Foto tomada por la autora de este blog, acantilados de Tenerife, diciembre del año 2009.
Tiembla al soñar, y al elevarte, vuela.
Aprovecha el impulso del viento,
juega con las olas y, de vez en vez, no pierdas de vista al horizonte.
La noche, si es despejada, concede un privilegio:
deleitarse con una cara de la luna, espejo crepuscular.
La noche, si es nublada, dibuja impresiones oscuras:
ante el miedo, imagina estrellas lejanas, placenteras.
Tiembla al pensar que esto no es más que un vuelo pasajero,
pero repleto de luces de colores y, a veces, de variopintas nubes.
Recuerda que para volar es necesario alzar el vuelo,
y para dejar de temblar, abrir las alas y moverlas.
Después, sigue y sigue al compás del aire,
sin olvidar que, muchas veces, volarás contracorriente.
Sigue y sigue el balance de los fuertes vientos,
sin olvidar que, muchas veces, no serás más que uno entre muchos,
sigue y sigue el revuelo volandero,
sin olvidar que, también, has de aprender a intuir otros vuelos.
Entre la tierra y el mar, el cielo y las estrellas,
aún siendo nómada y viajero,
no sólo existe un lugar donde anidar,
pero sí sólo uno hacia dónde mirar.