Los acuerdos de Dayton, firmados en 1995, pusieron fin al conflicto armado que había enfrentado a serbios, croatas y musulmanes desde abril de 1992. Nació así lo que hoy conocemos como República Federal de Bosnia-Herzegovina.
Con casi cuatro millones de habitantes, Bosnia quedó constituida por tres entidades, la Federación de Bosnia-Herzegovina, poblada fundamentalmente por croatas y bosnio-musulmanes; la República Srpska, habitada en su mayoría por serbios, y el distrito autónomo de Brcko, ni serbio, ni bosnio, ni croata.
Tanto la República Srpska, formada por 63 municipios, como la Federación de Bosnia–Herzegovina, constituida por 10 cantones, cuentan, entre otras entidades, con presidente, parlamento, fuerzas de seguridad o servicio postal propios. La línea fronteriza que divide el país es de aproximadamente 1.080 kilómetros, de libre circulación y no controlada por fuerzas de seguridad. Sin embargo, sus habitantes tienen un pasaporte único que los identifica y unifica como ciudadanos de la República Federal de Bosnia-Herzegovina.
No obstante, el principal escollo al que se enfrenta la República no son las fronteras o las divisiones territoriales, sino un gobierno corrupto e inoperante al que soporta desde hace 20 años y que destina el 40% del presupuesto del país a su estructura estatal. La tasa de paro del 40%, que alcanza el 47% en la población juvenil, o las constantes subidas del precio del gas, con lo que eso supone en una región donde en invierno las temperaturas pueden bajar hasta los -15º.
Otro de los problemas existentes en el país y uno de los que más preocupa, sobre todo, de cara al exterior, es la dificultad para recuperar la convivencia étnica, rota durante la guerra. El hecho de que cada comunidad viva de forma paralela su día a día, provoca una tensa rivalidad entre sus habitantes que potencia, de manera latente, los nacionalismos. Esta situación evidencia que veinte años después del final del conflicto la población aún no ha olvidado lo que ha sido denominado como el mayor desastre humanitario vivido en Europa tras la Segunda Guerra Mundial.
Viajamos desde Croacia a Ljubinje, una pequeña ciudad perteneciente al municipio de Trebinje, al sur de la República Srpska. Nada más llegar, nos ofrecen un aparcamiento privado, y nos recomiendan guardar nuestro vehículo allí. Aunque es un sitio tranquilo, llevar matrícula croata no es algo visto con buenos ojos en el lugar, lo que nos confirma la existencia de problemas de convivencia como hablábamos en el párrafo anterior.
Con una población cercana a los 3.500 habitantes, Ljubinje es un claro ejemplo de bastión serbio. Las banderas y los símbolos se unen a esa oportunidad que nunca pierden sus habitantes de recordarnos, de manera simpática, pero contundente, dónde estás y qué son ellos.
Pablo Cobos (Málaga 1985) es fotógrafo freelance. Técnico de Imagen y Técnico superior de Imagen, amplía su formación con distintos cursos en escuelas independientes de fotografía. Realiza todo tipo de encargos para empresas y particulares, aunque es el fotoperiodismo y la fotografía documental lo que le empuja a tener una cámara en las manos. Tiene proyectos abiertos en Bosnia y Marruecos que espera vean la luz este año 2015. En Twitter: @Pablo_Cobos