Ser con los demás y para los demás pertenece al núcleo de la existencia humana. Nuestra existencia está siempre orientada hacia los demás. La certeza del otro es una llamada ética, porque la comunión con el otro tiene un carácter básicamente ético. Por ello, el papel de la palabra es esencial, como manifestación que revela claramente la estructura dialogal e interpersonal de los seres humanos. La palabra es, ante todo, recibida, la palabra que el otro me dirige. La palabra permite que el ser humano se mueva en este mundo y que su vida tenga sentido. Para pensar humanamente no hay que escuchar sólo la palabra de los demás, también tenemos que dirigir la palabra a los demás. La palabra nos desvela el mundo y las cosas, pero sobre todo a personas. La palabra misma es lugar de la revelación. Lo fundamental no es lo racional ni la contemplación de la naturaleza material, sino responder a la interpelación del otro: en la palabra, el amor, en las obras.