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Seres extraños

 

Un día eres un señor de Pontevedra Registrador de la Propiedad y Presidente del Gobierno de España siempre dispuesto, y al otro un dolor agudo te deja de repente postrado. No recuerdo a Rajoy ni a ningún otro Presidente del Gobierno con una suerte de baja. Los presidentes no parecen flaquear nunca. Los ministros tampoco. Las agendas de los políticos a veces me producen cansancio ajeno. Un agotamiento horrible. Para mí el trabajo de gobernante es de una severidad, de una implacabilidad que asusta. Ni una siestecita de vez en cuando, ni un poco de remoloneo matutino, ni un ratito a la piscina en verano, ni un paseo con los niños. Ni una cerveza en el bar de abajo. Ni siquiera durante sus vacaciones parecen poder disfrutar de sus vacaciones. Yo creo que mi distancia de los políticos se debe en buena parte a su actividad frenética. Todo el día ocupado, todo el tiempo medido y planificado. ¿Cómo hablar de algo en serio con uno de ellos? En realidad no creo que puedan escuchar a nadie. Quienes escuchan son los asesores que los rodean, y la mayor parte de esas escuchas las deben de tirar a la papelera por simple practicidad. No sé qué puede hacer un político (un gobernante, que es peor) aparte de regirse por su agenda. Ese ya es un trabajo durísimo. Día tras día. Sobrellevar eso. Las ojeras crónicas de Albert Rivera lo corroboran. El prematuro y paulatino encorvamiento de Pablo Iglesias también. Y eso que no han cumplido los cuarenta. De Rajoy no se conocían flaquezas a pesar de su edad. Hasta que ha aparecido el lumbago. Un lumbago de Rajoy tiene que ser un padecimiento terrible. Un castigo marinero con látigo de puntas ahí, en la riñonada. Por esa especie de inmunidad física los políticos se alejan de mí. Un día tras otro incólumes en la televisión, en la radio, en el Parlamento, en Bruselas, en el homenaje, en la celebración y hasta en Cuenca. Yo si voy a Cuenca ya no puedo ir a ningún sitio más. Es raro. Son hombres extraños. No son como usted o como yo. Ocultan cosas. A Rajoy le ha atacado el lumbago y ha sido como si se me acercara un poco. Una cosa efímera, como falsa, porque después de un pinchazo, en vez de en su casa, a estas horas ya se encuentra perfectamente dispuesto en Marivent.

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