mirada descarada y llena de lascivia, que es contestada, como no podía ser menos, con brevedad y asco. Hoy, no sé por qué, echo de menos un gran río… Debe de ser por lo que he leído hace pocos días: el general Rodimtsev y su jefe de Estado mayor charlan poco antes del amanecer mientras fuman un pitillo y contemplan el Volga. Rodmintsev se dirige a su ayudante y le dice: “Cuanto tiempo llevamos peleando juntos, más de un año, desde la frontera antigua cerca de Polonia, en las tierras de Ucrania y no hemos hecho más que retroceder… hasta Stalingrado. ¿Sabes? A veces creo que hemos venido aquí para morir”. Me encamino a paso rápido hacia el trabajo y tarareo sin darme cuenta una canción de Pink Floyd: I need a dirty woman… Necesito una puta. 

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